sábado, 19 de agosto de 2017

LA CHICA QUE EL NUNCA NOTO: CAPITULO 13



PAULA LLEGÓ tarde al trabajo a la mañana siguiente gracias a una rabieta de Sol, algo muy poco habitual en ella. No había querido vestirse, ni había querido desayunar, no había querido hacer ninguna de las cosas que hacía todos los días.


Como la pequeña no había tenido fiebre ni otros síntomas, Paula había pensado que su hija habría captado su estado de ánimo inquieto después de otra noche de insomnio.


–Vete –había indicado Maria–. Bueno, termina de vestirte primero. La niña estará bien conmigo. Y recuerda lo que te he dicho –había añadido.


Así que Paula se había terminado de vestir a toda prisa, eligiendo un vestido sencillo negro, con cuello cuadrado, cinturón y falda corta. Se había puesto unos zapatos de tacón, dos pulseras y el bolso para salir corriendo a tomar el autobús.


Sólo llegó quince minutos tarde, y eso después de pasarse por el baño para ponerse el maquillaje y retocarse el pelo. Por eso, se llevó una sorpresa cuando Monica Swanson le dijo, al verla entrar, que su jefe la estaba esperando.


–¿E-esperando? –balbuceó ella–. No creí que él fuera a venir hoy. Al menos, no por la mañana.


–Lleva aquí una hora. Agarra la agenda –recomendó Monica.


Paula obedeció y, tras respirar hondo varias veces, llamó a la puerta del despacho de Pedro Alfonso y entró.


Él estaba hablando por teléfono y, al verla, la indicó con la mano que se sentara.


Paula dejó la agenda sobre la mesa y aprovechó que él estaba hablando de espaldas a ella para recomponerse lo mejor que pudo.


Se colocó el pelo detrás de las orejas, se alisó la falda y cruzó los tobillos. Hizo algunos discretos ejercicios faciales, enderezó los hombros y entrelazó las manos sobre el regazo.


–¿Lista?


Ella levantó la vista y, avergonzada, se percató de que, al
parecer, Pedro Alfonso llevaba un tiempo observándola. No se había dado cuenta de cuándo había terminado la llamada.


–Eh… sí. Siento llegar tarde.


–¿No esperabas que me presentara en la oficina?


–No ha sido por eso. Sol se ha portado un poco mal –explicó
ella–. Además, no esperaba que usted estuviera aquí –reconoció.


–He decidido que no quiero que me tomen por un tipo que lo deja todo para irse a pescar –dijo él tras un silencio.


Paula se sonrojó un poco.


–Yo… no les habría dicho eso –murmuró ella.


–Ayer por la tarde, sí lo habrías dicho.


Paula se retorció incómoda, sin decir nada.


Él se puso en pie y se acercó a las ventanas.


–¿Has tomado alguna decisión?


–Bueno, lo he hablado con mi madre y ella… –comenzó a decir Paula y se interrumpió, carraspeando–. No. Yo quiero aceptar el puesto… si usted no ha cambiado de idea.


–¿Por qué iba a hacerlo?


–Por lo que le dije ayer de irse a pescar –sugirió ella, haciendo una mueca.


Él esbozó una sonrisa fugaz.


–Fui muy poco considerado. Tal vez, me lo merecí. No, no he
cambiado de idea. ¿Qué me decías? Parece que quieres que crea que eres tú y no tu madre quien ha tomado la decisión…


–Sí –admitió ella y bajó la vista–. Si le soy honesta, no podría rechazarla. Para empezar, me ayudará mucho en lo económico. Y será como trabajar desde casa y no tendré que trabajar a media jornada durante los fines de semana. Desde el punto de vista profesional, como usted ha señalado, será bueno para mi currículum. Me permitirá estar mucho más tiempo con Sol y… –enumeró e hizo una pausa, tragando saliva–. Sobre todo, me permitirá ser mejor madre a la vista de todos.


–¿En el caso de que el padre de Sol decida reclamarla?


Ella asintió.


–¿Se lo vas a decir a él?


–No, pero… –balbuceó Paula–. Se ha mudado a Sídney –añadió y le explicó cómo lo había averiguado–. Así que ésa es otra razón por la que prefiero vivir en otro sitio.


–No puedes seguir huyendo de él, Paula.


–Lo sé –admitió ella, extendiendo las manos–. Lo que pasa es que es más fácil así. Además, creo que un buen trabajo como el que me ofrece me hará tener mejor autoestima…


–¿Y tu madre? ¿Qué opina?


–Ella me apoya. Aunque me ha costado mucho convencerla de que se quede aquí y retome su trabajo de diseñadora de ropa. Pero tiene sólo cincuenta años y necesita tener una vida propia. Por supuesto, dice que vendrá a visitarnos… si a usted le parece bien.


–Claro –repuso él y apretó los labios–. ¿Tienes ganas, entonces? Todas las razones lógicas para aceptar el trabajo no te van a servir de nada si, luego, odias el lugar o no te sientes cómoda allí.


–¿Odiar el lugar? –repitió Paula con tono burlón–. Eso iba a ser difícil.


–O si te sientes sola.


Sus miradas se encontraron cuando Pedro pronunció esas
palabras. Por la forma en que él lo dijo y por cómo la observaba, Paula se sintió atrapada en sus ojos.


Se humedeció los labios.


–Planeo estar demasiado ocupada como para sentirme sola.


Pero, de inmediato, Paula se dio cuenta de que ésa no era la
respuesta correcta. No contestaba la pregunta indirecta que él le había hecho… La corriente eléctrica que cargaba el aire entre ellos estaba allí, envolviéndolos otra vez. Sin poder evitarlo, ella se preguntó cómo se sentiría si él la tomara entre sus brazos.


Al pensarlo, Paula notó cómo se le ponía la piel de gallina.


Entonces, las palabras de él resonaron en su mente. 


Sentirse sola, se dijo, tomando aliento.


Llevaba años sintiéndose sola, ansiando tener un amante y un compañero. Y no tenía ninguna duda de que Pedro Alfonso podía desempeñar ambos roles de forma brillante. 


¿Pero cuánto tiempo pasaría hasta que otra Portia se cruzara por su camino?


–¿Paula? ¿Vas a seguir negándolo?


Ella se estremeció un momento. Al instante, se dijo que nunca había sido deshonesta con Pedro Alfonso y que no iba a empezar a serlo.


–¿Se refiere a si voy a negar que existe cierta atracción entre nosotros? No. Pero… –comenzó a decir ella e hizo una pausa–. No puedo dejar que me afecte. Ya he cometido un terrible error en nombre del amor, que terminó siendo sólo una atracción pasajera. Todavía no me he recuperado del todo y sigo hecha pedazos, no sólo mi corazón, sino también mi autoestima.


Paula se calló un momento, ignorando la terrible tensión que
delataban sus ojos. Intentó quitarle hierro a la conversación.


–Igual cree que cinco años deberían haber bastado para
superarlo, pero no es así –admitió ella y esbozó una rápida sonrisa–. Además, si me disculpa, señor Alfonso, usted también tiene lo suyo.


–Sigue –la invitó él con tono seco–. ¿O quieres que lo adivine? ¿Dudas de que mis intenciones sean honestas? –preguntó e hizo una pausa–. Te aseguro que no soy tan despiadado como para dejarte embarazada y abandonarte.


–Fui yo quien… lo dejó –susurró ella.


–Paula, ahora tienes veinticuatro años. Eso significa que sólo tenías diecinueve cuando sucedió, ¿no es así?


–Bueno, sí, pero…


–¿Cuántos años tenía él? –inquirió Pedro–. Supongo que era mayor.


–Él… tenía treinta y cinco.


–¿Y quién era? No quiero nombres –puntualizó él con expresión tempestuosa–. ¿Quién era él para ti?


–Uno de mis tutores.


–Es una vieja historia, Paula. Un hombre mayor con autoridad. Una joven impresionable e ingenua. Él no debió desaparecer de tu vida sin mirar atrás cuando encontró a otra mujer.


Paula jugueteó con sus pulseras un momento.


–Mire –dijo ella con voz tensa–. Por la razón que sea, legítima o no, no estoy preparada para pasar por eso de nuevo.


–Entonces, ¿por qué aceptas el trabajo?


–Es la única oportunidad que se me ha presentado hasta el
momento de salir del agujero en que Sol y yo nos encontramos. Y…


–¿Y?


–Puede que suene raro, pero al verle con Armando… me resultó más fácil decidirme. Sin embargo, si va a ser… –contestó ella y titubeó, deteniéndose a mitad de la frase.


–¿Va a ser qué? ¿Incómodo para mí? –adivinó él.


–Yo… no quiero… –balbuceó ella y se mordió el labio.


Pedro Alfonso se dejó caer en su silla.


–Tal vez, si me siento incómodo, pueda quemar energías
cortando madera –sugirió él.


–En serio, igual es mejor que nos olvidemos de todo esto…


Pedro la miró a los ojos con gesto frío y serio.


–No. Tú pareces convencida de poder manejar la situación, así que yo haré lo mismo.


–Sigo sin entender bien por qué me ha ofrecido el puesto si… – comenzó a decir Paula y se interrumpió, sintiéndose impotente.


–¿Si no es para llevarte a la cama? –dijo él, terminando la frase por ella–. Creo que es por mi hermana. Su historia era parecida a la tuya. Estaba angustiada y sentía que había sido traicionada. Cuando Armando tenía tres años, murió en una avalancha en la nieve, cuando estaba esquiando.


–Oh. Lo siento.


Pedro se encogió de hombros.


–Bueno, ¿entonces, aceptas, Paula Chaves?


Ella titubeó.


–No te preocupes. No te obligaré a hacer nada que no quieras.


Aquella promesa le provocó a Paula un escalofrío… aunque decidió ignorarlo.


–De acuerdo.


–Bien. Lo prepararé todo. Ahora, veamos qué tengo en la agenda para hoy.


Despacio, Paula tomó la agenda y repasaron las citas del día una por una. Luego, Pedro Alfonso le encargó varias cosas para los siguientes días.


Justo cuando iba a llegar a la puerta, Pedro Alfonso la llamó.


–Puedes hablar conmigo siempre que quieras… o lo necesites – aseguró él en voz baja.


Paula se quedó mirándolo y, sin poder evitarlo, se le saltaron las lágrimas.


–Gracias –dijo ella con voz ronca–. Gracias.


Entonces, se dio medio vuelta, rezando porque él no se hubiera dado cuenta de cómo la habían conmovido aquellas simples palabras de amabilidad…


Tumbada en su cama esa noche, Paula se preguntó, sin embargo, si había sido la inesperada amabilidad de su comentario lo que le había llegado al alma. No, debía de ser algo más. Algo que la atraía de manera irresistible.






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