sábado, 23 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 12





A un observador accidental, los sonidos inarticulados pero alentadores que Paula profería le habrían parecido gimoteos, pero Pedro no tuvo ningún problema para interpretarlos. 


Sujetó con más fuerza la figura flexible de Paula y la apretó contra su cuerpo, que delataba más abiertamente que sus labios el deseo que lo dominaba.


La sorpresa al descubrir la impaciencia de Pedro fue barrida por una oleada de ansia temeraria y sensual. Paula movió los labios con torpeza pero con infinito entusiasmo sobre los contornos duros y limpios del rostro cetrino de Pedro, y se deleitó con el sabor ligeramente salado de su piel hasta que los labios de ambos se encontraron.


Los dientes de Pedro atraparon la piel suave y tierna de los labios sonrosados de Paula antes de que, con un profundo gemido, hundiera la lengua en la tibieza húmeda y receptiva de su boca de mujer. El contacto produjo en Paula un estremecimiento de asombro tan rápido, que se extendió a los dedos de sus pies antes de que empezara a devolverle el beso con un ansia y una urgencia semejantes a las de Pedro.


Sin despegar los labios de los de Paula, Pedro despejó la mesa con un movimiento fluido del brazo y la sentó sobre la superficie.


—Seguiremos siendo amigos...


Paula rodeó las caderas esbeltas de Pedro con las piernas y siguió uniendo los labios a la columna fuerte y tersa de su cuello mientras asentía con entusiasmo.


—Por supuesto —elevó la cabeza y sorprendió la mirada ardiente y difusa de Pedro. Aquella expresión sombría y peligrosa le produjo un escalofrío de expectación que se unió a los minúsculos regueros de sudor que resbalaban por su espalda.


Cuando Pedro le rozó con la mano la punta afilada de uno de sus senos, profirió un grito de éxtasis y su cuerpo se arqueó.


—Calla —la tranquilizó Pedro con voz gruesa mientras ella se mordía el labio—. Eres tan sensible... —se maravilló, con la mirada puesta en los pezones que sobresalían por debajo de la camiseta de algodón. Cuando Paula empezó a mover los labios, Pedro bajó la cabeza para atrapar sus débiles palabras.


—Si fuéramos desconocidos, no podría querer que hicieras esto.


Paula deslizó la mano por el hueco dejado por dos botones abiertos de la camisa de Pedro, y sintió cómo los músculos poderosos de su estómago se contraían al desplegar los dedos sobre su piel de satén. Pedro sostuvo su mirada mientras tiraba del primer botón de su camisa. Varios botones salieron volando por la habitación cuando la prenda se abrió.


Paula se quedó sin aliento cuando paseó la mirada ardiente y turbia por el cuerpo musculoso de Pedro. Su piel brillaba con una fina capa de sudor. No había ni un gramo de carne superflua que ocultara los músculos claramente definidos de su pecho, salpicado de vello oscuro, y de su vientre plano. 


Era realmente perfecto, pensó Paula con regocijo.


—Tienes razón, no necesitamos las cenas a la luz de las velas ni los silencios incómodos. No necesitamos perder el tiempo con todos esos tediosos preliminares —¡si Paula no estaba de acuerdo, se había metido en un buen lío!—. Ya sabemos todo lo que necesitamos saber el uno del otro —jadeó. Sacó la camiseta negra de Paula de debajo de la cintura de sus vaqueros y deslizó las manos por debajo del fino algodón. Tenía la piel increíblemente suave.


Paula entreabrió los ojos para revelar una mirada sensual.


—No todo, pero, con suerte, lo sabremos dentro de muy poco —la risita perversa de Paula lo deleitó antes de que se perdiera dentro del calor de su beso. La mano fuerte y viril que acarició el rostro de Paula no era del todo firme


—Es un desenlace natural —declaró Pedro.


¿Acaso intentaba convencerse?, se preguntó Paula. No desperdició más de un segundo en aquel pensamiento porque estaba tan ansiosa como él por saltarse los preliminares y satisfacer el ansia primitiva que se había adueñado de ella. Elevó el trasero para dejar que Pedro la despojara de los vaqueros. A decir verdad, en aquellos momentos, Paula habría asentido si Pedro hubiese anunciado que era el verdadero rey de Inglaterra.


—Parece natural —le confió Paula con voz ronca cuando él dejó de besarla el tiempo justo para sacarle la camiseta por la cabeza.


Pedro se sorprendió por la verdad que encerraba aquella afirmación, pero tenía demasiada prisa para darle una confirmación. No se molestó en desabrocharle el sujetador, simplemente, tiró hacia abajo la tela de encaje que escondía los senos de Paula de su mirada ávida.


Un sonido ansioso y gutural emergió del fondo de la garganta de Pedro cuando los senos henchidos de Paula se liberaron de su confinamiento. El gemido salvaje puso de punta el vello de Paula, que abrió sus trémulos muslos para dar cabida a la rodilla que él colocó en el borde de la mesa. 


La fricción de su rodilla contra la zona hipersensible de su entrepierna le hizo jadear. Fue un sonido ronco, fragmentado.


O el leve sonido se había amplificado o los sentidos de Pedro estaban atentos a ella, porque enseguida la miró a los ojos.


—Lo siento, he sido un poco torpe —hizo un pequeño ajuste que suavizó la presión.


—No eres nada torpe —susurró Paula con apreciación—. Y no es un halago, sino un hecho —añadió con fervor.


—Entonces, retiro lo dicho —Pedro bajó la mano y deslizó despacio los dedos por debajo del borde de encaje de las braguitas de Paula para tocar la piel ultrasensible de su entrepierna—. ¿Te he hecho daño aquí? —retiró la tela y acarició el calor dulce y húmedo. La delicada tortura transportó a Paula al límite del placer y más allá. Todos los músculos de su abdomen se contrajeron al unísono y se derritió.


—Tan húmeda, tan ardiente... ¿Deseas hacer esto? ¿Me deseas a mí?


—Es la pregunta más absurda que me has hecho nunca —le dijo Paula con voz ronca. Pedro reaccionó con una mirada tan primitiva de depredador que Paula profirió un grito de deseo. —Te...deseo, Pedro, por favor —jadeó.


Pedro no pareció tener problemas para descifrar aquella súplica inarticulada. Contempló durante un instante cómo el cuerpo pálido de Paula se retorcía sinuosamente bajo el de él. Después, con un pie todavía en el suelo y el cuerpo inclinado sobre el de ella, la empujó hacia atrás hasta que Paula quedó tumbada sobre la mesa, con el pelo en forma de abanico en torno a su delicado rostro sonrojado.


Pedro paseó la mirada con avidez por los contornos esbeltos de su cuerpo casi desnudo. Las exiguas prendas de encaje que se estiraban por debajo de sus senos y en sus muslos hacían que pareciera más desnuda, más suya. Luchó con el poco autocontrol que le quedaba para subyugar el deseo primitivo de poseerla, que mantenía en tensión todos los nervios y tendones de su cuerpo. La lentitud y la suavidad tenían su lugar, pero no era aquel. Al mismo tiempo, no quería echarlo todo a perder con las prisas.


Pedro contempló con mirada ardiente y codiciosa el ascenso y descenso de aquellos senos deliciosamente redondos de pezones sonrosados. Tocó despacio el lado de un seno trémulo antes de que sus ávidos labios tomaran posesión del pezón henchido y sonrosado.





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