sábado, 8 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 19





Paula se movió y gimió de dolor cuando sintió las protestas de sus músculos.


—¿Estás bien? —le preguntó Pedro.


Ella levantó la mirada.


—Es una sensación muy extraña —le explicó—. El cuerpo me pide que no me mueva, pero hay ciertas partes que están diciendo: «Otra vez». Sería una loca si hiciese caso a esas partes.


—Comprendo.


Pedro se dispuso a levantarse de la cama, pero entonces ella lo agarró del brazo.


—Llámame loca.


En el rostro de Pedro apareció una pícara sonrisa.


—Los dos estamos locos.


Paula se echó en sus brazos como si fuese su lugar por naturaleza, y quizá fuese así, a pesar de todas las complicaciones. Pedro había sido tan dulce con ella, tan atento; se había esforzado tanto en que disfrutara al máximo de su primera experiencia sexual. No importaba lo que ocurriera en el futuro, Paula siempre tendría el recuerdo de aquella noche.


—Gracias —le dijo.


—¿Por qué?


—Por ser perfecto… al menos para mí.


Tardó unos segundos en responder.


—Es un placer.


Paula sí tenía experiencia en besos y podía decir que ninguno estaba a la altura de los de Pedro. Conseguía seducirla con apenas rozarle los labios; no hacía falta nada más para que lo deseara con todas sus fuerzas. Un solo beso y Paula sabía que estaba hecha para él. Un solo beso y supo que…


Lo amaba.


Aquello le cortó la respiración. No. No era posible. Le puso las manos en los hombros para apartarlo y alejarse de él.


Necesitaba aire. Una cosa era el sexo y otra muy distinta el amor. ¿Cómo había podido ser tan tonta?


—¿Paula? ¿Qué pasa, preciosa? —preguntó, tratando de agarrarla.


Ella esquivó su mano. Había sido esa mano precisamente lo que había dado lugar a todos los problemas con solo tocarla. 


La mano que la había hecho caer en el Infierno.


Se envolvió en la toalla, de pronto era consciente de su desnudez.


—¿Cómo vamos a salir de ésta? —le preguntó.


—¿Salir de qué?


Paula levantó la mano y la agitó. El diamante lanzó su brillo de fuego en todas direcciones.


—De todo esto. Del compromiso. ¿Cuál es tu estrategia?


—No lo sé. ¿Qué más da? —dio unos golpecitos en el colchón—. Vuelve a la cama. No hay ninguna prisa.


Aquello avivó el pánico de Paula.


—¿Cómo que no lo sabes? Tienes que tener un plan. Tú siempre tienes un plan.


Pedro la miró detenidamente.


—¿A qué viene tanta prisa?


—Necesito saber cómo va a acabar esto. Y cuándo.


Él también se levantó de la cama y fue a ponerse los pantalones que había dejado tirados en el suelo.


—¿Te estás arrepintiendo?


—No me arrepiento de haber hecho el amor contigo, si es eso lo que me preguntas.


—Ya —murmuró, con ironía.


—Lo digo en serio —insistió ella—. No me arrepiento en absoluto.


—¿Entonces? —dejó a un lado los pantalones y la agarró por los hombros para abrazarla—. Estábamos besándonos y te pones a hablar de planes para poner fin al compromiso. ¿Qué demonios te ha pasado?


Paula apretó los labios para frenar las palabras, pero no aguantó más de veinte minutos antes de soltar la verdad.


—Me ha gustado.


Pedro la miró sin comprender nada.


—¿Que te ha gustado qué?


—Hacer el amor contigo.


—Eso está bien —dijo, sonriendo—. A mí también me ha gustado.


—No, no lo entiendes —intentó apartarse de sus brazos, pero él no la dejó. ¿Por qué demonios habría elegido ese momento para tener tal conversación, con él completamente desnudo?—. Me ha gustado mucho hacer el amor contigo.


—A mí también.


Paula gruñó de frustración.


—¿Tengo que decírtelo con más claridad?


—Parece que sí.


—Me ha gustado tanto que quiero volver a hacerlo, lo más a menudo posible.


—No me extraña que quieras poner fin al compromiso —volvió a la ironía—. ¿Quién querría hacer el amor lo más a menudo posible?


—Ya basta, Pedro —sintió con horror que empezaban a agolpársele las lágrimas en los ojos—. Se supone que eres una persona lógica. ¿No se te ha ocurrido que, si seguimos haciendo lo que acabamos de hacer, puede que sea difícil parar?


—¿Quién ha dicho nada de parar?


—¿Es que no lo entiendes? Eso es lo que suele pasar cuando se rompe un compromiso, que los prometidos dejan de hacer el amor —hizo un mohín, algo que no hacía desde los tres años—. Y yo no quiero dejar de hacerlo. ¿Qué pasará cuando llegue el momento y no queramos parar?


—Lo que suele pasar es que esos sentimientos desaparecen poco a poco —lo dijo con tal sencillez que el dolor que le provocó fue aún peor—. Lo que ocurre es que nunca has pasado por esa etapa de las relaciones, pero fíate de mí. Sé por experiencia que el sexo, por bueno que sea, y las joyas no bastan para que una mujer quiera seguir con una relación una vez que sale del dormitorio.


Eso no tenía ningún sentido.


—Ahora soy yo la que no entiende nada. He entendido que crees que la atracción física va desapareciendo gradualmente, pero lo que no comprendo es qué tiene eso que ver con lo demás. ¿Qué tienen que ver las joyas?


—¿De verdad no sabes lo que tienen que ver las joyas con el sexo? —le preguntó después de soltar una fría carcajada.


—No. Y si tú crees que hay alguna relación entre ambas cosas es porque has estado con las mujeres que no debías.



Eso lo dejó callado unos segundos.


—Debo reconocer que ahí tienes razón.


—Escucha, a mí no me importan las joyas lo más mínimo. Si el sexo falla, no creo que las joyas puedan solucionar el problema. Lo que quiero que me digas es qué va a pasar al salir del dormitorio que estropeará la relación.


—Supongo que tiene que ver con el hecho de que soy un solitario —explicó con calma—. Demasiado independiente. Sin domesticar y distante.


Aquella retahíla de palabras sonaba a que Pedro estaba citando a alguien.


—¿Es así como te describía Laura? —le preguntó, indignada.


—Pero no es la única —se frotó la cara—. ¿Cómo demonios hemos acabado hablando de esto?


—A ver si lo he entendido… ¿Crees que cuando me aburra del sexo contigo, querré dejarte?


—Sí —dijo y esbozó una seductora sonrisa—. Haré todo lo que esté en mi mano para que no te aburras.


—¿Y ésa es tu estrategia? ¿Un día desapareceré y le dirás a tu familia que me he aburrido y me he ido?


—Yo no doy explicaciones a mi familia.


Paula enarcó una ceja.


—Yo creo que vas a tener que hacerlo cuando yo me vaya —no protestó, así que seguramente estaba de acuerdo con ella—. Haremos una cosa, yo me encargaré de la ruptura.


—¿Y cómo piensas hacerlo?


Qué tonta. Debería haber previsto que se lo preguntaría.


—Es mejor que no lo sepas.


Pedro cruzó los brazos sobre el pecho. Allí desnudo y con esa mirada, Paula comprendió que algunas mujeres se sintieran intimidadas por él. Pero ella no.


—No dejaré que me engañes —le advirtió con ferocidad.


—No se me había pasado por la cabeza.


—Está bien —parecía convencido por su sinceridad—. Dame alguna pista para que pueda decidir si puede funcionar o no.


—Confía en mí, funcionará. No solo lo creerán, sino que te apoyarán y no tendrás que preocuparte por que vuelvan a intentar encontrarte esposa —le dijo mirándolo fijamente a los ojos mientras se preguntaba si podría ver la tristeza que sentía al pensar en el futuro.


Enseguida comprobó que sí lo había visto.


—¿Qué ocurre, Paula? ¿Estás enferma o algo así?


—No, no es nada de eso —le aseguró. Tenía que cambiar de tema antes de que la obligara a decir la verdad. Le puso las manos en el pecho y lo llevó hacia la cama—. ¿Por qué zanjamos la discusión por el momento y te aseguras de que no me aburra?


Cayeron juntos y riéndose sobre el colchón. Paula decidió no pensar más en el futuro y disfrutar de cada segundo que pudiera estar con él hasta que descubriera quién era ella y lo que quería de él. Le horrorizaba pensar que eso pudiera hacerlo aún más solitario de lo que ya era. Si eso ocurría, jamás podría perdonarse por ello. Pero quizá él lo comprendiera y quisiera ayudarla.


Y quizá los cerdos empezaran a volar.


—¿Qué piensas? —le preguntó él de pronto.


—Nada importante —dijo Paula, con una sonrisa forzada.


—Sea lo que sea, te ha puesto triste.


—Entonces haz que piense en otra cosa.


No fue necesario insistir. Pedro se apoderó de su boca con un beso apasionado que hizo desaparecer todos los pensamientos de su mente y solo pudo sentir. El roce de sus labios, volviéndola loca de deseo. Las caricias de su mano, de esos dedos mágicos que la llenaban de placer.


Se rindió a ese placer, a sensaciones que exploró con una curiosidad que a él parecía resultarle increíblemente excitante. Nunca se había parado a pensar lo duras que podían ser algunas partes del cuerpo masculino y lo flexibles y sensibles que eran otras.


Se rieron mientras ella lo acariciaba con audacia, hasta que Paula lo miró a los ojos y dijo:
—Me cuesta imaginar que pudiera aburrirme contigo.


Él tardó unos segundos en responder.


—Yo tampoco creo que pueda aburrirme contigo.


Lo que había comenzado como un encuentro divertido y desenfadado se volvió entonces más intenso y profundo, con ciertos matices agridulces. Paula lo besó y luego empezó a recorrer su cuerpo con los labios y la lengua, dándole suaves mordiscos. En los brazos, el pecho, el vientre y siguió bajando hasta la fuente misma del deseo.


Pedro no le permitió que se quedara allí tanto como habría deseado porque decidió comenzar él la exploración hasta que ambos se unieron en un solo ser. Con las manos entrelazadas, como antes. Paula sabía por qué, lo veía en sus ojos y en la emoción que relejaban y que él no se atrevía a expresar. Aunque Pedroe lo habría negado con furia, latía entre ambos y no dejaba lugar a dudas.


Paula se abrió a él, se rindió a la explosión de pasión que la arrastró como una hoja en una ráfaga de aire. Empujada hacia una sensación increíble y perfecta, porque no estaba sola. Estaba con Pedro.


La gente lo llamaba lobo solitario y él había respondido a su reputación hasta el punto de creérselo. Pero había algo que nunca se había parado a pensar, algo que quizá no sabía o había olvidado. Pero ella sí lo sabía porque también ella era una loba solitaria.


Los lobos se emparejan para toda la vida.






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