martes, 8 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 17




Cuando Pedro se despertó, estaba a punto de amanecer. 


Una leve luz grisácea entraba por los resquicios de la tienda. 


Vio que Paula tenía la cabeza casi pegada a su hombro y el cuerpo inclinado hacia él. Estaba cada uno en su saco, pero parecía como si durante la noche hubieran estado juntos. Tal vez, Paula había sentido frío y se hubiera arrimado a él.


Pensó que si se movía, podría despertarla. Sabía que ella tenía que ir a trabajar, pero no sabía cuánto tiempo tardaría en arreglarse. A algunas mujeres les llevaba horas su ritual matinal.


El pelo de Paula le tocaba el hombro. Con la camisa de franela que llevaba puesta no podía sentirlo en la piel, pero adivinaba que debía ser suave y sedoso. Olía un poco al humo del fuego de la noche anterior, pero también a esencia de lavanda.


Paula era una combinación fascinante de mujer sexy y madre amorosa. Era muy atractiva pero, a la vez, muy natural. Con su rostro, su pelo y su figura, podría muy bien pasar por una top model.


Pero, ¿por qué pensaba él ahora en esas cosas?


Al hacer un ligero movimiento, ella abrió los ojos. Tardó solo unos segundos en darse cuenta de lo cerca que estaba de Pedro. Un rubor encantador subió por sus mejillas.


—Lo siento. No era mi intención…


Él interrumpió sus disculpas sacando el brazo del saco y acariciándole el pelo.


—Está bien. Acurrucarse en busca de calor no es ningún pecado.


Se quedaron mirándose el uno al otro un buen rato sin decir nada. Luego ella sonrió y trató de incorporarse. Volvió la cabeza para ver a Joaquin.


—Tengo que ir al trabajo. He quedado con Erika a las ocho. ¿Quieres encargarte de despertar a Joaquin y hacerle el desayuno?


—Déjale dormir un poco más —dijo él, en voz baja—. Cuando se despierte, ya veremos lo que hacemos para pasar la mañana.


Ella asintió con la cabeza, abrió la cremallera del saco y salió de la tienda de campaña.


Pedro se preguntó que estaría pensando en ese momento. 


Él, por su parte, tenía muchas cosas dándole vueltas en la cabeza.


Cuarenta y cinco minutos después, Paula volvió al jardín. 


Pedro se quedó fascinado al verla. Parecía un ángel anunciando la mañana. Se había puesto un traje pantalón de color teja con una blusa de seda de color crema y unos zapatos planos marrones. Él sabía que luego tendría que cambiarse para ir al LipSmackin’ Ribs. A pesar de lo provocativo que era ese uniforme, él prefería verla como ahora. Ese conjunto le sentaba mejor.


—¿Te gusta trabajar con Erika? —preguntó él, tratando de disimular su excitación.


—Sí. Hoy vamos a revisar la logística del festival. La carpa para la ceremonia de entrega de premios se va a montar en el recinto ferial, junto a la sala de conciertos.


—Por lo que veo, va a ser un espectáculo en toda regla.


—Va a haber un concurso para nuevos talentos y un premio para la mujer más elegante. También habrá miss Simpatía. Los propietarios de los comercios de la ciudad, que han colaborado en el festival, formarán el jurado. Hay un premio de quinientos dólares para animar a todas las mujeres solteras. Por ahora, tenemos ya diez aspirantes.


—Tú podrías participar.


—Deja, ya tengo bastantes hombres mirándome todos los días en el LipSmackin’ Ribs. Pero gracias, de todos modos, por el cumplido —dijo ella con una sonrisa, y luego añadió mirándole fijamente, algo más seria—. Tú cantaste en el festival del año pasado, ¿verdad?


Pedro no sabía adónde quería llegar con esa pregunta, pero le disgustó el comentario.


—Sí —respondió él, con cierto recelo.


—Erika me ha dicho que no ha conseguido traer este año al festival a ninguna estrella, así que el sábado actuarán solo las bandas y cantantes locales. Estoy segura de que te haría un hueco en la programación si quisieras participar.


—No, Paula.


Pedro, eres un ídolo para mucha gente. Entiendo que no estés con ánimo para componer música pero puedes cantar y tocar. Tal vez así podrías recuperar la inspiración.


—La música es algo que se lleva en el alma y en el corazón y que se saca de allí para dárselo al público. Pero ahora mi alma y mi corazón están vacíos. No tengo nada que ofrecer a la gente.


Se quedaron los dos callados un instante, hasta que Paula rompió el silencio.


—Lo siento. No era mi intención presionarte —dijo ella con una leve sonrisa—. Pero, como fan nueva tuya que soy, me hubiera entusiasmado oírte cantar.


Él la rodeó con sus brazos y luego los dejó caer por detrás de su espalda hasta la cintura.


—Algún día, cantaré con mi guitarra para ti. Pero ahora tengo otras cosas en la cabeza.


—Lo comprendo.


—Eres maravillosa —dijo él, y luego añadió mirándola fijamente a los ojos—: Veo que Joaquin sigue dormido, así que creo que voy a aprovechar la ocasión.


Inclinó la cabeza, cerró los ojos y la besó, perdiéndose entre la dulzura de sus labios y la suavidad de su pelo, mientras el sol comenzaba a asomar por el horizonte.


Fue un beso intenso y prolongado. Él sabía que si no dejaba de besarla, acabaría llevándosela a la cama, por eso se apartó de ella unos centímetros y la miró fijamente a los ojos.


—Tengo una cosa más que preguntarte —dijo ella.


—¿Cuál?


—¿Te has acostado con algunas de tus fans incondicionales?


¡Maldita sea! ¿Qué clase de hombre se creía que era?


—No, nunca —respondió él sin poder ocultar su indignación.


—No te lo tomes a mal. Pero dijiste que habías tenido algunas aventuras. Todo el mundo sabe cómo funcionan las cosas después de un concierto.


—No, no es verdad. La gente acostumbra a hablar de lo que no sabe. No todos somos iguales. Es cierto que cuando estoy sobre un escenario segrego adrenalina y me convierto en otro hombre distinto. Pero cuando el concierto acaba vuelvo a ser el mismo, una persona normal. No soy un juerguista trasnochador, ni le he pedido nunca a mi manager que me llevara a una chica a la cama. Yo no soy así, Paula.
¿Aún no me conoces?


—Solo hace dos semanas que nos conocemos —respondió ella.


Él estuvo tentado de volverla a besar para disipar todas sus dudas y para que se fuera haciendo una idea de lo que podría esperar cuando estuvieran en la cama. Pero recordó que le había dicho que no había salido con ningún hombre desde que Eduardo murió.


—Lo siento. No debía haberme enfadado por tu pregunta. Es lógico que te creas esas leyendas urbanas de las fans que acosan sexualmente a sus ídolos. Hay mucha gente que las cree. Me he acostado ocasionalmente con algunas mujeres, pero no eran fans. Lo hice porque me sentía solo o tal vez porque no sabía bien lo que quería.


—Pedro, si te lo he preguntado ha sido porque no entiendo por qué quieres estar conmigo —dijo ella, y añadió luego sin esperar su respuesta—: Voy a darle un beso a Joaquin. ¿Seguro que quieres quedarte con él? Puedo llamar aún a sus abuelos.


En realidad, sabía muy bien que no podía llamar desde aquella casa de la montaña porque ni tenía teléfono fijo ni había cobertura para los móviles.


—No te preocupes, lo pasaremos muy bien. Le prepararé el desayuno y luego jugaremos al rugby o montaremos juntos algún puzle.


Ella le dirigió una sonrisa, entró en la tienda con cara de felicidad y le dio un beso a su hijo.










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