jueves, 21 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 6





CON UN GEMIDO, Paula volvió a dejarse caer sobre la almohada. Tenía la cabeza a punto de estallar.


—Ese licor debería llevar una advertencia en la etiqueta —la reacción solidaria de Pedro a su visible incomodidad procedía de un punto no muy lejano a su izquierda.


Si no hubiera sentido tan frágil la cabeza, Paula abría asentido con pesar.


—Como lo vuelva a ver... —con una exclamación confusa abrió de golpe sus pesados párpados... De hecho, en su cabeza sonó como un sonoro y doloroso ¡paf!


Unos ojos oscuros le sonreían. La confusión de Paula se intensificó y el ruido de su cabeza se hizo insoportable.


—Estás en mi cama.


Paula intentó dar la impresión de que tener a un hombre increíblemente atractivo en su cama no era ninguna novedad, pero fracasó estrepitosamente al no transmitir el debido grado de despreocupación. Sus pensamientos maníacos seguían dando vueltas sin proporcionarle la menor pista que explicara aquella extraña situación.


—Sobre tu cama —la corrigió Pedro con pedantería mientras se ponía de costado.


¿Cambiaba algo la situación? ¡Paula esperaba que sí! Una rápida mirada bajo el cómodo edredón confirmó que seguía llevando la vestimenta de cama menos glamorosa de su insípido ropero. Paula no se sentía en absoluto cómoda, pero se aferró a aquella migaja de consuelo. Y Pedro también estaba vestido. Eso debía ser una buena señal, ¿no?


¿Una señal de qué?, preguntó una voz satírica en su cabeza. Pedro nunca había reflejado ni el más remoto interés por su cuerpo de mujer. ¿Y por qué iba a hacerlo, cuando sentía debilidad por las féminas esculturales? Su amante casada sería, sin duda, una más de la larga lista de diosas rubias.


Pero la idea de que Pedro no se hubiera visto arrastrado por el deseo, en lugar de tranquilizarla, la desanimó. ¿Desde cuándo se alegraba una mujer de saber que no tenía atractivo sexual?


Los terribles acontecimientos del día anterior, sin embargo, no parecían tan difusos. Chloe y su prometido iban a presentarse allí para llevar a Benjamin al zoo. Incluso Chloe había comprendido, después de varios razonamientos sensatos, que no podía llevarse a su hijo sin prepararlo.


Descubrir que había hecho algo con Pedro que sin duda lamentaría podría confirmar que era irresistible como mujer, pero también completaría el peor día de su vida. No, no podía haber... ¿No? Estudió con disimulo el atractivo rostro de Pedro en busca de alguna pista y descubrió únicamente cierto grado de regocijo que podía significar cualquier cosa.


—No es la primera vez que estoy en tu cama, Paula, ¿recuerdas?


Paula se sorprendió al oír aquella referencia. Su expresión tensa se suavizó. Por supuesto que se acordaba. Recordaba haber estrechado el cuerpo delgado y juvenil de Pedro contra el suyo y, en más de una ocasión, haberse quedado dormida con su cabeza morena apoyada en su pecho plano de adolescente.


El vivido recuerdo le hizo un nudo en la garganta. Su amistad con un Pedro mucho más joven y vulnerable había sido la más estrecha de todas. No podía esperar que aquel grado de intimidad durara para siempre, pero era triste pensar en lo mucho que se habían distanciado. Si algo era bueno, merecía la pena hacer un esfuerzo por conservarlo.


Exhaló un pequeño suspiro y se permitió albergar cierta esperanza. Si aquella ocasión había sido tan inocente como las que Pedro mencionaba, no tenía nada de qué preocuparse. Pero Paula se habría sentido mucho más aliviada si Pedro no tuviera la clase de voz que podía convertir una canción de cuna en una insinuación sugerente.


—¿Todavía está el viejo nogal junto a la ventana?


Las mujeres siempre solían recibir a Pedro con los brazos abiertos... salvo por Claudia. Su mirada se endureció al recordar su desaire. Lástima que no le hubiera dado la espalda antes de que Pedro hiciera el más absoluto de los ridículos.


—No, estaba enfermo y tuvieron que talarlo —respondió Paula en un tono enérgico que no reflejaba ni un ápice de la tristeza que había sentido en su momento.


—El tiempo no pasa en vano —suspiró Pedro con pesar. Paula paseó la mirada con rapidez por su cuerpo grande y viril. ¡Como si él estuviera decrépito!—. No está bien —prosiguió— que una casita llamada El Nogal no tenga nogal.


Paula pensaba lo mismo, pero se negó a sucumbir a la tristeza.


—No irás a ponerte nostálgico, ¿no? Si te sirve de consuelo —reconoció—, planté varios esquejes del antiguo nogal después de que lo talaran. Y, para ser exactos, esta era la habitación de la abuela por aquel entonces, y también su cama.


La que Pedro había compartido con ella era una estructura estrecha de metal que, seguramente, se hundiría hoy día bajo su peso, pensó, mientras recorría su figura larga y fornida con la mirada.


¿Quién habría pensado que el niño flacucho se convertiría en un espécimen tan asombrosamente perfecto?


Consciente de que su respiración se aceleraba al contemplarlo, Paula inspiró hondo y se humedeció los labios con la punta de la lengua. Cuando tragó saliva, tenía la garganta seca y dolorida, como si quisiera llorar... pero no quería.


Una cosa era considerar el magnetismo sexual de un hombre, y otra muy distinta babear por ello. Pedro ya tenía bastantes admiradoras que encomiaban su perfección física para que ella se uniera al club. Alzó la vista con nerviosismo para ver si él se había percatado de su escrutinio, pero Pedro no tenía la mirada puesta en el rostro de Paula.


—Han cambiado muchas cosas desde entonces —la voz grave estaba cargada de cálida apreciación mientras seguía contemplando el perfil de sus pequeños senos.


Pedro alzó la vista y sus ojos estaban cargados de turbio erotismo. Los senos trémulos de Paula reaccionaron como si los hubiera acariciado con su cálida boca. La sorprendente imagen desterró todo pensamiento racional de la mente de Paula durante un largo momento candente. Con las mejillas ardiendo, luchó por recuperar la cordura.


—Hay cosas que no cambian... como tu total desconsideración con los demás —era un embuste como la copa de un pino, así que para justificarlo, Paula rebuscó en la memoria algún ejemplo que lo ilustrara. Se sintió triunfante al descubrir uno—. Tu familia debía de preocuparse mucho todas esas noches en las que desaparecías.


—Si la preocupación es directamente proporcional a la intensidad del castigo, estaban muy, pero que muy angustiados —la nota cínica de su voz la impulsó a escrutar el rostro pétreo de Pedro. El recuerdo de los cardenales que vio en una ocasión en su espalda, cuando toda la cuadrilla había ido a nadar, surgió en su cabeza. De repente, todas las ocasiones en las que Pedro se había negado a despojarse de su jersey de mangas largas en un caluroso día de verano cobraron sentido y la horrorizaron.


Se olvidó del dolor de cabeza y se incorporó con brusquedad. Sus ojos llameaban de indignación.


—¡Te pegaba! —pensó en German Alfonso, con su pequeña boca ruin y sus carnosos puños y se le puso la piel de gallina—. ¡Nunca me lo dijiste!


Nadie, ni sus padres, de los que tenía un vago recuerdo, ni la querida abuela Angie le habían puesto nunca la mano encima.


—Déjalo, Paula —dijo Pedro con aspereza.


—¡Pero...!


—Estás jadeando —la interrumpió, mientras estudiaba con interés clínico al agitado ascenso y descenso de sus senos pequeños y moldeados. ¡De modo que Paula tenía senos! No tenía importancia. Sin embargo, fijarse era una cosa, contemplar otra muy distinta. Pedro desvió la mirada con firmeza.


—¡No estoy jadeando! —exclamó Paula casi sin aliento. Contrajo la mandíbula y entornó su mirada furibunda—. ¡Me gustaría...!


Pedro tomó sus manos y, tras introducir los pulgares en sus pequeños puños, los abrió muy despacio.


—Ya veo lo que te gustaría hacer —la regañó con suavidad.


Pedro solía dar gracias a la fortuna porque el único legado personal que había recibido de un padre con tendencia a levantar la mano a su hijo rebelde, fuera la profunda aversión que sentía por la violencia y los individuos que la utilizaban para controlar a los más débiles.


Solo había utilizado la fuerza física en una ocasión para castigar a otra persona... en realidad, habían sido tres, estudiantes de sexto curso que estaban haciendo de la vida de un cuarto compañero un auténtico infierno. Pedro entró un día en la sala común y los sorprendió inmovilizando al más débil contra la pared mientras hacían turnos para pegarlo. Echó fuego por los ojos, un fuego carmesí que lo cegó. Aquel día, se liberó de sus demonios y fue expulsado del internado.


Paula se quedó inmóvil al sentir el pulgar de Pedro en la palma de su mano. El estremecimiento que la recorrió le hizo fruncir la frente cuando, con recelo, su mirada se cruzó con la de aquellos ojos oscuros, sensuales y aterciopelados.


El descubrimiento de la intensidad de aquella mirada escrutadora la tomó por sorpresa. De repente, la tensión que la dominaba pasó a un nuevo nivel de atracción sexual más intenso que el anterior, y se quedó mirándolo sin aliento y con la garganta reseca.


—Sé que te mueres por saberlo... —empezó a decir Pedro, y Paula no dio importancia al calor líquido que sentía en el vientre. Era comprensible, Pedro hablaba con una voz grave e íntima destinada a hechizar, hipnotizar y embelesar a cualquier mujer con hormonas en el cuerpo. Las de Paula, después de años de obstinada desatención, estaban volviendo a la vida en el momento más inoportuno. Sentía un ansia en la que no quería pensar... era increíblemente bochornoso—. Pero no, no acepté la invitación que el alcohol te indujo a hacerme. Claro que no podía dejarte durmiendo en la mecedora, así que te subí a la cama.


—¡Yo no te invité a entrar en mi cama! —con los puños cerrados, Paula se negó en redondo a responder a la provocación. Con el estómago encogido, contempló con incomodidad aquellos sólidos bíceps. No era difícil imaginar cómo la había llevado en brazos hasta allí. En efecto, era tan fácil, que una versión romántica de aquel hecho tenía lugar en su mente en ese mismo momento.


—No —corroboró Pedro con una sonrisa un poco tensa. Las numerosas ocasiones en las que Paula se había acurrucado junto a él durante la noche no podían considerarse invitaciones... aunque habían sido extremadamente provocativas y le habían recordado que, aunque tenía el corazón roto, las funciones más básicas de su cuerpo seguían funcionando a la perfección.


—¿Y después te sobrevino el agotamiento? —inquirió Paula con mordacidad.


—Eso debió de pasar —admitió Pedro, sin responder al reto que veía en los ojos de Paula.


Paula profirió un pequeño gruñido de incredulidad. Pedro no parecía exhausto. De hecho, decidió con irritación, debería estar prohibido que una persona irradiara tanta vitalidad a una hora tan temprana.


—Debí imaginar que acabarías siendo un madrugador —gruñó.


—Además de trasnochador —añadió Pedro con solemnidad, aunque con un brillo de regocijo en la mirada.


—Siempre has tenido una opinión demasiado exagerada de ti mismo —repuso Paula. Intentó simular regocijo y tolerancia, y estuvo a punto de conseguirlo. Pedro detectó el «a punto» y sonrió mientras se defendía.


—No ha faltado quienes han alimentado esa opinión —reflexionó con inocencia.


Paula podía imaginarlo, pero intentó no hacerlo.


—No es preciso que me des más detalles. ¿Qué hora es? —Pedro le dijo la hora y Paula se levantó de la cama con una exclamación—. Chloe y su novio vienen esta mañana.


—¿Qué piensas hacer? ¿Recibirlos con todos los honores?


El tono crítico de Pedro la enojó. Lo decía como si tuviera elección.


—Sé lo que no voy a hacer: recurrir a tácticas ruines y a la manipulación.


—Como quieras.


—No lo entiendo —prosiguió Paula con agitación mientras sacaba prendas de todas las formas y colores de los cajones de la pesada cómoda de nogal—. Benjamin siempre se despierta antes de las siete —Paula había descubierto que tener un bebé hacía innecesario recurrir al despertador.


Pedro atrapó la última prenda que Paula había tirado a la cama con descuido. Era un sujetador de tela fina. Una ojeada bastó para comprobar que no se había equivocado respecto a la talla.


Sus especulaciones nocturnas habían tenido una ventaja: no había pensado mucho en Claudia. Una expresión de perplejidad asomó a su rostro al reparar en lo poco que había pensado en ella.


—Benjamin se asomó hace un rato.


—¿Que hizo qué? —le espetó Paula, y regresó en jarras a la cama.


—Debió de pensar que esta mañana no había mucho espacio libre —especuló Pedro, y contempló la franja estrecha de cama desecha que Paula había desocupado. Obedeció a un impulso y alargó la mano para tocar el calor que había dejado su cuerpo en las sábanas de algodón—. Así que se fue. Pero fui a ver lo que hacía... estaba feliz jugando con sus juguetes, así que lo dejé tranquilo.


Paula lo miró con incredulidad.


—¿Y no se te ocurrió pensar que ha debido de trepar por los barrotes de su cuna? —hacía semanas que Paula sabía que la cuna tenía los días contados. Benjamin había estado contemplando los barrotes con expresión resuelta, y ella ya había frustrado dos intentos de fuga.


—¿Y eso es...?


—¡Peligroso! —le espetó.


—Bueno, parecía estar bien.


—No puedo creer que le hayas dejado vagar solo. ¡Podría haberse caído por las escaleras! —exclamó Paula, con voz aguda por la alarma.


—Tranquilízate, hay una especie de cerca en lo alto de las escaleras. Lo sé porque ayer casi me maté intentando saltarla mientras te subía en brazos.


Paula exhaló un suspiro de alivio. Benjamin no estaba herido, pero había otros traumas.


—Entonces, me vio contigo en la cama —gimió.


—No creo que lo que ha visto haya corrompido su moralidad —replicó Pedro con un tono de impaciencia en su voz lánguida.


—No se trata de eso. La rutina es muy importante para los niños.


—Acuérdate de decírselo a Chloe, ¿quieres? —Paula se mostró tan afligida que Pedro lamentó de inmediato la broma fácil—. Te habría despertado si lo hubiera visto triste. ¿Qué vas a hacer con Chloe? —preguntó con suavidad.


Pedro apoyó los pies en el suelo y se estiró. La fina tela de su camisa se tensó sobre su sólido pecho y Paula desvió la mirada enseguida.


—¿Qué puedo hacer? —hizo lo posible para luchar contra la oleada de impotencia que la invadía—. Voy a recordarle que hay que ir poco a poco para causar a Benjamin el menor trastorno posible. Seguiré viéndolo, claro —le tembló la voz al tiempo que elevaba la barbilla en actitud desafiante—. Él vendrá a verme, yo iré a verlo... Seré su tía favorita.


—¿Y crees que accederá a proceder con cautela?


Pedro contempló cómo el delicado rostro en forma de corazón de Paula se cubría con una máscara de férrea resolución.


—Ya lo creo que accederá —dijo en tono lúgubre. Con expresión severa, tomó la ropa que había seleccionado al tuntún de la cama—. Imagino que ya sabes dónde está la salida —Paula no necesitaba distracciones aquella mañana, y Pedro era una de ellas.


—¿No podría darme una ducha?





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