jueves, 7 de septiembre de 2017

UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 20




A las dos de la mañana, seguía completamente despierta. 


Había oído a Pedro entrar en su habitación hacía una hora y la casa estaba en silencio. No podía soportar seguir en aquella casa con él ni un minuto más.


Tenía que irse de allí. En ese mismo instante.


Estaba sentada en la cama, en vaqueros y camiseta, como llevaba varias horas, y miró el pequeño puñado de posesiones que había metido en una bolsa de plástico. Era patético. Se sentía como una refugiada.


Intentó pensar con claridad. Pedro estaba dormido. No la oiría si se iba en silencio. Las llaves estaban en la ranchera se había fijado que las había dejado puestas. Conduciría de vuelta a Kuala Lumpur, buscaría un hotel y llamaría a Nazirah. Nazirah se pondría en contacto con su padre para conseguir su pasaporte y su bolso y se lo llevaría al hotel. 


Sería muy sencillo.


Salió de la habitación sin hacer ruido y bajó las escaleras de madera. Se sentó en el coche lista para arrancar cuando sintió una oleada de pánico. Todo estaba oscuro a su alrededor. Ni señales de tráfico ni luces para ayudarla. 


Bueno, ¿y qué podía ir mal? Sólo tendría que seguir el camino durante veinte minutos hasta el pueblo y después la carretera.


Conteniendo el aliento, arrancó el motor. Hizo un ruido horrible en medio del silencio de la noche. ¿Y si Pedro se despertaba?


Bueno, ¿y qué? No podría detenerla.


Condujo despacio sin ver encenderse ninguna luz en la casa. Exhaló un suspiro de alivio, pero seguía sintiendo una gran tensión. Apretó el volante con fuerza mientras maniobraba por el irregular camino. Intentó relajarse. Al día siguiente por la tarde estaría metida en un avión fuera del país. Podía aferrarse a aquella imagen.


Media hora más tarde todavía no había llegado al pueblo.


¿Dónde estaba el pueblo? ¿No debería haber llegado ya? 


Sus ojos se fijaron en el indicador de gasolina y el estómago le dio un vuelco. Estaba en la reserva, pero todavía quedaba algo. Bueno, probablemente le alcanzaría para llegar al complejo Paraíso y allí tendrían un surtidor. Quizá hubiera uno antes siquiera de llegar. Todavía le quedaba un poco del dinero que le había prestado Pedro para hacer sus compras.


Un poco más tarde echó un vistazo de nuevo al reloj. Habían pasado cuarenta minutos desde que se había ido de la casa. 


Sintió una opresión en el pecho de aprensión. Escudriñó en la oscuridad. Nada. El camino parecía aún más estrecho de lo que recordaba. Quizá porque fuera de noche y la jungla parecía más opresiva.


¿Se lo estaba imaginando o sus focos ya no brillaban tanto como deberían? Avanzó despacio por el agreste camino y pronto comprendió con horror que las luces eran cada vez más tenues. Comprendió también que el Toyota apenas se movía cuando apretaba el acelerador. El indicador de gasolina seguía diciendo que iba baja, pero todavía no se había quedado a cero.


Algo iba mal con el coche.


Rezó en silencio por llegar pronto al pueblo. No podría habérselo pasado, ¿verdad?


Las luces eran ahora muy débiles y la jungla que la rodeaba cada vez más oscura. El camino era apenas visible y el coche casi no avanzaba.


De hecho, se estaba parando.




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