sábado, 14 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 22





Aquella misma tarde Paula entró de puntillas en la habitación de su madre. Se había quedado dormida y Paula se quedó unos instantes mirándola. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Monica se estaba curando.


Las inyecciones que el doctor le había puesto en la espalda habían hecho maravillas y aunque aún no la habían dejado ponerse a trajinar, ya caminaba con la ayuda de un bastón o de un andador. Teo y ella no iban a tardar mucho tiempo en poder marcharse.


Paula se asomó a la ventana pensando en que desde allí podría ver a su hijo jugando con Tamy. Y los vio. Lo que no se había imaginado era que Pedro estaría con ellos.


Pero allí estaba. Con ellos.


Paula sintió un escalofrío al contemplar la escena que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Pedro había sacado a un potro del establo y Teo lo estaba acariciando. Sin embargo era a Pedro a quien Paula no podía quitar ojo.


Había llegado el momento de limpiar y así distraerse. Se cambió de ropa y se puso unos vaqueros viejos y una camiseta. Se quitó el sujetador para estar más cómoda.


En aquel preciso instante le sonó el teléfono móvil.


—Hola, doctor Nutting —dijo contenta.


—Hola, Paula —repuso el médico con familiaridad.


—Me alegro mucho de oírlo, doctor.


—Lo mismo digo, jovencita. ¿Cómo van las cosas?


Paula le hizo un breve resumen de la situación de Monica.


—Así que vas a volver pronto —dijo el doctor.


—Parece que me echa de menos —bromeó Paula.


—No te puede imaginar cuánto. Creo que me he hecho demasiado dependiente de ti.


—¿Va todo bien? Espero que mi ausencia no haya creado muchos problemas —dijo Paula, a quien le entró nostalgia de su vida en la ciudad.


—No, pero será bueno tenerte de vuelta.


—No tardaré mucho


—Creo que te he llamado justo para que me dijeras esas palabras. Ahora me quedo mucho más tranquilo.


—Yo también. Gracias por llamar. Lo avisaré en cuanto sepa algo —se despidió con lágrimas en los ojos.


Se limpió la cara, agarró el cubo con los productos de limpieza y se dirigió al cuarto de Pedro. Habitualmente era Kathy quien se ocupaba de aquella habitación, pero estaba enferma y la habitación no había sido arreglada desde el día de la barbacoa. Paula tenía que dejar a un lado sus reticencias y realizar su trabajo. La habitación necesitaba un repaso y ella era la única persona disponible para hacerlo.


Encendió el discman y se puso los cascos. Limpió la habitación con profundidad y se dirigió al baño. Cuando sólo le quedaba la ducha, se metió dentro y se puso a fregar. No se mojó entera pero sí la camiseta, que se humedeció y se ajustó a sus pechos como una segunda piel.


Después de dejarlo todo reluciente se quitó los cascos y escuchó un ruido extraño. No podía ser Pedro. Lo había visto fuera y no le había dado tiempo a entrar.


Se tranquilizó y se dijo a sí misma que se debía de haber imaginado los ruidos. En cualquier caso, no era el momento de entretenerse y se decidió a salir. Cuando abrió la puerta se quedó horrorizada.


—Tú.


Paula no estaba segura de si había hablado en voz alta o no. 


De lo que no cabía duda era de que Pedro estaba frente a ella tan desnudo como había llegado al mundo. Sus ojos estaban encendidos de deseo mientras la miraban fijamente.


Permanecieron mirándose unos instantes. Pedro con la mirada puesta en los pezones húmedos de Paula y ella sin dejar de mirar a la imparable y hermosa erección que tenía delante.


—Paula —dijo Pedro con una voz que delataba su atracción. 


Sin más demora la tomó entre sus brazos.


Pero ella fue más rápida, y antes de que pudiera retenerla, se escabulló y salió corriendo de la habitación.


—¡Paula!


Ella hizo caso omiso a aquella súplica y no dejó de correr. 


Fuera de peligro.



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