viernes, 20 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 8





Paula levantó la cabeza y lo miró fijamente.


Deliberadamente, él mantuvo su mirada durante unos segundos y se preguntó si ella era consciente de que sus pensamientos eran muy transparentes, que se leían en sus ojos. Paula pensaba que iba a besarla; lo tenía escrito por toda la cara. Pensaba que iba a besarla y, si lo hacía, no se iba a resistir. De hecho, quería que la besara. Lo deseaba tanto que hasta sus labios se había separado en anticipación… Podía besarla en aquel momento y ella no haría nada para detenerlo. Todo lo contrario, le animaría activamente.


Y precisamente aquélla era la razón por la que no iba a hacerlo. Deseaba besarla. Era bastante sorprendente, incluso impresionante, lo mucho que anhelaba hacerlo. Pero no se iba a dejar llevar por aquel deseo. En aquel momento Paula estaba interesada, incluso deseosa, pero él quería que estuviera más que eso. Quería que estuviera ansiosa, entusiasmada… quería que tuviera hambre y necesidad de él. Deseaba tenerla completamente enganchada a él.


Aquella hermana Chaves no se le iba a escapar, no iba a dejarlo plantado en el altar.


—Tienes que quitarte esto… —dijo, acercando su mano al pelo de ella. Comenzó a quitarle las horquillas, las muchas horquillas que llevaba y que sujetaban el moño.


Le quitó una a una con cuidado de no hacerle daño y las fue tirando sobre la hierba que rodeaba la piscina. Aunque aparentemente estaba concentrado en deshacerle el moño, no pudo evitar percatarse de que la expresión de la cara de ella había cambiado. El brillo de sus ojos había desaparecido y algo muy parecido a la decepción se había apoderado de ellos.


Precisamente lo que él había estado buscando.


Al ir quitándole las horquillas, se percató de lo suave que tenía el pelo; lo tenía increíblemente sedoso. Cuando por fin le deshizo el moño y el pelo cayó sobre la cara y los hombros de ella, percibió una suave fragancia, una mezcla de un aroma cítrico y un perfume intensamente femenino. De inmediato, sintió cómo la sensualidad se apoderó de su cuerpo al recordar que aquélla era la misma fragancia que había desprendido la piel de Paula mientras habían bailado. 


La sensación que sintió fue tan inesperada, tan poderosa, que por un momento se detuvo y trató de controlar la masculina y primitiva reacción de su cuerpo.


—Me sorprende que no tengas un dolor de cabeza terrible tras haber tenido el pelo peinado en un moño tan tirante durante todo el día —se forzó en comentar con calma mientras le acariciaba el pelo.


—Lo he… tenido —admitió ella—. He estado toda la tarde deseando quitarme las horquillas.


Instintivamente dobló el cuello y presionó el cráneo contra los dedos de él. Agitó la cabeza para sentir la libertad que le ofrecía tener el pelo suelto.


—Me siento mucho mejor.


Pedro mantuvo una lucha consigo mismo para tratar de refrenar la necesidad que sintió de entrelazar los dedos en la melena de Paula, de agarrarla por el pelo y sujetarla en el lugar exacto para besarla a continuación. Pero sí se permitió acariciarle algunos mechones. Se percató de que le quedaba mucho mejor el pelo suelto que el tirante moño que había llevado durante toda la tarde.


—¿Entonces por qué te hiciste ese peinado?


—Oh, fue idea de Petra. Ella planeó todo para esta boda. Quería que fuera perfecta para…


Al dejar Paula de hablar. Pedro se percató de la incertidumbre que reflejaron sus ojos al mirarlo y de cómo se mordió el labio inferior.


—Puedes decir su nombre —dijo—. El mundo no se va a detener porque menciones a tu hermana. Así que todo tenía que ser perfecto para una boda a la que Natalie no iba a presentarse.


—No…


Aquello provocó que Paula se mordiera aún más el labio inferior. Incapaz de contenerse, él le puso un dedo en la boca para que dejara de morderse el labio.


—No hagas eso —ordenó tanto para ella como para él mismo, ya que en cuanto tocó su suave piel deseó acariciarle los labios.


La necesidad de saborearla, de sentir la calidez de su boca en la suya propia se apoderó de él y despertó todos sus sentidos. Quería tomar aquella boca y besarla, besarla hasta que se rindiera ante la pasión que despertaba en ella. Pero se contuvo. Y por la manera en la que Paula frunció el ceño supo que la había provocado.


—No creo que mi hermana pretendiera dejarte plantado en el altar cuando accedió a casarse contigo.


—¿No crees?


—No —contestó ella, sintiendo cómo las manos de Pedro continuaban acariciándole el pelo. Ante las caricias de él, un hormigueo le recorrió la piel.


Había estado muy segura de que Pedro había pretendido besarla hacía sólo un momento. La manera en la que le había mirado la boca había provocado que se le quedara la garganta seca.


—Quería que la boda comenzara con… te quería a ti.


—Hasta que tú la convenciste de lo contrario.


Algo había cambiado y había alterado la atmósfera de manera significativa. Mientras hablaba, Pedro detuvo la mano y dejó de acariciarle el pelo. Sin sentir aquellas delicadas caricias, Paula se vio embargada por un intenso frío. Había habido algo de lo que se había olvidado, algo que su mente había apartado, pero al mismo tiempo era algo en lo que debía haber estado pensando durante todo el tiempo.


No era probable que un hombre como Alfonso fuera simplemente a aceptar una relación platónica. Desde luego que no con la mujer con la que había planeado casarse.


—¡No!


Reaccionando instintivamente, apartó la cabeza de las manos de él.


—¡Déjalo!


Pedro levantó ambas manos, pero la oscura burla que reflejaron sus ojos hizo que el gesto de aparente rendición no tuviera sentido.


—¿Y exactamente qué es, querida, lo que tengo que dejar? —preguntó, tratando de provocar.


—Si crees que quiero ser atacada por alguien que fue el amante de mi hermana… o que voy a dejar meterse en mi cama a cualquier hombre que acaba de dejar la de Natalie… estás muy equivocado. Yo…


A Paula se le apagó la voz. Se sintió avergonzada al ver la expresión de la cara de él y cómo frunció el ceño. Se dio cuenta demasiado tarde del estúpido error que había cometido. Se mordió la lengua y agradeció la manera en la que las sombras de la noche ocultaban lo mucho que se había ruborizado.


—Te sugeriría, señorita, que por lo menos esperaras a que te invitara a mi cama antes de que rechaces cualquier oferta con la indignación de una virgen horrorizada —contestó él con gran frialdad—. Que sepas que jamás me acosté con tu hermana.


—¿No? —preguntó Paula, avergonzada y ruborizada.


—No. Quizá ése fue mi error.


—¿Tu error? ¿Qué clase de error?


Insegura, ella se percató de que había perdido todo control sobre su lengua, ya que parecía que no podía pararse a pensar antes de hablar. El nerviosismo le hacía decir cosas antes de tener tiempo de considerar si eran prudentes o incluso apropiadas. Quería demostrarle a Pedro que no era la torpe e ingenua muchacha que había aparentado ser.


La torpe e ingenua muchacha que había imaginado que él se le estaba insinuando cuando en realidad sólo había estado jugando con ella.


—¿Crees que sólo porque se hubiera acostado contigo no iba a ser capaz de alejarse de ti? ¿Que al haber sentido cómo haces el amor se hubiera convertido en adicta a ello y se hubiera quedado a tu lado para obtener más?


—Nunca lo sabremos, ¿verdad? Y creo que te sientes muy aliviada de que ése haya sido el caso. Sé que yo lo estoy.


—¿Aliviado?


Confundida y horrorizada, Paula frunció el ceño, incapaz de comprender lo que había querido decir él.


Era imposible que Pedro le hubiera leído los sentimientos y que supiera que ella había sentido algo parecido a la tranquilidad al enterarse de que no se había acostado con Natalie.


—Lo que dices no tiene sentido. ¿Por qué demonios iría a sentirme aliviada?


—Porque, como has dicho tan elocuentemente hace sólo un momento, no vas a dejar meterse en tu cama a ningún hombre que acabe de salir de la de tu hermana. Y ahora que ya sabes que Natalie y yo jamás fuimos amantes, eres libre para satisfacer tus propias necesidades… cosa que, estoy seguro, es lo que quieres hacer.







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