miércoles, 27 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 24





Paula presenció en directo la obstinación de Pedro horas después aquel mismo día, después de instalar a Benjamin en el asiento de atrás del Rolls de Edgar e inclinarse para sentarse junto a él.


—¿A dónde diablos crees que vas?


Dio a Pedro con la puerta en las narices.


—En marcha, por favor —suplicó Paula al chófer de rostro impávido.


—¡No se mueva! —ladró Pedro, que dio un manotazo al techo del Rolls y asomó la cabeza por la ventanilla abierta del asiento de atrás.


El chófer no sabía cómo interpretar aquellas órdenes contradictorias. Pedro aprovechó su indecisión.


—Sabes a quién pertenece este coche, ¿verdad?


—No subiría al coche de un desconocido, ¿no crees? —anunció Paula con despreocupación.


—Ni siquiera llevo cuarenta y ocho horas fuera. He de reconocer que el viejo no pierde el tiempo —el tono era de todo menos halagador—. ¿Cómo obró el milagro? ¿Una táctica hábil o te he juzgado mal? ¿Bastó con un jugoso talón? —la acusó con sarcasmo.


—Si no supiera que asustaría a Benjamin —le espetó Paula, y lanzó una mirada protectora al pequeño que estaba abrochado a su nueva cuna de viaje antes de lanzar a Pedro una mirada de desprecio—, borraría esa mueca prepotente de tu cara de una bofetada.


Fue comprender que Paula lo consideraba una amenaza para Benjamin más que la amenaza de violencia lo que lo puso furioso de verdad.


—¿Te importaría explicarme lo que está pasando?
Encontré tu bolso con tarjetas de crédito, monedero y talonario sobre mi cama. Sin embargo, no había ni rastro de ti. Ni siquiera has contestado a mis llamadas... ¡podrías haber estado en el depósito de cadáveres y yo ni siquiera lo sabría!


—No te pongas melodramático —le aconsejó Paula en tono burlón.


Pedro alzó la cabeza con brusquedad. Tenía fuego en la mirada.


—Me tenías muy preocupado.


Paula chasqueó la lengua con deliberado desdén, pero sus sentimientos la dominaron.


—¿Fue eso antes o después de que terminaras de dar un revolcón con Claudia?


¿Acaso la traición de Pedro no tenía fin?, se preguntó, pasando por alto el hecho de que nunca había negado estar enamorado de Claudia, mientras contemplaba con creciente desprecio cómo Pedro reflejaba absoluta perplejidad y confusión.


—¿Quiere hacer el favor de arrancar? —suplicó en tono apremiante.


Su desesperación debió de surtir efecto, porque el chófer logró superar su recelo a dejar al heredero de su patrón a un lado de la carretera y arrancó.


Paula avistó por última vez los rasgos furiosos de Pedro justo antes de que el coche se alejara. Su suspiro de alivio resultó ser prematuro, porque el coche estaba ganando velocidad cuando la puerta se abrió y Pedro, prácticamente, aterrizó sobre ella.


—¿Cómo te atreves? —exclamó, y se separó lo más que pudo de Pedro dadas las limitaciones de espacio del vehículo. Sus sentidos eran tan sensibles a su presencia que la fragancia apenas perceptible que Pedro emanaba bastó para que su estómago se contrajera. Una oleada de poderoso deseo sexual la dejó sin aliento durante varios momentos.


Pedro sonrió fríamente con los dientes apretados.


—Hay pocas cosas que no me atreva a hacer cuando se trata de conseguir lo que quiero.


« ¿Y debo creer que es a mí a quien quieres?»


—¿Qué debo hacer? ¿Aplaudir? —Paula le lanzó una mirada de gélida burla—. Ve a nutrir tu ego a otra parte —elevó la voz—. ¿Quiere hacer el favor de parar? El señor Alfonso ya se va.


—El señor Alfonso no se va a ninguna parte —la contradijo Pedro con rotundidad.


—Bien, entonces, nosotros sí —con manos trémulas desató a Benjamin—. Seguiremos a pie.


Pedro permaneció sentado durante unos instantes, contemplando la figura esbelta de espalda rígida que se alejaba caminando por la carretera. Suspiró.


—Gracias, seguiremos todos a pie —Pedro echó a correr para alcanzar a Paula—. Espera un momento, mujer. Deja que yo lleve a Benjamin.


—Podemos arreglárnoslas sin ti.


—Quizá tú sí, pero te aseguro que yo no puedo arreglármelas sin ti —masculló Pedro con rotundidad.


Paula intentó reprimir las lágrimas y a punto estuvo de tropezar. Viéndose obligada a parar, ya que no podría dejar a Pedro atrás, besó a Benjamin en la coronilla a modo de disculpa.


—¿Por qué me dices todo eso? —inquirió en un angustiado susurro—. ¿Por qué eres tan cruel? Ya no es necesario que finjas. Sé que has visto a Claudia y que le has dicho que todavía la amas.


—¿Que yo qué?


—¡No te molestes en negarlo! Te he oído, te...


La carcajada amarga de Pedro la interrumpió.


—Si esto no fuera tan trágico, resultaría divertido.


Perpleja por la mordacidad de aquella observación, Paula no se resistió mucho cuando Pedro le dio la mano y la alejó de la carretera hacia una pequeña pradera. El coche, que los había estado siguiendo a paso lento, se detuvo a pocos metros de distancia.


—Puedes jugar aquí, pequeño —Pedro tomó a Benjamin de los brazos de Paula y lo dejó en el suelo. Benja parecía más que dispuesto a cooperar con el hombre alto que le hacía reír—. Y ahora... —una lúgubre determinación se reflejaba en su delgado rostro.


—¡No emplees ese tono conmigo!


—No vas a irte de aquí sin que me expliques de qué diablos estás hablando.



—Estás enamorado de Claudia y no te importa si el bebé no es tuyo.


La comprensión iluminó la mirada de Pedro.


—Así que es eso lo que oíste.


Paula bajó la cabeza. Había albergado la minúscula esperanza de que se produjera un milagro de última hora. 


No era de extrañar que Pedro pareciera sentirse tan aliviado... seguramente, daba las gracias por no tener que afrontar la desagradable tarea de confesarle la verdad.


—¿Vas a darme la enhorabuena? —se había agachado para añadir una ramita a la creciente colección de Benjamin, pero su atenta mirada seguía fija en Paula.


Paula sabía que se mordería la lengua antes de articular frases hechas sin sentido... y si eso la convertía en una mala perdedora, ¿qué importaba?


—Solo espero que sepas lo que haces. Confío en que me perdones por ser sincera —dijo con ardor—, pero hace años que somos amigos y te... te he tomado cariño —balbució.


—Gracias —repuso Pedro en voz baja, tras ponerse en pie, y levantó la barbilla de Paula—. ¿Cuánto cariño me has tomado? —preguntó en un susurro. Deslizó los dedos por la mejilla de Paula mientras, con los ojos abiertos de indignación, Paula se apartaba de él.


—¿Qué quieres que diga? —le preguntó con enojo.


—Quiero que digas que has vivido una pesadilla desde que descubriste que estoy tan enamorado que incluso aceptaría al hijo de otro hombre... que no ha sido creado el obstáculo que me impediría amar a la mujer de mi vida. Quiero oírte decir que no soy el único que ha estado sufriendo, tontorrona —gimió con voz ronca al tiempo que la estrechaba sin ceremonias entre sus brazos y la besaba.


Fue un beso largo, muy largo, y apasionado. Cuando se separaron, Paula estaba jadeando, y se había llevado la mano a su agitado pecho.


—¿Fuiste a Londres para espiarme? —los ojos llameantes de Pedro indicaban que haría lo que fuera necesario para obtener una respuesta.


Paula todavía sentía los cálidos labios de Pedro sobre su boca, todavía podía saborearlos. Conservar el orgullo ya no le parecía tan importante. Alzó la cabeza con osadía y se retiró la melena hacia atrás con un ademán enérgico.


—Me sentía culpable porque me iba a casar contigo con un falso pretexto. No quería ser tu esposa para proteger a Benjamin, sino porque estoy enamorada de ti. Cuando oí lo que le decías a Claudia... —la voz le falló y se mordió los labios trémulos—. Comprendí que no tenía mucho sentido. ¿Por qué me has besado así, Pedro?


—¿Como si no pudiera saciarme de ti? —Inquirió Pedro en el mismo tono decidido y duro, mientras la taladraba sin piedad con la mirada—. ¿Como si fueras tan vital para mí como el oxígeno, tan embriagadora como una botella de vino añejo? ¿Como si quisiera tener resaca de Paula durante el resto de mi vida? ¿Como si fueras la mujer a la que amo por encima de todo? —bajaba la voz con cada pregunta, hasta que quedó reducida a un murmullo seductor que le aceleró el corazón.


¡Por fin lo entendía! Con un gran salto de fe, Paula se apartó del precipicio que se había abierto bajo sus pies con una sonrisa en los labios. La alegría estalló en su cabeza.


—¡Aunque yo tenga al hijo de otro hombre! —exclamó, y lo miró con ojos brillantes.


—Sabía que acabarías entendiéndolo —repuso Pedro en tono burlón—. Claudia lo comprendió enseguida.


—¡Ojalá pudiera, Pedro! —suspiró Paula.


La mirada de Pedro estaba cargada de ternura.


—¿Ojalá pudieras tener al hijo de otro hombre? —bromeó con suavidad.


Paula bajó la mirada.


—Ojalá pudiera tener un hijo tuyo —le explicó con voz ronca.


—¡Mírame! —jamás había oído a Pedro usar aquel tono tan contundente, y Paula obedeció sin pensar. Pedro la miró a los ojos con intensidad—. No quiero volver a oírte decir eso jamás. Te tengo a ti, y eso es lo único que necesito. Porque te tengo, ¿verdad?


Paula no podía creer que Pedro estuviera buscando una confirmación. La preocupación desapareció de su rostro al tiempo que asentía con energía. Con una amplia sonrisa, abrió los brazos.


—¡Soy toda tuya! —exclamó.


—Reserva ese pensamiento para cuando estemos solos —le suplicó Pedro con un gemido.


Paula movió la cabeza, todavía perpleja pero feliz.


—Has dicho que me querías a mí, no a... —se interrumpió con nerviosismo, incapaz de pronunciar el nombre de la otra mujer.


—No a Claudia—concluyó Pedro en su lugar, y tomó el rostro de Paula entre las manos con ternura—. Nunca la quise. Ella solo estaba interpretando un papel, la Claudia de la que creí enamorarme ni siquiera existía. Hoy se presentó en mi casa sin avisar y no sentí nada al verla. Después de conocer el amor de verdad, he perdido el gusto por las insípidas imitaciones —Pedro paseó la mirada por el rostro enamorado de Paula—. Eres realmente increíble —susurró con voz ronca.


—¿De verdad? —la sonrisa boba de Paula se negaba a abandonar su rostro, pero a Pedro no parecía importarle—. Debió de llevarse toda una sorpresa —comentó en tono piadoso, mientras se esforzaba por reprimir un hurra triunfante poco propio de una dama.


—Tuvo su oportunidad —murmuró Pedro, implacable—. Por suerte para mí, no la aprovechó. Habría sido un infierno enamorarme de ti y no poder hacer nada para remediarlo.


—Bueno, sí que puedes hacer algo —le prometió Paula, y sonrió de oreja a oreja—. Puedes hacer lo que quieras.


—Ya sabes lo que quiero —gruñó Pedro, mientras la estrechaba. Paula se estremeció al sentir los labios de él en el cuello. Después, le habló al oído—. Quiero encontrarte húmeda y cálida cada vez que te toco —explicó en un perverso susurro—. Cada vez que me rechazabas, me acordaba de eso.


A Paula le fallaron las piernas, y gimió al sucumbir a una oleada de anhelo. Se aferró a él.


—Yo nunca te he rechazado.


—Físicamente, no.


—Debo de estar soñando —Paula enterró el rostro en el hombro de Pedro, pero él le levantó la barbilla.


—No, cariño, esto es la vida real —la contradijo con firmeza.


—He estado tan insoportable...


—Ha sido la frustración, cariño. Cuanto antes nos casemos, mejor.


Una sonora risita infantil llegó a oídos de los dos. Paula y Pedro rieron y bajaron la vista.


—¡Está decidido! —anunció Pedro—. Benjamin tenía la última palabra.


—Digamos que ha sido una decisión unánime —sugirió Paula, rebosante de felicidad.





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