martes, 8 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 16





Pedro echó un poco de agua en los rescoldos que quedaban de la hoguera. El fuego pareció extinguirse con la misma facilidad con que Paula Chaves le había hecho olvidar dónde estaba e incluso quién era. Estaba allí como si fuera un tipo corriente. Pero no lo era. Si Ashley Tuller no hubiera muerto aquella noche, él seguramente no estaría allí ahora apagando una hoguera después de haber estado comiendo perritos calientes y galletas de chocolate con una madre soltera y su hijo.


¿Podría un hombre de treinta y nueve años, como él, cambiar de la noche a la mañana y llevar a partir de entonces una nueva forma de vida? ¿Habría conseguido Paula sacar a la luz lo que él llevaba dentro sin saberlo? ¿O tal vez, ella fuera solo igual que las demás mujeres que había conocido? A decir verdad, en los últimos años, había renunciado a encontrar a la mujer de sus sueños. En las canciones de su último disco, se hablaba más de soledad que de amor.


Pero, ¿cómo podía sentirse solo rodeado a todas horas de toda esa gente que le adoraba y se pegaba por acercarse a él para tocarle? Sin embargo, era cierto. Muchas veces se había sentido como si estuviera solo en una isla de su propiedad. Tal vez lo único que necesitase fuera pasar una temporada en su estudio de Nashville. Pero, ¿qué podía él hacer allí?, ¿esperar con paciencia a que le volviera la inspiración?


Su carrera había causado la muerte de una joven, casi una niña. ¿Cómo podía olvidar eso?


Plegó las tumbonas y se cercioró una vez más de que el fuego estuviera apagado. Luego entró en la tienda de campaña. Joaquin parecía dormir tranquilamente, pero Paula…


Estaba tumbada boca arriba con las manos detrás de la cabeza, en actitud pensativa. Se había quitado la chaqueta y la había puesto encima de la de Joaquin.


Había dejado también las zapatillas de deporte junto a las suyas. El saco de dormir le cubría justo hasta la altura de los pechos cuyas formas se adivinaban bajo la camiseta de algodón que llevaba puesta.


Pedro se quitó las botas, mientras miraba el interior de la tienda pensando que debería haber comprado otra un poco más grande. Los sacos de dormir estaban casi pegados el uno al otro.


—¿Suele dormir bien, Joaquin? —preguntó él en voz baja, mientras se metía dentro del saco.


—Normalmente, sí —contestó ella—. Ni siquiera se dio cuenta cuando entré.


Pedro, miró hacia el techo de la tienda, donde parecían moverse ligeramente las sombras que proyectaban las linternas.


—¿Puedo apagar las luces?


—Cuando quieras.


Pedro apagó las linternas y la tienda quedó sumida en la más absoluta oscuridad. Cuando sus ojos se acomodaron a la ausencia de luz, se volvió hacia ella.


—Has demostrado tener una gran confianza en mí, aceptando dormir aquí esta noche.


—Bueno, contaba con las referencias de Erika y Daniel. Tienen un concepto muy alto de ti.


Pedro prefirió no decir nada sobre eso y cambiar de tema de conversación.


—¿Le has hablado alguna vez a Joaquin de su padre?


Pedro oyó el crujido del saco de dormir de Paula e imaginó que estaría dándose la vuelta para mirarle. A pesar de que estaban separados por unos centímetros y por dos sacos, le pareció que en ese momento había entre ellos un clima de intimidad aún mayor que el que habían tenido una hora antes bajo la manta con las manos agarradas. Él estaba excitado nuevamente y se alegraba de que ella no pudiera verle la cara. La oscuridad era su cómplice, actuando como una barrera invisible mientras ellos se deslizaban en un territorio peligroso en el que aparentemente ninguno de ellos quería adentrarse.


—Hay una foto de Eduardo en el dormitorio de Joaquin, y otra conmigo en mi habitación. Le he dicho a Joaquin que esa foto es de su padre. Además ha visto muchas fotos de Eduardo en casa de sus abuelos. Olga y Manuel hablan mucho de su hijo.


—¿Y lo entiende?


—Entiende que una vez tuvo un padre. Ahora que va al colegio, ve que a los demás chicos suelen acompañarles sus padres y a él en cambio no. Olga le dice que su padre sabe en todo momento lo que hace y que está muy orgulloso de él, pero eso no creo que lo entienda. Cuando empieza a hacer más preguntas, suelo sacarle el álbum de fotos. Quiero que sepa quién era su padre y lo mucho que le habría querido.


Pedro podía oír la emoción contenida en la voz de Paula. Le pareció que hablaba como si siguiera enamorada de Eduardo. Él sabía lo difícil que le había resultado superar lo que había pasado entre Beatriz y él. Comprendía, por tanto, lo duro que sería para ella aceptar que el futuro que había tenido al alcance de la mano se hubiera truncado definitivamente porque la persona con la que pensaba compartirlo había muerto en un accidente.


—¿Por qué me lo has preguntado? —dijo ella.


—Por curiosidad. Pero no me gustaría meterme donde no debiera.


—Yo no tengo secretos para ti, Pedro. Puedes preguntarme lo que quieras.


Él tampoco tenía ningún secreto, pero aún había muchas cosas que no sabían el uno del otro.


—Lo que quiero es besarte otra vez. Pero sé que Joaquin podría despertarse.


En vez de responder con palabras, ella extendió el brazo y le agarró la mano, entrelazando los dedos entre los suyos. Él pensó entonces que dormirse así con las manos enlazadas era casi mejor que un beso.









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