jueves, 7 de septiembre de 2017

UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 18




Paula se quedó sin aliento ante la mezcla de emociones que se arremolinaron en su pecho. Pedro había estado soñando con ella. No sabía qué decir, qué preguntar…


—Estabas hablando —dijo él—, pero no me acuerdo de nada de lo que decías. Eran sólo… sonidos. No sé, como una lengua extranjera, sólo que no lo era.


Ella apenas podía respirar.


—¿Qué estábamos haciendo? ¿Dónde estábamos?


—No estoy seguro —se frotó la frente—. No me puedo acordar de verdad… sólo… que no era ahora. Era… cuando todavía estábamos casados.


Cerró los ojos y apretó los párpados como intentando rescatar el sueño.


—Tú llevabas un vestido rojo.


—¿Un vestido rojo? Nunca uso nada rojo.


Le iba mal con el color berenjena del pelo. Él no dijo nada y siguió con los ojos cerrados. Paula se acercó sin darse cuenta a la cama.


—¿Dónde estábamos? —preguntó con suavidad—. ¿En casa?


—No, era un sitio extraño. Oscuro, frío… no lo sé.


Se estiró del todo y se pasó las dos manos por el pelo con frustración.


—Tú estabas muy… disgustada… enfadada. Me gustaría saber qué crimen horrible había cometido.


Ella tragó saliva.


—No era real.


—Pues a mí me pareció muy real.


Paula forzó una sonrisa.


—Bueno, ahora no estoy disgustada, así que no te preocupes —se apartó de la cama con las piernas temblorosas—. Iba a prepararme un té caliente. ¿Quieres que te prepare algo?


—Tomaré un café.


—Yo te lo haré.


Abandonó la habitación en silencio aliviada de apartarse del ambiente de incomodidad entre ellos.


Cuando el té y el café estuvieron preparados, Paula puso las tazas en la bandeja y la llevó al salón.


Pedro estaba en la terraza apoyado contra la barandilla y contemplando la oscura jungla de detrás del jardín


Le pasó la taza.


—Gracias. Siento haberte despertado. Debí hablar en sueños.


Sonaba calmado y bastante despierto.


—No te preocupes. Es interesante estar aquí fuera de noche. Parece tan misterioso.


La jungla parecía palpitar y vibrar de sonidos.


—Está tan… vivo. Todos esos animales y plantas manteniendo el ecosistema. Es tan… maravilloso, ¿no crees?


—Sí.


Paula lo miró de soslayo. La cara de él era de diversión y tenía los labios arqueados en una media sonrisa.


—¿Qué es lo que te resulta tan divertido?


—Oh, estaba recordando lo que te maravillaba que los brotes salieran del suelo.


—Eso también es fascinante, creo yo.


—Es siempre lo que me ha encantado de ti, tu entusiasmo por las cosas pequeñas —dijo en voz muy baja—. Me haces fijarme en cosas a las que nunca hubiera prestado atención.


—Solías burlarte de mí —dijo ella con suavidad sintiendo una dolorosa sensación de pérdida.


—Conseguías que mirara a las cosas de forma diferente —siguió él—. Me abriste un nuevo mundo.


Sus palabras la hicieron sentirse ligera, casi mareada. Cerró los ojos y tragó saliva.


—No sabía que pensaras eso.


Él se quedó en silencio por un momento.


—Recuerdo la primera vez que te conocí en la fiesta de tus padres. Allí estabas tú, tan elegante y preciosa con tu traje largo diciéndome que te encantaba ponerte tus botas de montaña e ir a buscar níscalos en primavera y lo deliciosos que estaban con una receta especial tuya —esbozó una sonrisa—. Y yo no tenía ni idea de lo que estabas diciendo.


—Ya me acuerdo.


Ella también sonrió.


—Y yo seguía mirándote con aquel vestido tan elegante y la copa de champán en la mano y no podía imaginarte en vaqueros y botas de montaña.


No le había costado mucho resolver el dilema, porque al mismo día siguiente, el domingo, los dos estaban en los bosques buscando níscalos.


Sentados en el musgo, él la había besado como ella ya había imaginado. Y las horas y minutos que habían llevado a aquel beso, habían sido de deliciosa anticipación.


Recuerdos, tantos recuerdos.


Un suave arrullo llegó desde algún sitio en el jardín. A Paula le temblaban las manos y posó la taza en la mesita que tenía detrás por miedo a que se le deslizara de los dedos.


Silencio. Pedro le sonrió con la cara débilmente iluminada por la luz de la luna. Paula volvió a ver el oscuro anhelo en aquella sonrisa y el corazón le dio un vuelco. Pedro alargó la mano y ella sintió sus manos abarcar su cara y al instante la estaba besando con labios cálidos y apremiantes.


Se le inflamó todo el cuerpo de ardor y todos sus sentidos despertaron a la vida. Los brazos de él la apretaron con más fuerza, su beso se hizo más profundo y Paula se empapó de las sensaciones familiares, deseo, ansia… mientras sentía su cuerpo contra el de ella inflamado de deseo. Un suave gemido escapó de la garganta de Pedro al apartarse de ella unos momentos más tarde.


—Ven a la cama conmigo —le susurró al oído con voz ronca y baja.


Ella estaba temblando entre sus brazos, consciente sólo que de los dos finos sarong que separaban sus cuerpos. No conseguía recuperar el habla.


Pedro deslizó los dedos por su pelo.


—¿Paula? —la apremió.


Ella tragó saliva con desesperación luchando contra el deseo.


—No puedo hacer esto.


—¿Por qué no?


—No… no está bien.


No sabía qué otra cosa decir, cómo explicar su miedo. «No puedo volver atrás», pensó.


Él se rió con suavidad.


—Los dos somos adultos sin compromisos. Nos conocemos bien. Estamos solos y nos necesitamos. ¿Es eso tan terrible, Paula?


Ella no podía hablar. Estaba intentando recuperar la cordura, luchando contra el terrible deseo que tiraba de ella.


—¿Me deseas, Paula? —preguntó él en un susurro.


—Sí —susurró ella.


No tenía sentido mentir. Él la conocía demasiado bien. La antigua magia todavía existía entre ellos, el mutuo encantamiento de los sentidos, la dulce intoxicación, los fuegos de la pasión. Su cuerpo todavía recordaba y reaccionaba ante el de él con familiar delicia.


Pero hacer el amor no era suficiente. No podía sustituir otros anhelos, otras necesidades.


Las lágrimas asomaron a sus ojos.


—No —dijo temblorosa—. No es suficiente. No puedo acostarme contigo sólo porque… porque me sienta bien. Sólo porque podría ser tan… tan conveniente —apretó los puños sintiendo una oleada de rabia ahogar el deseo al recordar aquel teléfono sonando en una habitación vacía—. ¡Olvídalo! Que me ahorquen si voy a ser sólo conveniente para alguien.


Sus palabras resonaron angustiadas en el silencio. Él no dijo nada pero dio un paso atrás como si no pudiera soportar de repente su cercanía.


—¿Qué diablos quieres, Paula? ¿Qué diablos has querido siempre? Yo te lo di todo. ¡Todo! ¡Y ni siquiera fue suficiente!


Se dio la vuelta de forma brusca y entró en la casa.


Ella estaba temblando con tal violencia que tenía miedo de moverse.


—¡Oh no, Pedro! —susurró en la oscuridad—. No me lo diste todo.






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