sábado, 22 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 12





Pedro no le gustaba pensar en lo que podía haber ocurrido. Se había marchado de Royal y se había olvidado de su pasado al hacerlo, pero si Paula hubiese fallecido tres años antes. No le gustaba la sensación que aquel pensamiento despertaba en él. Estaba acostumbrado a controlarlo todo y acababan de darle una prueba de que lo cierto era que no controlaba nada.


Pedro—lo llamó Paula.


Él hizo que el caballo fuese más lento y al verla acercarse deseó abrazarla otra vez.


Necesitaba aclararse las ideas y no quería hablar con ella en ese momento. Se sentía expuesto. Y la última vez que se había sentido así, había sido cuando su padre había muerto.


—¿Estás bien? —le preguntó ella.


Él negó con la cabeza.


—Odio pensar que podías haber muerto y no habría tenido la oportunidad de volverte a conocer.


Paula tragó saliva mientras su caballo se acercaba al de él.


Pedro la vio bajo el primer sol de la mañana y le pareció una mujer sana, era difícil creer que hubiese estado varios años luchando por volver a su estado normal.


—Yo también. Tengo la sensación de que tenemos temas por zanjar.


—Así es —admitió él, deseando volver a abrazarla, deseando protegerla y cuidarla—. Volvamos a los establos a devolver los caballos. ¿Te apetece desayunar conmigo?


—Después de que tu madre se haya molestado en preparar el desayuno, no lo puedo rechazar.


Dejaron los caballos y luego fueron al aparcamiento a por el coche.


—¿Te sigo? —le preguntó Paula.


—No, vamos los dos en el Porsche. Te llevaré a un bonito lugar que hay muy cerca de aquí.


—Pensé que tenías un Range Rover —comentó Paula.


—Me han traído este de Dallas. Me gusta la velocidad.


—A mí no.


—No te pasará nada —le aseguró Pedro—. ¿Confías en mí?


—Sí. Por supuesto. Está bien, iremos en tu coche. Aunque no puedo quedarme mucho rato. Tengo que ir al despacho.


—Como conoces al jefe, no creo que te despida por llegar un poco tarde — bromeó Pedro.


En esos momentos, para Paula el hombre más importante de su vida era su padre, y él quería ocupar ese lugar. Quería que dependiese de él para todo. Se maldijo, lo que quería era algo más que salir de vez en cuando con ella y ponerse al día. Quería que fuese suya.


Por eso había hecho que le llevasen el Porsche, porque quería que Paula lo viese al mismo nivel que a su padre, quería impresionarla.


—Tienes razón, pero no quiero aprovecharme… La verdad es que papá me da mucha flexibilidad en el trabajo porque todavía no estoy al cien por cien. Espera un momento. Sí que lo estoy. Se me olvida que ya ha pasado la última operación. ¿Sabes lo que eso significa? —le preguntó, sonriendo despacio.


—No, ¿el qué? —le preguntó Pedro.


—Que no tendré que volver al médico para que me diga cuáles son mis opciones. Es todo un alivio.


—Me alegro.


—Yo también. Creo que no lo había pensado hasta ahora.


Pedro se acercó más y la abrazó. La apretó con fuerza y dio gracias a Dios de que estuviese viva y recuperada. No había estado a su lado en los peores momentos, pero iba a hacer que aquella etapa de su vida fuese lo mejor posible.


Paula lo abrazó también con fuerza y él se aferró a ella como si su vida dependiese de ello. Intentó decirle con aquel abrazo todo lo que no sabía cómo decirle con palabras.


—Bueno, ¿dónde vamos a desayunar? —le preguntó por fin Paula.


Él la soltó a regañadientes para abrirle la puerta del coche. 


Se dio cuenta de que Paula cojeaba ligeramente al acercarse.


—¿Te duele la pierna? —le preguntó.


—Es un músculo que no tengo bien y, al montar a caballo, lo hago trabajar —le contestó ella—. ¿Adónde dices que vamos a desayunar?


—Es una sorpresa —respondió Pedro.


—¿En Royal? ¿De verdad piensas que es posible?


—No quiero decir que sea un sitio en el que no has estado nunca —le dijo él—. Solo que no sabes adónde vamos.


—De acuerdo.


Pedro cerró la puerta y le dio la vuelta al coche para sentarse detrás del volante.


Paula se había quitado el casco y lo tenía en el regazo. 


Sacudió la cabeza y se peinó un poco.


—¿Qué tal estoy? —le preguntó.


—Preciosa.


Luego arrancó y se alejaron de los establos.


—Vamos a un lugar que estoy pensando en comprar.


—¿De verdad? ¿Por qué?


—Porque mi madre necesita que venga algo más de dos veces al año. Los médicos me han sugerido que sus ataques pueden ser una manera de llamar mi atención.


—Lo siento. ¿Eres un mal hijo? —le preguntó Paula—. Solo os tenéis el uno al otro.


—Intento no ser un mal hijo —respondió él—, pero tengo mucho trabajo y, cuando no estoy de viaje, suelo tener muchas reuniones en Dallas. Aunque podría hacer gran parte del trabajo aquí si encuentro un motivo para quedarme.


—¿Y tu madre no te parece suficiente motivo? —le preguntó Paula, inclinando la cabeza de manera coqueta.


—Lo es para venir más a menudo, pero no para quedarme. Para quedarme de verdad, voy a necesitar algo más.


Volvería si empezaba a salir en serio con Paula. Quería verla más. Cada vez que la miraba, la deseaba tanto que no podía pensar en otra cosa.


—¿Como una mujer con la que pasar el tiempo? —le preguntó ella.


—Dependería de la mujer —respondió él, tomando una carretera polvorienta que salía de la autovía.


Luego detuvo el coche y se echó a reír.


—¿Qué es lo que te parece tan gracioso? —quiso saber Paula.


—Que quería impresionarte con mi coche, pero la verdad es que el Range Rover es mejor para estas carreteras.


—¿Por qué querías impresionarme? —inquirió ella—. No te estoy juzgando.


Él se encogió de hombros. Siempre había sido una persona muy competitiva, aunque solo hubiese estado compitiendo consigo mismo, habría intentado ganar. Y, por supuesto, quería que Paula solo viese cosas buenas cuando pensase en él.


—A veces, cuando estoy contigo, me siento como cuando estábamos en el instituto —admitió.


—¿Y cómo te sentías?


—Sentía que no tenía el dinero suficiente para ti, que no era lo suficientemente bueno. Y supongo que una parte de mí quiere que sepas que ahora sí que lo tengo.


Ella alargó la mano y la apoyó en su muslo.


Pedro, siempre fuiste lo suficientemente bueno para mí. Tal y como eras. No necesito coches de lujo ni enormes casas.


—¿Qué más da?


No podía pensar con la mano de Paula en su pierna. Se inclinó y la besó. La abrazó para acercarla más a él. Ella separó los labios y le apretó el muslo con fuerza.


Él se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta.


—¿Adónde vas? —le preguntó Paula.


—A respirar algo de aire fresco. Te metes en mi cabeza, Paula. Me haces desear cosas a las que nunca había dado importancia. Siempre he estado centrado en ganar dinero y en demostrar a los habitantes de Royal que no era solo el hijo de un trabajador de la petrolera.


—Ya lo has demostrado millones de veces —le dijo ella.


—Pero eso no significa nada y sigo sin sentir que soy lo suficientemente bueno para ti.


Salió del coche y cerró la puerta. Miró hacia el terreno que quería comprar. De niño, jamás había pensado en tener una casa en Royal y en esos momentos, gracias a Paula, estaba considerando hacerlo.





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