jueves, 21 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 5




Pasaron más de diez minutos antes de que Paula fuera capaz de proseguir la explicación. Al contemplar su expresión hermética y obstinada cuando se sentó cruzada de brazos en la mecedora, Pedro supo que lo último que deseaba era hablar con él.


—¿Por qué?


—Malena y Elias estaban fuera del país, en alguna que otra selva —recordó Paula en tono inexpresivo, refiriéndose a su hermana mayor y a su cuñado, ambos brillantes paleontólogos de renombre internacional, aunque ajenos a las cuestiones mundanas. Quizá fueran las primeras personas a las que alguien acudiría tras desenterrar un cráneo prehistórico, pero en lo relacionado con el embarazo de su hija, no habrían sido de mucha ayuda.


—Y aunque hubieran estado aquí, no habrían sabido qué hacer.


Paula optó por pasar por alto aquella acertada conclusión.


—Chloe ya estaba de cinco meses cuando se dio cuenta y se llevó un gran disgusto cuando le dijeron que era demasiado tarde para... —Paula hizo una pausa y lo miró con incomodidad.


—Quería deshacerse de él —Pedro se encogió de hombros—. Era de suponer. Siempre ha sido una niña mimada y egoísta.


La sinceridad impedía a Paula refutar aquel juicio cruel. Su hermana y su cuñado siempre habían consentido o hecho caso omiso de su hija única y, como resultado, Chloe se había convertido en una joven muy hermosa, pero muy egocéntrica.


—Una niña mimada y asustada por aquel entonces —le espetó Paula con aspereza—. No quería que nadie se enterara, me lo hizo prometer. Así que me la llevé lejos.


—¿No es una medida un poco...? No sé... ¿Melodramática?


—No sabes de qué manera se estaba comportando —Paula había temido sinceramente que Chloe hiciera algo drástico—. Pensé que un cambio de aires, lejos de sus conocidos, podría ayudarla. Pensé que, cuando naciera el niño...


—Se despertaría su instinto maternal —Pedro profirió un resoplido burlón.


—Suele pasar —replicó Paula con indignación.


—Un caso típico de optimismo cegador. Chloe nunca iba a renunciar a ir a fiestas para quedarse en casa a hacer de niñera. No puedo creer que fueras tan ingenua.


—¿Por qué me insultas? —preguntó Paula, enojada por aquel tono condescendiente. Para él era fácil condenar... No había estado allí, no podía saber cómo había sido.


—A ti no te cuesta trabajo pensar que yo soy idiota.


—No sé por qué te cuento todo esto. No servirá de nada. La cuestión es que Chloe es su madre y si quiere quedarse con él, no hay nada, salvo que huya del país, que pueda impedirlo. Ojalá lo hubiera adoptado legalmente cuando ella lo sugirió —concluyó con una nota triste de condena hacia sí misma—. No te preocupes —añadió, y le brindó una pequeña sonrisa amarga—. No tengo dinero suficiente para huir del país.


Esa era otra cuestión que lo inquietaba. Paula llevaba una vida sencilla desde que había vuelto a la aldea. Era propietaria de la casa, no tenía deudas, que Pedro supiera, y debía de haber amasado una buena fortuna durante su corta, pero próspera vida laboral. Sin embargo, aquel lugar necesitaba una mano de pintura. De hecho, necesitaba muchas cosas, no grandes cosas, pero... ¿Y desde cuándo no tenía coche? No lo recordaba, no le había parecido importante en su momento. ¿Pero cubrir las primarias de los Estados Unidos sí? La angustia de Paula le hacía pensar sobre sus prioridades.


—No puedo creer que hayas tenido a todo el mundo engañado —Pedro la estaba mirando como si la viera por primera vez. Le había costado trabajo hacerse a la idea de que era madre y, en aquellos momentos, debía desechar lo que tan difícil le había resultado aceptar.


—No lo hice a posta, surgió así —replicó Paula, aunque sabía que la excusa era endeble.


—Dejar un trabajo fantástico y agradable no es algo que «surja», sin más. Ni tampoco pasar más de un año de tu vida criando al hijo de otra persona.


—Había veces en que lo olvidaba —reconoció—. Olvidaba que no era mío, en realidad —le explicó Paula con nerviosismo—. Y sé que lo que hice debe de parecerte un poco surrealista, pero no lo planeé como una solución definitiva. Chloe no quería a Benjamin, quería deshacerse de él, darlo en adopción. Me pareció tan terrible, tan definitivo... Siempre se oyen historias de mujeres que han renunciado a sus bebés en momentos de dolor y que luego lo han lamentado. No quería que Chloe acabara así. Pensé que solo era cuestión de tiempo que deseara a su hijo y supongo que, a medida que transcurrían los meses, yo me he olvidado de que solo era un parche —con un gemido ahogado enterró el rostro entre las manos—. Tenía razón, ¿no? Se ha dado cuenta de que lo quiere. Solo que ha pasado tanto tiempo que...


—¡Por Dios, Paula! —bramó Pedro, y dio un puñetazo a un inocente escritorio. Una docena de imágenes de Paula y el niño que no creía haber retenido surcaron su mente. Paula y Benjamin se querían. Fuera su madre o no, debían permanecer juntos—. ¡No puede arrebatártelo así como así!


Los labios de Paula, casi sin vida en aquella faz pálida, temblaron. Lo miró con ojos trágicos.


—Sí, Pedro, sí que puede.


—No te hagas la mártir, Paula. No puedes creer que sea bueno para Benjamin vivir con Chloe —masculló con incredulidad—. Ya la conoces... se cansará de la novedad a los dos meses y ¿qué será del pobre Benjamin? Así que deja de llorar y piensa en cómo vas a impedírselo.


La cruel insinuación de que se estaba comportando como una mema le dolió.


—¿Y qué crees que he estado haciendo? Lo mires por donde lo mires, Chloe es su madre —le recordó en tono agudo—. Yo solo soy un familiar.


—Eres la única madre que Benjamin ha conocido.


Paula reprimió un sollozo y desvió el rostro ceniciento.


—He sido tan egoísta al quedármelo... Debí animar a Chloe a que participara más activamente... —el horror de su voz se intensificó—. Benjamin no entenderá lo que pasa. Dios mío, ¿qué he hecho?


Pedro se puso de rodillas junto a la mecedora y tomó la barbilla de Paula en la mano.


—Tú lo querías —la reprochó con suavidad—. Hay una persona a la que no has mencionado —Paula lo miró sin comprender—. ¿Qué hay del padre?


Paula enderezó la espalda en actitud defensiva.


—¿Qué hay de él?


—¿No tiene ninguna influencia? Imagino que Chloe sabrá quién...


—Por supuesto que lo sabe.


—¿Le ha dado apoyo económico?


—El padre ya no está.


—Podrías ponerte en contacto con él y preguntarle...


—Está muerto —lo interrumpió Paula con aspereza—. Murió antes de que Benjamin naciera. Chloe va a casarse, por eso siente que ha llegado el momento de recuperar a Benja.


—¿Quién es el afortunado?


—Ian Osborne.


Pedro arrugó la frente.


—Me suena. ¿Ian Osborne el actor? —Pedro movió la cabeza.


—Tiene su propia serie...


Pedro asintió.


—El culebrón de médicos y enfermeras. Supongo que ha sido una astuta maniobra de Chloe para promocionarse en su profesión, más que amor verdadero.


—La verdad es que está colada por él —le dijo Paula con pesimismo. A juzgar por su conversación telefónica, Paula tenía la impresión de que Ian Osborne tenía mucho que ver en el cambio de opinión de Chloe—. No sé cómo puedes ser tan mal pensado, Pedro.


—Es mejor que hacerse la víctima.


—¡Yo no me estoy...!


Pedro se alegró al ver la chispa de enojo en los ojos de Paula; el enfado era mucho mejor que la desesperación.


—Da igual —la interrumpió—. Podrías convencer a ese tal Osborne de que no le conviene tener a un niño por medio.


Paula lo miró fijamente. Solo Pedro podía concebir una idea como aquella y hacer que pareciera razonable.


—No quiero conocer los maquiavélicos planes que urde tu mente retorcida. Necesito hacer lo que es mejor para Benja —replicó con firmeza, intentando parecer más valiente de lo que se sentía—, lo que debería haber estado haciendo desde un principio, preparar a Benjamin para que vaya a vivir con su madre.


Si el desenlace era inevitable, tenía que dejar a un lado sus sentimientos y hacer que la transición fuera lo menos dolorosa posible. Y si Chloe y el tal Ian hacían desgraciado a Benjamin, les haría desear no haber nacido nunca.


—No puedes preparar a un niño para perder a la única madre que ha conocido —Pedro tenía los ojos entornados cuando Paula desvió la mirada—. Lo que necesitamos es inspiración. Mientras tanto, ¿te apetece un café?


—No quiero café.


—Lo necesitas, estás borracha.


Paula abrió la boca para negarlo cuando se le ocurrió pensar que Pedro podía tener razón. De no estar bebida, no habrían tenido aquella conversación, ni la camisa de Pedro estaría bañada en lágrimas.


—No te muevas, yo lo prepararé.


Paula, que no había tenido intención de ofrecerse, permaneció en la mecedora. De no sentirse tan exhausta, le habría preguntado a Pedro desde cuándo había hecho de su problema una cruzada. Ella ya conocía la razón, por supuesto, aunque él ni siquiera fuera consciente de ella. El paralelismo era tenue, pero entendía que estuviera tan indignado.


Pedro había adorado a su madre, todavía la adoraba. Las razones por las que Natalie había huido y abandonado a sus dos hijos eran diversas y— numerosas dependiendo de qué habitante de la aldea contara la historia... Todos tenían su propia teoría.


Decir que la relación de Pedro con su madrastra había sido mala era como decir que él era moderadamente alto y moderadamente atractivo. Un niño de siete años no tenía las armas necesarias para impedir que una mujer astuta y manipuladora lo apartara de su padre. En la actualidad, a Pedro no le faltaban armas, ni tenía demasiados escrúpulos para no usarlas. En resumen, Pedro podía ser bastante despiadado. Quizá fuera eso lo que requería la situación... Paula desechó con firmeza la tentadora idea de dejar las manos libres a Pedro.


Varios minutos después, Pedro regresó con dos tazas de café solo.


—¿Quieres azúcar? No me acordaba...


La figura menuda de la mecedora se movió en sueños, pero no se despertó.





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