domingo, 1 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 12




-Esto está delicioso.


Paula asintió contenta de que apreciara los guisos de su madre. Apartó el tenedor a un lado y observó con fascinación cómo emitía sonidos de placer.


-La comida que me dieron en el almuerzo estaba muy bien presentada, pero nada sustanciosa.


-Y tú necesitas bastante para llenarte.


-Exactamente.


-¿Cocinas?


-Cuando tengo a alguien para quién cocinar, sí. Es demasiada molestia para uno solo.


Paula asintió y se preguntó con qué frecuencia cocinaría para alguien.


-¿Has vivido siempre en el molino?


Considerando que la casa del molino estaba a solo una milla de su casa, era curioso que ella nunca hubiera estado dentro.


Pedro apartó el plato a un lado y se reclinó contra el respaldo.


-Mi padre la compró al mismo tiempo que hizo el taller. Nunca pensó remodelarla hasta que el ayuntamiento lo nombró alcalde -a pesar de su comentario inocuo, Paula notó que sus labios se contraían- Hasta entonces, vivíamos como quien dice en el trabajo. Hay un apartamento en la fábrica. Mi padre y Eva tenían su casa propia, por supuesto, pero era un sitio prohibido para los niños.


-¿Por qué hicieron eso? ¿Te echaron?


-Estás muy curiosa esta noche -la expresión de sus ojos estaba cercana a la hostilidad, pero la sorprendió al responder-. Alfonso es y siempre ha sido un negocio provechoso. A los bancos les encantó. Era una buena inversión. La única cortapisa para ello era mi padre. Él no encajaba entre ellos, no tenía título universitario y podía ser agresivo delante de cualquiera. Eso no lo olvidaron. Podía ser un poco agresivo a veces y lo echaba todo a la cara. Eso no lo olvidaron.


La expresión de Pedro era cada vez más hostil.


-Cuando por una serie de circunstancias tuvieron la oportunidad de dudar de su capacidad para dirigir la compañía, la aprovecharon al máximo. La conspiración es un duro trabajo, pero creo que en este caso estaba justificada. Lo último que mi padre esperaba era que lo relegaran a la oscuridad. Eso fue lo que empeoró las cosas.


-Pero tú eres el jefe ahora, ¿no?


La expresión de salvajismo de Pedro le produjo un escalofrío.


-Decidí que iba a reclamar la firma el día en que mi padre llegó a casa desilusionado y destrozado. Lo conseguí y debe haber algo en mi carácter que me hizo disfrutarlo. Disfruté consiguiendo que la gente que había hundido a mi padre probara su propia medicina.


Paula pensó que sería un enemigo despiadado, pero aquello tampoco la repelió. Era solo parte de cómo era él


-No quería ser curiosa -dijo con suavidad-, era solo que pensando que eras, según tus propias palabras, nuestro vecino más cercano, no sé mucho de ti. No eres el tipo de vecino que aparece a tomar el té con pastas y a charlar al calor de la chimenea.


-Mi padre nunca fue aceptado como parte de la comunidad y supongo que a mí tampoco se me ocurrió hacerlo.


-¿Estás intentando decirme que tu padre era una especie de marginado social?


-Sí. Puede que hiciera una fortuna pero la gente nunca dejó de verlo como el antiguo minero con acento curioso.


-Eso es ridículo, Pedro. La gente no es así.


-Te equivocas, Paula. Es así como es exactamente la gente -aseguró él con aspereza.


-A mí me parece que eres tú el que tiene el problema. Mi madre y mi padre nunca han juzgado a nadie por su pasado -respondió ella indignada.


Pedro sacudió la cabeza.


-En parte fue culpa de mi padre. Él tenía grandes aspiraciones sociales y al casarse con Eva se puso un poco patético en su desesperación por agradarla. Era el tipo de persona que necesitaba con desesperación que lo aceptara una gente que nunca quiso hacerlo. En los negocios, su talento lo hizo merecedor de respeto, pero creo que intentaba con demasiado interés encajar socialmente. La ropa adecuada, el coche perfecto, la universidad mejor para su hijo y hasta la mujer perfecta.


-¿Y eso te avergonzaba?


La mirada que le dirigió Pedro estaba cargada de asombro.


-Si soy sincero, creo que sí -admitió.


A muy temprana edad, Pedro se había jurado que él nunca seria un trepador social. La gente tendría que aceptarlo como era u olvidarse de él.


-Y por eso es por lo que tú nunca diste el primer paso. Si alguien quería ser tu amigo, tenía que darlo él. ¿No te parece que te da un poco de miedo el rechazo?


Paula contuvo el aliento. Se había arriesgado demasiado. 


Las revelaciones que le había hecho le hacían comprenderlo mejor. Su distanciamiento de repente era más fácil de entender. Paula se relajó cuando el enfado de sus ojos se transformó en un gesto de diversión.


-Juegas sucio, Paula.


-Eso depende de la compañía que tenga -aquel desafortunado comentario la hizo pensar en el tipo de compañía que pensaría Pedro y el humor desapareció de su cara-. No hay pudín -dijo con brusquedad.


No le iba a servir de nada aquel comentario doméstico. pero el hecho de que Pedro la despreciara siempre iba y interponerse entre ellos.


-¿Vigilas tu peso?


Los ojos de Pedro se deslizaron por sus lujuriosas curvas.


-Parte de la profesión, junto con las drogas y la disipación.


-¿Me estás intentando decir que no es así?


La forma en que arqueó con desdén los labios le hizo arder la sangre. ¡Era tan injusto! La vida era tan injusta.


«Olvídate de la autocompasión, Paula», se regañó a sí misma.


-¿Estás intentando decirme tú que no hay corrupción ni manipulación en el mundo de los grandes negocios?


-¿Cuestionas mi integridad? -preguntó él tenso.


-No haría eso Pedro, a menos que estuviera muy segura de los hechos.


Hubo una pausa de asombro.


-Esa es una forma muy sutil de llamarlo a alguien estrecho e intolerante.


Que pensara lo que quisiera.


-Estoy bajo la obligación impuesta de que seas mi huésped. Mi madre es muy liberal, pero tiene normas muy estrictas en cosas como esa.


-¿Y siempre cumples las normas de tu madre, Paula?


-Desde que pasé mi fase rebelde sí.


-Yo también tuve una fase rebelde -admitió él sorprendiéndola.


-¿Te acuerdas de hace tanto tiempo? -preguntó ella burlona-. ¿Y eso incluía conducir una motocicleta grande y ruidosa?


-Entre otras cosas.


Pedro le aletearon las fosas nasales. ¿Sabía ella que aquel tono susurrante era una pura tortura para él?


-Ese era mi sueño durante mi período rebelde. Los jóvenes con motos estaban estrictamente prohibidos, ¿sabes? Creo que a mi madre lo que la preocupaba más eran las motos. No quería que ninguna de sus hijas acabara escayolada -se miró la escayola con una sonrisa irónica-. No era infalible, mi madre.


-¿Y todavía te sigue atrayendo la fruta prohibida? 


La oscura mirada de Pedro se había nublado de deseo mientras contemplaba su cara animada y los graciosos gestos de sus elegantes manos. Era increíblemente bonita, pero no era solo eso; era el aura de calidez que emanaba. 


La misteriosa atracción femenina mezclada con aquella sinceridad casi infantil era una combinación embrujadora. 


Una mezcla que le estaba quitando la razón.


Había sido tan estimulante charlar con él hasta que lo había estropeado todo, pensó Paula.


-¿Por qué no vas directamente al grano, Pedro? No empieces a hacerte el tímido ahora y pregúntame si suelo acostarme con hombres casados.


-Lo cierto es que estaba pensando en desempolvar mis antiguos pantalones de cuero.


Paula lanzó un gemido. El mensaje de sus ojos era imposible de confundir.


-No hará falta -dijo con voz susurrante-. Nunca he conocido a nadie tan atractivo como tú.


«Eso es, Paula. Hazte la dura», se regañó a sí misma.


-De todas formas no creo que me valgan. He aumentado bastante de volumen desde entonces.


-Ya me lo imagino.


Y con todo detalle. Sintió un calor por toda la piel y la imaginación se le desbordó.


-Soy mayor que tú.


-Y yo más guapa que tú.


-Eso seguro.


La sonrisa que arqueó sus labios le llegó hasta los ojos. Eran intensos, oscuros y fijos. Y decían cosas que le producían cosquilieos en todo el vientre.


-Podríamos seguir así toda la noche.


-No seas tan optimista.


Paula se sonrojó ante su insinuación.


-Acerca de Leandro...


Seguramente ese era el momento de explicarle la historia antes de que las cosas se le escaparan de las manos.


-Todos hemos hecho cosas de las que nos arrepentinos, Paula.


-No lo entiendes, Pedro...


Él se movió y se acercó a ella.


-Lo entiendo -masculló-. Entiendo perfectamente que se pueda desear algo tanto que no se pueda pensar con cordura.


La puso de pie y la apretó con fuerza contra él.


Paula se apoyó contra su cuerpo, dejando que sujetara casi todo su peso. Desde luego, le sobraba fuerza para hacerlo.


Los dedos de Pedro se enterraron en la lujuriosa mata de pelo y Paula cerró los ojos mientras se lo alzaba y dejaba deslizar los sedosos mechones entre sus dedos.


Un ligero suspiro de placer escapó de sus labios. Allí era donde quería estar; se sentía tan bien. El calor del cuerpo masculino penetraba a través de la fina lana de su jersey. 


Sus sensibilizados senos se frotaban contra la dura muralla de su torso y Paula se abandonó a la lujuriosa sensación. El contraste entre su angulosa solidez y su propia suavidad femenina no dejaba de excitarla.


-Un ángel resplandeciente -murmuró él con voz ronca contra su oído.


Su aliento contra su piel le produjo escalofríos por todo el cuerpo. Su boca frotó con ansia su labio superior, tentándola. 


Entonces tomó entre sus dientes el labio y tiró con suavidad. 


Cuando su lengua empezó a dibujar el contorno de sus labios, Paula lanzó un gemido.


-¿Quieres saborearme tanto como yo a ti, Paula? Puedes sentir lo mucho que te deseo, ¿verdad?


El instintivo arqueo de sus femeninas caderas frotó contra la dureza de su excitación y Paula sintió un estremecimiento en su poderoso cuerpo.


-Duele -murmuró apartándose lo suficiente para mirarlo a los ojos-. ¡Te deseo tanto que me duele, Pedro!


Una satisfacción salvaje brilló en los ojos de él.


-Lo sé.


Paula tenía el corazón desbocado.


-Acerca de Leandro...


No quería que nada se interpusiera entre ellos. Deseaba que todo fuera perfecto.


Pero Pedro lanzó una maldición.


-¡Por Dios santo!


-Pero no lo entiendes. No es lo que tú crees -intentó explicar apresurada antes de deslizar una mano por su cara-. No es algo de lo que esté avergonzada.


-No quiero oírlo.


-Tienes que escucharme, Pedro.


-Quizá a ti te excite revivir los detalles morbosos de tus antiguos amantes, pero a mí no.


Paula se contrajo ante el desdén de su mirada. Era una tonta, pensó con negra desesperación. Las cosas no habían cambiado; seguía despreciándola.


-¿Qué estás haciendo?


Ser alzada en brazos como si fuera una porcelana delicada era una sensación exquisita.


-¿Dónde está tu habitación?


-Bajame, Pedro. No creo que mi madre fuera tan literal cuando dijo que me metieras en la cama por la noche.


Su intento de humor cayó en oídos sordos. Pedro estaba abriendo las puertas con el pie hasta llegar al estudio, que había sido temporalmente convertido en habitación.


Al llegar a la puerta, retrocedió para proteger su pierna lesionada. La barandilla llena de ropa suya y el edredón de estampado provenzal eran colores incongruentes que destacaban contra las paredes llenas de libros. El aroma de su perfume no había conseguido borrar los años de tabaco de pipa, pero lo desbordó. Todo en ella lo desbordaba. En lo referente a Paula, él perdía la cordura y solo podía pensar en poseerla.


Pedro apartó el edredón y la tendió en la cama. Paula ni siquiera se enteró de que tenía la falda enrollada hacia arriba y mostraba el borde de encaje de sus bragas. Los ojos de él no abandonaron su cara y la expresión de deseo que veía en ellos la excitaba. Pedro se quitó la americana, se aflojó la corbata y empezó a desabrocharse los botones de la camisa.


Cada uno de sus movimientos frenéticos la hacía perder más el control. Su camisa blanca quedó abierta y Paula pudo ver la musculatura bien definida de su torso.


Era todo fuerza y poder, sin un gramo de grasa. Aquello no la sorprendió. Pedro era un hombre disciplinado que no se rendía a la indulgencia.


Rendirse.


La palabra conjuró una vivida imagen de su cuerpo montado sobre el de ella. Paula no podía apartar los ojos de él. La anchura de su pecho y hombros se estrechaba de forma dramática en su estómago plano y el vello oscuro que cubría generosamente su torso desaparecía en una flecha bajo la cinturilla de sus pantalones. Paula no pudo evitar deslizar las manos hacia su cintura.


-¡No puedes!


-¡Tienes que estar de broma! -Pedro tragó saliva con tensión-. ¿Me estás diciendo que no es esto lo que quieres? No me importa tu pasado, ni tus amantes. ¿Te parece bien?


Cuando lo decía así no, pensó Paula dividida entre la necesidad y la seguridad de que aquella era la forma equivocada de empezar una relación, cualquier relación.


-Este es un momento único y no va a volver, Paula. Depende de nosotros hacer lo que queramos. Si me despides siempre te lo preguntarás -su voz se hizo más sedosa-. Olvida el pasado y el futuro. Lo que tenemos es el aquí y ahora.


Paula sabía muy bien las flaquezas de aquella argumentación. Las consecuencias del presente tenían una forma insidiosa de envenenar el futuro. Quizá aquella fuera a ser la única vez para ellos, insistió una voz persuasiva. 


¿Pero no sería mejor decidirse por la opción más segura?



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