domingo, 1 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 13




-ESTABAS muy seguro de que iba a decir que sí. ¿verdad? 


Paula alzó la cabeza del hueco de su cuello y lo miró interrogante.


-Si no hubieras aceptado, solo podría haber pasado esta noche con anestesia, a excepción de una botella entera de malta.


Su sinceridad le produjo a Paula una sonrisa de satisfacción. 


¿Estaría Pedro siempre tan relajado después de estar saciado? Su sonrojo secreto quedó oculto por la oscuridad. 


Ella no tenía ningún arrepentimiento. Solo un loco se arrepentiría de algo tan perfecto.


-¿Me tacharías de bruto insensible si me quedara dormido?-
Le apartó el pelo y la besó en un lado del cuello. 


-Creo que te lo has ganado -susurró ella con suavidad.


Pedro se durmió casi al instante con la cabeza sobre el borde de sus senos. Escuchando el rítmico sonido de su respiración, Paula enterró los dedos en su pelo.


Ella estaba relajada pero completamente desvelada. 


Excitada, pero calmada. Su mirada de sumisión no había sido suficiente para él. Había querido, o quizá había necesitado, oírselo decir. El recuerdo le produjo un cosquilleo.


-Quiero que me hagas el amor, Pedro.


La ardiente expresión de sus ojos casi había sido amedrentadora.


Durante un instante el miedo a lo desconocido había superado su deseo. Ella tenía poca experiencia para comparar, pero su breve aventura con Hugo nunca había sido tan imprevisible y temerosa. Él había sido un amante generoso y aunque la tierra no hubiera temblado, Paula habia disfrutado de la calidez y felicidad de su intimidad. El desnudo salvajismo en las facciones de Pedro representaba algo desconocido para ella. Había contemplado sus músculos tensarse y abultarse en sus brazos. Era un hombre increíblemente fuerte. ¿Y si perdía el control? 


-Relájate -él debió haber sentido la sombra de su duda-. Cuando te he dicho que no pensaba apoyarme en ti, lo he dicho en serio -le abarcó la barbilla con una mano y se dobló para besarle la palma abierta de la mano-. ¿Quieres que equilibre un poco las cosas?


Ella había alzado los brazos obediente para que le quitara el jersey por la cabeza. Las duras crestas de sus senos se inflamaron más contra el suave algodón. El sujetador dejaba sus curvas ocultas pero explícitamente provocadoras. Paula sabía que su cuerpo era más que adecuado, pero a pesar de su confianza, experimentó una repentina punzada de ansiedad.



-Me hubiera puesto algo más aventurero si lo hubiera sabido.


Pedro tenía los párpados entrecerrados. ¿En qué estaría pensando?


-No se puede mejorar lo que ya es perfecto 


Pedro alzó los ojos y no fue decepción lo que Paula vio en su mirada. Sus facciones estaban tensas de necesidad y sus ojos brillaban con la luz del deseo desnudo.


Ella inhaló con fuerza cuando su mano subió para cubrirle el seno izquierdo. Paula observó cómo la enorme mano se deslizaba despacio por la redondez de su seno. Cerró los ojos al sentir el pezón cosquillear y arder. Su mano se movió con agónica lentitud sobre su muslo y la piel de su vientre hasta detenerse al llegar a la cinturilla de la falda.


-¿Cómo se quita esto? -preguntó con voz ronca y apenas reconocible.


El deseo que la había invadido había sido tan viscoso como la miel.


-Un botón... aquí -le rozó el brazo y sintió un cosquilleo por todo el cuerpo-. Y aquí -susurró con voz sedosa


-Hazlo por mí.


Aquel simple ruego le produjo una punzada de deseo por todo el cuerpo. Se alzó de los cojines y desabrochó el botón.


Pedro le quitó apresurado la falda enrollada y la tiró al otro extremo de la habitación. Los músculos de su torso se tensaron y, con un leve grito, ella se inclinó hacia delante para posar las dos manos sobre su piel.


-¡No te creerías cuánto he deseado tocarte! -sus músculos se contrajeron bajo sus palmas y Paula se sintió mareada de deseo-. La desesperación con que he querido saborearte -inclinó la cabeza y deslizó la lengua por uno de sus pezones planos. Entonces pasó los dos brazos bajo los de él y apretó sus espaldas mientras le atraía la cara. Escuchó el sonido de la respiración jadeante de Pedro mezclado con sus gemidos intermitentes que ni siquiera reconocía como propios.


Después de un momento, Pedro desenterró los dedos de su pelo y con un áspero grito desvió la cabeza.


La mirada de Paula era ardiente y nublada.


-¿Por qué has hecho eso? -protestó.


Dirigió entonces la mirada hacia su pierna escayolada y maldijo en silencio la inmovilidad que le quitaba la iniciativa.


-¡Me estás volviendo loco!


-¿Y no era esa la idea?


Paula deseaba volverlo loco y hacerlo gritar de placer.


La retadora mirada lujuriosa de sus ojos lo despojó del leve velo de civismo que le quedaba.


-Desde luego. Solo que voy a quedar inválido de por vida si no me quito esto.


Deslizó las manos hacia la cintura de sus pantalones.


Estaba de espaldas a ella mientras los pantalones obedecieron a la ley de la gravedad. Se los quitó y el calzoncillo los siguió. Su espalda era dura y musculosa y Paula estaba admirándola todavía cuando se dio la vuelta.


-¡Si digo Uau, quedaré muy grosera!


Paula tragó saliva y sintió las mejillas ardientes. Su comentario desenfadado no ocultaba la admiración de sus ojos y la forma en que su erección se agitó le indicó que no había pasado los límites de la decencia para él.


Pedro tenía un cuerpo de fantasía. Y Paula tragó saliva cuando se arrodilló en la cama. La belleza no empezaba a describirlo. Era mucho, mucho más. Era la esencia de la masculinidad. «Y es mío», pensó ansiosa.


Con los brazos cruzados, Paula se quitó el sujetador por la cabeza. Fuera de su prisión, sus senos se agitaron con suavidad y sonrió al ver que los ojos de él seguían sus ondulaciones. Tenía el corazón desbocado cuando lo tomó por las muñecas y posó su mano en la redondez de sus senos.


La expresión de Pedro fue de inaudito asombro al mirar sus manos dirigirlo. Paula casi pudo oír el sonido de algo explotando dentro de él.


El abrió los puños y sus manos aceptaron el regalo que se le ofrecía. Con un estrangulado grito, bajó la boca hacia a la de ella apretándola contra el colchón. Su boca no era delicada; era ardiente y hambrienta y su lengua se sumergió repetidamente en la cálida humedad de su boca, en una deliberada parodia de otra íntima invasión de su cuerpo. Y mientras su boca continuaba su asalto, sus manos se movían sobre su cuerpo con agitación febril, moldeando la carne a sus necesidades.


Cuando su boca descendió a sus erectos senos y empezó a lamerlos y chuparlos, Paula arqueó la espalda y lanzó un grito sin saber con seguridad por qué lo necesitaba con tanta desesperación. No conseguía ver la forma de saciar la necesidad que había despertado en ella.


Él la montó entonces con las dos rodillas a ambos lados de sus caderas. Estaba demasiado lejos, pensó ella ansiosa.


Pedro se inclinó hacia atrás y deliberadamente deslizó una mano en el suave monte entre sus piernas. Paula agitó la cabeza con salvajismo contra la almohada y su cuerpo se agitó frenético al ritmo de su mano. Pedro dobló los dedos hasta poder sentir su humedad traspasando la fina tela de sus bragas.


-¿Cómo te quitas esto con la escayola? -preguntó con tono denso. Antes de poder responder, Paula oyó el rasguido de la tela-. Esto es más rápido.


Paula nunca había visto un deseo tan desnudo pero, al sentir sus manos explorar la parte interior de sus muslos. se olvidó de todo. 


-Pedro... -gimió. 


-¿Qué, amor?


Los suaves temblores que lo estremecían se transmitieron por sus dedos febriles. Tenía todos los músculos de la cara tensos y parecía no quedarle ya contención.


Cuando sus dedos la exploraron más moviéndose con delicadeza por el húmedo valle entre sus piernas, Paula abrió los labios para gritar, pero su grito quedó ahogado en los confines húmedos de la boca de él.


-No luches, ángel -sintió el erótico eco de su voz contra la base de su garganta. Su barba incipiente le abrasaba la piel-. Te gusta esto, ¿verdad?


-Es estupendo -gimió ella-. ¡No creo que pueda soportarlo, Pedro!


Era una delicada e imparable tortura. Lo único que había en su mundo eran las temblorosas sensaciones que él le producía. Incluso si no hubiera estado medio inmovilizada por la escayola, la parte inferior de su cuerpo seguiría inmovilizada por aquel ardiente calor líquido. 


-Espera.


Paula comprendió que lo decía literalmente cuando le colocó las manos contra los barrotes de hierro del cabecero. 


-Me gusta mirarte -confió con voz quebrada y los ojos clavados con fascinación en su cara sonrojada, sus labios húmedos y sus párpados entrecerrados-. No puedes ocultarme nada.


El cuerpo femenino seguía retorciéndose bajo la delicada experiencia de sus manos. 


-¿Quieres que lo haga?


-No.


Paula notó que la respiración de él era tan agitada como la de ella. Su gran cuerpo se deslizó a su lado y el provocativo roce de su erección contra su muslo la hizo morderse los labios y gemir su nombre con suavidad.


Pedro se estaba deslizando hacia abajo, dejando un reguero húmedo con su lengua por su abdomen. Paula apretó más los barrotes cuando él se detuvo a explorarla con húmedos envites. Una mano se deslizó por su suave cadera y ella se sintió impulsada a disculparse con voz quebrada.


-Siento lo de la escayola. Me siento como una ballena embarrada.


Él alzó la cabeza y miró su forma tendida con atención. Con deliberada lentitud, deslizó ambas manos entre sus piernas hasta que las puntas de sus dedos rozaron su vello protector. Ella lanzó un suspiro de alivio cuando le abrió las piernas. No podía tragar; tenía la boca demasiado seca.


-No, no te pareces en nada. Y no dejaré que esto -le toco la escayola-, te estropee las cosas.


-Yo estaba pensando en ti.


Paula se pasó la lengua por los labios resecos.


-Ángel, nada salvo la intervención divina me estropearía las cosas llegado a este punto.


Pedro! -gimió sorprendida-. ¡No puedes hacer eso!


-Claro que puedo -dijo él con seguridad.


-¡No puedes querer hacerlo!


-Pues sí.


Su firme confianza silenció sus débiles protestas y después de un momento, Pedro empezó a relajarse. Era electrizante y la erótica fricción empezó a hacerla perder el control. Las rítmicas pulsaciones de su lengua le inspiraron un deseo primitivo de posesión. Necesitaba que la tomara por completo. Con voz quebrada se lo dijo y lo gritó enterrando los dedos en su pelo.


La tensa sonrisa de Pedro estaba cargada de triunfo masculino. Deseaba llevar su necesidad hasta el borde del límite aunque aquello fuera una especie de tortura. Sentirla estremecerse y retorcerse con frenesí, saber que era su nombre el que acudía a sus labios era más excitante que todo lo que había experimentado en su vida.


Pedro estaba seguro de que aquel nivel de intimidad era nuevo para ella, pero no tenía tiempo de maravillarse de aquel descubrimiento.


Entonces se arrodilló entre sus piernas abiertas y la empujó sobre sus muslos. Distribuyó su peso mejor asiéndola por los glúteos y ancló su pierna escayolada sobre su cadera. 


Aquella exhibición de fuerza era más que impresionante; era primitivamente excitante.


Con la lengua entre los dientes. Paula miró al punto donde su sexo rozaba el húmedo triángulo entre sus piernas. Una necesidad ardiente la asaltó y justo cuando pensaba que se moriría de deseo, él se deslizó más y se enterró dentro de ella.


Pedro la había situado para poder marcar él el ritmo, pero ella pudo atraerlo y enterrarlo más con sus fuertes músculos pélvicos y gritos de ánimo. Paula sentía que se estaba conteniendo y no tenía intención de permitirlo. Ella no era frágil ni se sentía vacilante.


-¿Es esto lo que quieres? -bramó él.


-¡Sí, oh, sí! -gritó mientras él se enterraba más dentro de ella.


Paula lo absorbió con ansia y apretó las manos contra su deslizante espalda musculosa. Su cabeza cayó contra su hombro mientras él seguía embistiéndola. Sus jadeos entrecortados abrasaron la piel del cuello de Pedro mientras la presión aumentaba.


Cuando llegó, el alivio conmovió a Paula intensamente. La oleada de placer inundó hasta el último de los nervios de su cuerpo, que se arqueó hacia atrás gritando su nombre. Sus gritos fueron ahogados casi al instante por el gemido de satisfacción de Pedro y, al sentirlo pulsar dentro de ella, a Paula se le empañaron los ojos de lágrimas.


En cuanto empezaron, las lágrimas parecían no poder parar. 


La alarma de Pedro duró solo un instante y enseguida pareció entender su causa y se dedicó a tranquilizar su cuerpo hasta que los sollozos remitieron.


-Lo siento.


No podía expresar en palabras lo profundamente que la había conmovido.


-Creo que ha sido un cumplido.


Pedro le rozó las mejillas húmedas con suavidad.


-Lo ha sido.


Paula apoyó la mejilla contra su pecho y sintió el suave ritmo de su corazón.





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