jueves, 21 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 4






¡ESTABAS saliendo con una mujer casada! —Paula no sabía qué era lo que más la incomodaba, si ese hecho o el que Pedro hubiese estado pensando en esponsales y en bebés—. ¿Quieres tener hijos?


Pedro, que había lamentado su insólita confesión nada más pronunciarla, se pasó una mano por el pelo con ademán enérgico mientras Paula, después de apartarse de él como si tuviera una enfermedad contagiosa, lo miraba con la expresión que sin duda reservaba para los depravados. Pedro reprimió el impulso de señalar que ella tampoco era una santa.


—No es que me apasione la idea —Pedro no comprendió por qué su respuesta sarcástica hizo retroceder aún más a Paula—. Y, para que lo sepas, no supe que estaba casada hasta que no fue demasiado tarde —no sabía por qué diablos le estaba dando explicaciones.


—¿Demasiado tarde para qué?


Pedro frunció el ceño ante aquella persistencia.


—¡Demasiado tarde para no enamorarme! —rugió.


Vio cómo a Paula le temblaban sus suaves labios y una expresión melancólica se adueñaba de sus rasgos casi bonitos. «Cielos, lástima no, por favor», pensó Pedro con una mueca de repulsión.


—¿Qué haces? —preguntó Paula.


—Necesito sentarme, y yo diría que tú también.


Paula miró con recelo la mano con la que Pedro la había agarrado del brazo, pero decidió no oponerse: descubrió que ella también necesitaba sentarse. No estableció ninguna relación inmediata entre la taza de licor medio vacía que todavía sostenía en la mano y el temblor de sus rodillas.


Pedro se alegró al descubrir que la operación limpieza de Paula no se había extendido al pequeño salón de vigas de roble. Empujó a un gato dormido del sofá mullido y barato y se sentó con un gruñido. El gruñido se convirtió en un grito de dolor y se levantó dando un respingo. Un rápido escrutinio debajo del cojín bastó para extraer el objeto responsable de su humillación. Sostuvo en alto al culpable, un viejo tractor de tres ruedas.


—Lo he buscado por todas partes —dijo Paula. Tomó el juguete de los dedos de Pedro y lo meció contra su pecho.


—¿Estás llorando? —preguntó Pedro con recelo. No relacionaba con Paula las lágrimas de mujer, ni los senos aún más de mujer, y aquella noche estaba presenciando ambos hechos. Su vaga sensación de incomodidad se intensificó.


Paula le dio la espalda con brusquedad y guardó el juguete en un cofre de alegres colores que se encontraba en un rincón del salón. Se pasó los nudillos por las mejillas húmedas y volvió junto a él.


—¿Y qué si lloro? —gruñó con rebeldía. A Pedro se le pasó una idea desagradable por la cabeza.


—Benja se encuentra bien, ¿verdad? —una imagen de un bebé manchado de baba surgió en su mente, y sintió una inesperada oleada de afecto—. ¿No estará enfermo o algo así?


Se le ocurrió pensar, como tal vez debería haber hecho antes si era el amigo que aseguraba ser, que debía de ser muy duro para Paula criar sola a su hijo. Benja no podía ser ya un bebé, debía de tener... ¿qué edad? Un año por lo menos.


—Benjamin se encuentra bien. Está durmiendo arriba, en su cuarto —las lágrimas empezaron a fluir de nuevo y Paula se sentía incapaz de contenerlas, así que abandonó cualquier intento de parecer dueña de sí... de sus lágrimas, de su vida, ¡de cualquier cosa!


—Pero ocurre algo malo.


—No sueles señalar lo evidente —graznó. Pedro exhaló un suspiro indulgente.


—Será mejor que me lo cuentes.


—¿Para qué? —preguntó Paula con una pequeña carcajada histérica—. ¡No puedes ayudarme!


—Mujer de poca fe.


—Nadie puede —insistió con voz lúgubre. El alcohol había derribado todas sus defensas de un plumazo. Sin levantar la cabeza para mirarlo, la apoyó en el pecho sólido y amplio que, de repente, estaba muy a mano. Con los ojos fuertemente cerrados, apenas consciente de lo que hacía, le dio uno, dos y tres puñetazos en el hombro.


En un nivel profundo del inconsciente que registraba detalles ajenos a su desgracia, el cerebro de Paula estaba almacenando información irrelevante, como la firmeza de los músculos de Pedro y su fragancia.


—¡No soporto la idea de perderlo! ¡No lo soporto, Pedro! —sollozó en un susurro atormentado.


La angustia de Paula le hacía sentirse impotente. Impotente y ¡un canalla! Paula se estaba poniendo literalmente en sus manos, exhibiendo una confianza en él que tenía todo el derecho del mundo a esperar si realmente era el amigo que afirmaba ser. Por eso, la reacción de su cuerpo a la mujer suave y fragante que estaba abrazada a él tomaba aún más el cariz de una traición


—¿Perder a quién? ¿A tu veterinario? —inquirió. La asió por los hombros y la zarandeó con suavidad.


—¡No se puede perder lo que nunca se tuvo y ni siquiera se quiere! ¿Es que no me escuchas? —le preguntó Paula con ardor.


—¿Entonces, a quién o qué has perdido?


—He perdido mis inhibiciones... Debe de ser el licor.


—Deja de bromear.


Estupendo. Si prefería las lágrimas, las tendría.


—No quiero perder a Benjamin.


—No vas a perder a Benja —la tranquilizó Pedro en tono confiado.


Pedro siempre creía que lo sabía todo. ¡Pues en aquella ocasión, no! Paula alzó con furia la cabeza. Las lágrimas brillaban en las puntas de sus pestañas.


—Claro que voy a perderlo. ¡Chloe quiere quedarse con él! —gimió.


Pedro la miró sin comprender. Lo que Paula decía no tenía ningún sentido... Quizá tuviera menos tolerancia al alcohol de la que Pedro había creído.


—Sé que Chloe siempre consigue lo que quiere —observó con ironía—, pero en esta ocasión, no creo que estés obligada a decir que sí. No deberías beber, Paula...


—¡No lo entiendes!


Pedro movió la cabeza y no contradijo la afirmación de Paula cuando ella fijó sus angustiados ojos de color esmeralda en los de él.


—Yo no soy la madre de Benjamin, sino Chloe... —con lastimeros sollozos, volvió a derrumbarse sobre el pecho de Pedro, dejando que él asimilara la increíble noticia.


Si eso era cierto, y a Pedro no se le ocurría una sola razón por la que Paula mentiría sobre ello, era todo un notición.


Cuando Paula solicitó la excedencia en su trabajo como dinámica agente de bolsa, Pedro se quedó tan atónito como el resto de sus amigos al ver que regresaba con un bebé. 


Comparado con eso, la sorpresa fue leve cuando Paula dejó el trabajo que amaba, después de un intento fugaz y frustrado de combinar la maternidad con su profesión, y se mudó a la casa que había heredado de su abuela.


Y, de repente, afirmaba que no era la madre de Benjamin. 


¡No era la madre de nadie!





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