sábado, 1 de julio de 2017

EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 18




La llegada de Nadia al mediodía coincidió con el regreso de la energía.


—¿Qué te parece la sincronización? —preguntó su amiga con una sonrisa, metiendo el envase de helado medio derretido en el congelador de Paula.


Cerraron las ventanas para aislar el calor del exterior y Paula encendió el aire acondicionado.


—Ahhhhh —exclamó al sentir la primera bocanada de aire frío—. Qué agradable.


—Deja de monopolizar el frescor, sienta tu trasero ahí y cuéntamelo todo —demandó Nadia, ocupando el taburete más próximo al aire acondicionado.


—Tú primero. Háblame de ese chico que conociste en la playa.


—¿Por qué he de ser yo la primera?


Paula movió las cejas arriba y abajo.


—¡Guardo lo mejor para el final!


Nadia abrió mucho los ojos, y luego, sin dilación, relató la historia de su encuentro con Martin Grainger en la fila de un puesto de comida.


—Estaba delante de mí y retrasándolo todo, ya que había pedido media docena de perritos calientes y no había llevado suficiente dinero. Solo le faltaban setenta y cinco centavos, así que le di un billete de dólar.


—Con la intención de acelerar la fila.


—Exacto. Además, tenía un gran trasero. Al volverse, la vista frontal era igual de buena. Un metro ochenta y cinco, pelo rubio, ojos verdes profundos, sonrisa devastadora y hoyuelos. Se mostró muy agradecido y descubrí que tenía un acento asombroso. Resulta que es australiano y lleva seis meses en Nueva York trabajando para algún banco internacional. Me invitó a unirme a su fiesta, así que lo ayudé a llevar las bebidas. La fiesta la componían sus dos hermanas, su hermano y su cuñada, que estaban de visita, además de un compañero de trabajo.


Paula sonrió.


—Veo que te lo pasaste en grande.


—Eso es un eufemismo. No recuerdo la última vez que me reí tanto. Todos eran tan agradables… ¡y creían que mi acento era estupendo! —movió la cabeza y rio entre dientes—. En cuanto a Martin… qué decir. ¿Puedes creer que insistió en devolverme el dólar? Dijo que no podía permitir que una dama le pagara la comida —se llevó una mano al corazón—. Es divertido, inteligente y guapo, aparte de caballeroso y educado. Y tiene trabajo. Y es heterosexual. Y está interesado en mí.


—Suena increíble.


—Exacto. Lo que significa que debe de tener algún secreto horrible.


Paula rio.


—Quizá sea un chico estupendo. Sé que se trata de una especie en peligro de extinción, pero aún quedan algunos por ahí. ¿Dónde estabais cuando se fue la luz?


—Todavía en la playa. Cuando la radio aconsejó que la gente no condujera, nos quedamos allí.


—¿Toda la noche?


—Sí. Tenían una nevera portátil llena de bebidas, bolsas de patatas y bollos, así que no pasamos hambre ni sed. Todo el mundo terminó por quedarse dormido, pero Martin y yo nos quedamos despiertos toda la noche charlando. Te juro que parecía que nos conociéramos de toda la vida. Conectamos en el acto. Y por Dios que sabe besar —suspiró con expresión soñadora—. Te lo digo, Paula, ese chico me ha dejado tontita. Nunca antes había experimentado algo así. Cada vez que me miraba, me sentía mareada.


—Créeme, sé cómo te sientes.


Nadia la miró fijamente.


—Bueno, como no has conocido a Martin, debes de estar hablando de Pedro. Es tu turno. Cuéntamelo todo.


No tenía sentido endulzarlo… Nadia lo vería en un abrir y cerrar de ojos.


—La noche fue… asombrosa. Él fue asombroso. Tal como lo recordaba, solo que mejor. Encantador, dulce, considerado. Charlamos y reímos, recordamos el pasado…


—¿Y el sexo fue…?


—Asombroso.


—¿Cuándo vas a volver a verlo?


La pregunta le atenazó el estómago.


—No sé si lo veré otra vez.


—Ja, ja. ¿Cuándo?


—En serio, no sé si volveremos a vernos —le contó rápidamente cómo habían dejado las cosas.


Al terminar, Nadia movió la cabeza.


—Paula, entiendo que no quieras esperar, pero parece que Pedro y tú tenéis algo especial.


—Cuesta descubrir si se trata de algo especial con un océano de por medio. Y no pienso esperar sentada tres meses mientras él se dedica a descubrir a las mujeres europeas.


—Volverá.


—Y luego se marchará de nuevo. O se trasladará a Hawái o a alguna otra parte.


—Seguro que después de tres meses en Europa, habrá agotado el deseo de viajar. Quizá puedas persuadirlo de no volver a marcharse.


Eso la frenó. El corazón le dio un vuelco.


—Yo… no sé. No he tenido tiempo de reflexionar sobre ello.


—Pues necesitas hacerlo. Si es el hombre de tu vida, no querrás que vuelva a irse. Lo más probable es que a él la noche pasada contigo le resultara tan asombrosa como a ti. Lo que significa que estarás en su mente. Lo que significa que cuando regrese a casa y te vea otra vez, quizá no esté ansioso de largarse a miles de kilómetros de distancia. Has dicho que quiere salir de Manhattan… no que quisiera dejar Nueva York. Dale un motivo para quedarse. En cuanto a su viaje, no olvides que la ausencia hace que el corazón quiera más.


—No olvides que… ojos que no ven, corazón que no siente. Y tres meses es mucho tiempo.


—Pero no para siempre.


Soltó una risa.


—Tienes respuesta para todo.


—Sí. Lo cierto es que es parte de mi encanto —sonrió—. A Martin le gustó. Dijo que era inteligente y hábil.


—Lo eres.


—Y tú también.


Logró esbozar una sonrisa débil.


—Gracias.


Pero no se sentía ni inteligente ni hábil. De hecho, se sentía como un globo desinflado. Y todo por culpa de Pedro… Por entrar de nuevo en su vida con esa sonrisa tan sexy y esos ojos tan azules y todo lo que lo volvía irresistible, reencendiéndole los sentimientos que había considerado enterrados, para marcharse otra vez, dejándola tambaleante como si sus emociones se hubieran visto sacudidas por una tormenta.


Bueno, se había ido y no había nada que pudiera hacer al respecto.


«¿O sí?», se preguntó.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario