sábado, 14 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 21





—Hijo, casi no te reconozco.


Pedro se acarició la barbilla. En cuanto se había levantado se había ido a casa de sus padres, sin ni siquiera darse una ducha ni afeitarse. Lo único que había hecho antes de salir de casa, había sido lavarse los dientes.


—¿Nos tomamos un café? —preguntó Pedro sin dejar de tocarse la barbilla.


—Eva, ¿está el café listo? —dijo Ramon desde la mesa del salón a la que estaba sentado.


—Ya está casi.


Pedro todavía no sabía a qué venían aquellas prisas porque fuera al rancho de sus padres. Su madre lo había llamado y le había dicho que querían hablar con él lo antes posible. 


Pedro había saltado de la cama, aún con resaca. La noche anterior había bebido demasiado para tratar de olvidar que Paula estaba en la habitación de abajo y que la deseaba más que a cualquier otra persona en el mundo.


Pero Paula estaba fuera de su alcance.


—Gracias, mamá —dijo Pedro cuando Eva le entregó una taza de café.


—Hannah ha preparado esas tartaletas rellenas de arándanos, tus favoritas. Las estoy calentando


—Gracias, mamá, pero no tengo hambre.


—Claro que tienes hambre, y si no, seguro que te entra en cuanto las huelas. Creo que Hannah ha puesto mucho esmero en prepararlas. Ya sabes que le encanta complacerte.


Ojalá que su madre dejara de parlotear. Tenía un dolor de cabeza espantoso y el estómago muy revuelto. ¿Pero cómo iba a decirles a sus padres que se había emborrachado porque quería acostarse con la mujer que lo había traicionado y hacia quien ellos guardaban tanto rencor? No se lo iba a contar, sobre todo porque no era asunto suyo.


—Bueno, cuéntanos lo que estás pensando —dijo Eva.


—Sí, bueno —murmuró Pedro sin dejar de mirar a la taza. 


Su madre lo observó.


—Hijo, tienes un aspecto horrible.


—Gracias —repuso él tras dejar la taza sobre la mesa y mirarla.


—Es la pura verdad.


—Gracias de nuevo —dijo con sarcasmo.


—No te hagas el tonto, Pedro.


—Madre, no sigas. No estoy de humor.


—¿Y cuándo estás de humor? —le reprochó su madre.


—Bueno, ¿qué pasa?


—Eh, vosotros dos, tiempo. Se supone que somos una familia de gente civilizada, ¿vale? —intervino Ramon.


—Voy por los dulces —dijo Eva visiblemente enfadada.


—No le hagas caso a tu madre. Tiene uno de sus ataques, ya verás cómo se le pasa —dijo Ramon con el ceño fruncido.


—Más vale. No soporto que esté encima mío, papá.


—Lo sé, hijo. Tienes que aguantarla un poco. Ella sólo quiere lo mejor para ti y piensa que tu futuro está en la política.


—¿Y qué pasa si yo no estoy de acuerdo? —preguntó Pedro.


En aquel momento Eva entró por la puerta y dejó el plato sobre la mesa. Pedro tragó saliva e intentó no mirar. 


Solamente el olor le había dado náuseas. Pero no dijo nada. 


Quizás después pudiera probarlos para darle gusto a su madre.


—¿Quieres que te sirva un plato? —preguntó Eva con una sonrisa pensando que ya se había ganado a su hijo.


—Ahora mismo no quiero. Prefiero acabarme el café —mintió Pedro. Lo único que hubiera preferido habría sido irse a casa y meterse en la cama.


—Bueno, volviendo al tema de antes, hijo, ¿has tomado una decisión?


Pedro pudo notar cierta ansiedad en el tono de voz de su padre y suspiró. Su madre parecía un poco más tranquila aunque estaba conteniendo la respiración en espera de una respuesta.


—No.


Los dos lo miraron con asombro.


—No me puedo creer que todavía estés dudando. Ya sé que la fiesta fue ayer, pero aun así, creo que ya deberías haber tomado una decisión —dijo Eva enfadada.


—No es fácil. Para mí significa una decisión importante y un gran compromiso.


—¿Y qué hay de malo en eso? Hasta el día de hoy nunca te he visto echarte atrás ante un desafío —añadió Ramon.


—Ya sabéis que donde realmente tengo puesta la cabeza es en el negocio de los caballos. Embarcarme en los dos proyectos al mismo tiempo me parece demasiado —dijo Pedro.


—La opción de criar caballos siempre la tendrás. Sin embargo, la opción de empezar tu carrera política, no —afirmó Eva enérgicamente.


—Soy consciente de ello, madre.


—¿Eres también consciente de que si no te casas con Olivia pronto, puedes llegar a perderla? —preguntó Eva con una mirada maliciosa.


Aquélla era la gota que colmaba el vaso.


Pedro se levantó de la silla causando el sobresalto de sus padres.


—No me voy a casar con Olivia.


—¿Qué? —preguntó Eva consternada llevándose la mano al pecho.


—Ya me has oído.


—¿Nunca?


—Nunca —repuso cansado.


Se hizo un silencio en el que Eva y Ramon se miraron, perplejos y decepcionados.


—Es ella, ¿verdad? —preguntó Eva mordaz.


—Eva —dijo Ramon reprendiendo a su esposa.


—Sólo estoy diciendo la verdad. Este chico no es el mismo desde que Paula ha vuelto.


—Deja a Paula al margen —dijo Pedro en un tono de voz que no admitía réplica—. Y ya que has sacado el tema, dejadla en paz. Ya sé que tú y Olivia la estuvisteis acosando ayer en la barbacoa. Y eso también va por ti —dijo mirando a su padre.


Ramon se ruborizó. Eva apretó los dientes.


—Tenemos todo el derecho del mundo a... —comenzó a decir Eva, pero su hijo la interrumpió.


—No tenéis ningún derecho sobre mí. Y tampoco lo tiene Olivia.


Pedro, me estás enfadando. Y además me estás dando miedo con cosas que pensaba que estaban ya superadas.


—Si tu miedo tiene que ver con Paula, relájate. Créeme, me odia y no ve el momento de marcharse de aquí.


Eva soltó un gran suspiro de alivio.


—Gracias Dios por estos pequeños favores.


—Gracias por el café —dijo Pedro tras apurar la taza.


—¿Eso quiere decir que te marchas? —preguntó Eva irritada.


—Eso es. Ya hablaremos en otro momento. Y mientras tanto, quiero que os mantengáis al margen de mi vida.


Se dio media vuelta y no miró atrás ya que sabía que se los iba a encontrar boquiabiertos.




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