sábado, 8 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 22





Pedro no perdió el tiempo en dar demasiadas explicaciones a su familia, ni les dio oportunidad de expresar su preocupación antes de salir de allí rumbo a San Francisco. 


En cuanto llegaron a la casa, Paula se fue directamente a su dormitorio y él la siguió. Quizá no fuera lo más inteligente, pero quería hacerle algunas preguntas. Se detuvo en la puerta y la observó, tratando de ver cómo era realmente… una mujer movida por la avaricia y la falsedad.


Fue como si le leyera el pensamiento.


—Yo no soy como Laura —le dijo sin volverse a mirarlo.


—¿No? Las dos habéis hecho lo mismo; pasar de ser dulces e inocentes a frías y calculadoras. Supongo que soy un blanco para las mujeres como vosotras. Puede que Laura fuera más sofisticada, pero no tardé mucho en darme cuenta de que quería lo que quieren todas las mujeres de los Alfonso, nuestro dinero. Supongo que podría haberlo soportado durante un tiempo.


—¿Qué pasó entonces?


—Lo que me negué a aguantar fue el adulterio.


Paula lo miró de frente.


—¿Laura te engañó? —preguntó, asombrada.


Pedro debería haberse sentido halagado.


—¿Te cuesta creerlo?


—Sí.


Se paró a observarla, luego se acercó y le puso las manos en los hombros.


—¿Cómo lo haces? —ella levantó la mirada, esos enormes ojos azules llenos de inocencia y candor—. ¿Cómo haces para parecer tan ingenua a pesar de todas tus mentiras?


—Yo no soy Laura —insistió de nuevo—. No voy a permitir que me juzgues como si fuera ella. Porque no lo soy.


—Te habría creído si hubiese sido sincera conmigo desde el principio. Solo por curiosidad, ¿algo de lo que me has dicho es cierto? ¿Es verdad que te abandonó tu madre y te criaste con tu abuela?


El agotamiento había invadido el rostro de Paula.


—Yo nunca te he mentido, Pedro. Simplemente te oculté que Laura era mi hermana, pero te dije que tenía secretos. Mentiras por omisión, ¿te acuerdas? —lo miró a la cara, seguramente buscando alguna señal de debilidad que poder aprovechar—. Tú dijiste que omitir ciertas cosas era lo que se hacía cuando se salía con alguien. Todo lo que te he contado es cierto.


—Y se supone que tengo que creerte.


—¿Sabes una cosa, Pedro? Me da igual que no me creas. Sé que es cierto y eso es lo que importa. ¿Deberías estarme agradecido? Te he dado la excusa perfecta para seguir manteniendo la distancia sentimental que tanto te gusta. Te he traicionado; ya puedes volver a tu independencia. Vuelves a ser el lobo solitario. Deberías estar contento.


Paula intentó apartarse, pero él la agarró con más fuerza.


—¿Por qué sigo sintiéndolo?


Ella comprendió de inmediato a qué se refería y lo miró con una combinación de pánico y deseo.


—Puede que de verdad sea el Infierno.


—Te encantaría, ¿verdad?


—Sí, si fuera real —admitió con sinceridad—. Pero en las actuales circunstancias, no me hace ninguna ilusión.


Pedro soltó una fría carcajada.


—Todo esto tiene algo de bueno. Cuando cuente todo esto a mi familia, conseguiré que por fin me dejen tranquilo con el Infierno. Y comprenderán también que no pueda casarme con mi alma gemela del Infierno siendo la hermana de Laura.


La furia estalló dentro de Paula.


—Su media hermana. Y estoy harta de que me culpen de sus actos. ¿Quieres un motivo para enfadarte? Yo te lo daré.


Sumergió las manos en su pelo y tiró hacia abajo para hacerle inclinar la cabeza y poder besarlo en la boca despiadadamente. Aquella agresividad disparó el deseo de Pedro. Había estrellado su boca contra la de él y movía los labios apasionadamente, ofreciéndose a él. Pedro no titubeó. Sus cuerpos se fundieron y pudo sentir sus pechos, su pelvis y su boca, una boca dulce como una cereza madura.


En cuanto cayeron sobre el colchón, Pedro metió las manos por debajo de su blusa y le acarició los pechos hasta hacerla gemir. Se perdió en el fuego que ardía por combustión espontánea cada vez que se tocaban.



—Dime que esto es mentira —le dijo ella, mordisqueándole los labios—. Dime que miento respecto a lo que pasa cada vez que nos besamos. Dime que esto no es verdad —Paula se apartó de él y se levantó de la cama—. ¿Crees que yo quería que esto pasara? Eres el marido de Laura. Yo nunca quise nada que le hubiera pertenecido a ella y tú… —se le quebró la voz y se dio media vuelta.


—Yo no le pertenecía.


—Estabas casado con ella, no hay mucha diferencia.


Pedro se levantó también, consciente de que no podía hacer o decir nada que restituyera el orden de las cosas. Deseaba a una mujer de la que no se fiaba. Seguramente habría hecho el amor con ella si ella no lo hubiese frenado. Su primera esposa ya le había puesto la vida patas arriba una vez, no iba a permitir que sucediese de nuevo.


—Yo no pertenezco a ninguna mujer, ni perteneceré nunca.


—¿Lobo solitario hasta el fin?


—Es mejor que la otra alternativa.


Dicho eso, Pedro se dio media vuelta y se fue. Pero la palma de la mano no dejó de arderle.




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