jueves, 7 de septiembre de 2017

UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 19




Paula desayunó sola a la mañana siguiente. Pedro estaba en el despacho escribiendo. Entró en la cocina un poco más tarde mientras ella estaba sirviéndose la segunda taza de café y le dio los buenos días con educación, mirándola sólo un segundo. Se sirvió también una taza de café y salió sin decir una palabra más.


Paula sintió deseos de salir corriendo de allí. Se sentía atrapada e impotente, lo que la enfurecía. ¿Cómo se atrevía el destino a hacerle eso a ella, la independiente y auto suficiente Paula Chaves?


Se fue de la cocina, buscó papel, bolígrafo y material de investigación y se fue a la terraza a escribir.


No hubo señales de Pedro durante la comida y no lo vio hasta la hora de la cena. La tensión en la mesa era tan densa como el humo. Él apenas dijo una sola palabra y ella no hizo ningún esfuerzo por mantener una conversación. Le costó hasta tragar la comida, pero hizo el esfuerzo por no ofender a Ramyah.


Después de servirles el café, Ramyah les dio las buenas noches y se retiró a su habitación.


—Hay algo que quiero preguntarte —dijo Pedro con una voz baja y contenida.


—¿Qué es?


Los ojos de Pedro estaban nublados y eran indescifrables.


—¿Qué es lo que fue mal? Nunca entendí que fue lo que salió mal.


A Paula se le desbocó el corazón. Le costaba respirar. Sabía lo que la estaba preguntando y la ansiedad la atenazó con renovada intensidad.


—Fue… sólo… que… que ya no funcionaba.


El apretó con fuerza la taza de café.


—¿Qué tipo de respuesta es esa? ¿Por qué no funcionaba?


—¡Porque ya no estábamos nunca juntos! —explotó ella con la voz temblorosa—. No se puede mantener un matrimonio si una pareja no se ve.


Él apretó la mandíbula.


—Lo habíamos planeado para poder vernos. De hecho funcionó bien el primer año o así. Hasta que ya no estabas en casa nunca.


Paula sintió que le temblaban las piernas bajo la mesa y apretó las rodillas juntas.


—¡Estuve allí muchas veces!


—Pero no cuando estaba yo —dijo Pedro con la voz fría como el hielo—. No a partir del primer año más o menos. Algo sucedió… algo cambió.


Algo había cambiado. En su mente, en su percepción. Lo que le había parecido tan bien al principio había empezado a parecer diferente. De repente la asaltó la rabia y las ganas de descargarse con él por todo el dolor que le había causado.


Lo miró apretando las manos en su regazo.


—A ti te parecía bien trabajar durante semanas y semanas —lo acusó con amargura—. Pero, ¿no me podía ir yo? ¿Se suponía que debía quedarme en casa para cuando tú tuvieras tiempo para honrar a la vieja ama de casa con tu presencia? Y eso es lo que hice yo, durante el primer año, ¿o no? ¡Qué conveniente fui para ti!


Él apretó la mandíbula como el acero. Sus ojos eran tan fríos como el hielo.


—Eso no fue un arreglo que te impusiera yo —replicó él hablando despacio y de manera punzante—. ¡Fue un plan que hicimos juntos!


La furia de Pedro y la frialdad de sus ojos casi la asustaron. 


Sintió una campana de advertencia en la cabeza, pero no parecía ser capaz de detenerse.


—¡Pero cuando el plan ya no funcionó —siguió ella—, cuando yo ya no estaba en casa para servirte, te enfriaste conmigo y decidiste hacer otra cosa! ¡No te importaba si yo estaba en casa o no! ¡Te las arreglabas perfectamente sin mí! —Le tembló la voz—. Ya no necesitabas a una mujer.


Dejó de hablar, se sentía frágil, como si una mera brisa de aire pudiera romperla en mil pedazos.


Pedro arrastró la silla hacia atrás, su cara era una máscara de furia cuando la miró.


—Esta ha sido la diatriba más absurda que he escuchado nunca. ¡Puedes ahorrártela!


Se dio la vuelta de forma brusca como si ya no pudiera estar en su presencia ni un segundo más.


Y ella se quedó inmóvil en la silla con un doloroso vacío en el alma.



****


Ella nunca se había considerado como una esposa devota que sirviera a su marido; no hasta más tarde, cuando el miedo había creado una nueva imagen para suplantar a la antigua imagen de felicidad.


Había cocinado las comidas más espectaculares para los dos, decorado la casa con flores y velas, quemado incienso y perfumado el ambiente.


Muchas veces, ni siquiera habían tenido tiempo de llegar a la habitación para hacer el amor…


Lanzó un gemido. Le dolía tanto pensar en aquello, en las maravillosas, salvajes y apasionadas noches en las que todo había sido tan perfecto.


Pero hacía mucho que se había acabado y perdido para siempre y, sin embargo, todavía la acosaba. No conseguía apartar las imágenes. Bajó las manos e inspiró temblorosa. 


Se levantó despacio y se fue al pasillo para ir a su habitación.


Desde el despacho escuchó el rítmico sonido de las teclas. 


Él estaba trabajando otra vez, escribiendo su informe, escapando de ella. Inspiró con el estómago encogido pensando en las llamadas en mitad de la noche, en el teléfono sonando y sonando en su casa vacía de Washington.







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