sábado, 1 de julio de 2017

EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 17




Domingo, 11:00 horas



Acompañó a Pedro a la puerta, soslayando su voz interior que clamaba para que cerrara la condenada puerta, tirara la llave y lo arrastrara de vuelta al dormitorio.


Requirió todo su poder de voluntad para no ceder a ese deseo. En especial, después del modo exquisito en que le había hecho el amor. Exquisito, pero melancólico, porque en cada embestida, en cada mirada, solo sentía una palabra.


Adiós.


Se lo había dicho con su cuerpo. En ese momento solo faltaban las palabras. Y entonces desaparecería. Y ambos continuarían con sus respectivas vidas.


Alargó la mano, pero antes de poder girar el pestillo, él se la capturó.


—Ha sido una noche asombrosa —musitó.


Observó su rostro atractivo y el corazón le dio un vuelco.


—Sí, lo ha sido. Entre anoche y la fiesta de graduación del instituto, ya has sido dos veces mi caballero de reluciente armadura. Será mejor que vayas con cuidado, o tendré la impresión de que te gusto.


—Me gustas. Desde siempre.


Sin querer darle más significado a lo que acababa de oír, sonrió.


—Lo mismo digo. Gracias por rescatar mi ego herido.


—El placer fue mío.


—No todo tuyo, te lo aseguro —una vez llegado el momento de la despedida, necesitaba acabar cuanto antes. Por motivos que no le apetecía analizar, sentía como si tuviera el corazón atado a un yunque—. Espero que lo pases muy bien en Europa.


Él exhibió un ligero ceño.


—Gracias. Yo, eh, ya tengo ganas de ir.


—¿Tres meses en Europa? ¿Y quién no las tendría? ¿A qué hora sale mañana tu avión?


—A las ocho de la mañana. En British Airways —titubeó, y luego añadió—:Te llamaré cuando vuelva.


Paula se quedó quieta, negándose a reconocer las palpitaciones desbocadas. Antes de que pudiera responder, él le alzó la mano y depositó un beso cálido en su palma.


—Quiero volver a verte, Paula.


—Eso me gustaría, Pedro


—Mmm. Percibo que a continuación vendrá un «pero».


—Es que tres meses es mucho tiempo. En ese período, podrían cambiar muchas cosas.


—¿Como cuáles?


—Como que tú conozcas al amor de tu vida en una plaza de Roma. Como que yo pierda la cabeza por algún magnate de la construcción. No sé. Podría suceder cualquier cosa. La cuestión es que no puedo ni quiero poner mi vida en espera durante tres meses. Y aunque lo hiciera, ¿qué sentido tendría? En cuanto vuelvas de Europa, planearás otro viaje a algún lugar remoto. Vas a trasladarte a quién sabe dónde, y yo voy a quedarme aquí. Básicamente, nos encontramos en la misma mala sincronización de hace nueve años… avanzando en direcciones diferentes.


Durante varios segundos él no dijo nada, solo la miró con expresión atribulada. Luego carraspeó.


—Entiendo lo que dices, pero no quiero irme pensando que nunca más nos veremos. Que no volveremos a hablar. Que no seguiremos siendo… amigos.


Esperó que su sonrisa no pareciera tan forzada como la sentía.


—Yo tampoco quiero eso. ¿Por qué no lo dejamos sabiendo que eres bienvenido para llamarme dentro de tres meses, cuando vuelvas? Lo peor que nos puede pasar será que mantengamos una charla telefónica agradable y nos pongamos al corriente de la vida del otro. Lo mejor es que tal vez terminemos pasando otra noche juntos antes de que partas a tu siguiente destino o hagas las maletas para irte a Hawái.


Una vez más, él guardó silencio durante unos momentos y el silencio se estiró entre ellos. Finalmente, asintió.


—Me parece justo.


Luego se inclinó y le dio un beso… un beso suave y tierno que terminó demasiado pronto y supo irrevocablemente a despedida. Con una última y leve sonrisa, se marchó, cerrando la puerta a su espalda.


Ella alargó la mano y la posó en el pomo que Pedro acababa de tocar, quedándose allí de pie hasta que oyó su coche alejarse. Cuando el sonido se desvaneció, respiró hondo, se irguió y giró para ir a la cocina. Bajo ningún concepto iba a permitirse estar abatida. Tenía cosas que hacer, personas con las que hablar, una carrera y una vida en las que pensar.


Y cuanto antes se dedicara a ello, antes desterraría a Pedro de sus pensamientos.


«Sí, que tengas suerte», se burló su voz interior.


La desterró al rincón más perdido de su mente y encendió el teléfono móvil. Tenía dos llamadas perdidas, las dos de aquella mañana, una de su madre y la otra de Nadia.


Acercó un taburete, se sentó ante la encimera y marcó el número de su madre.


—Me alegro tanto de que llamaras, cariño. ¿Estás bien?


«No».


—Sí. ¿Y tú sobreviviste bien al apagón?


—Oh, sí. Después de hablar contigo anoche, una docena de vecinos reunimos comida y bebida y tumbonas en el jardín del complejo de apartamentos y celebramos una fiesta improvisada de apagón. Nos divertimos mucho. ¿Tú qué terminaste haciendo?


Desvió la vista a la mesa del desayuno y revivió la imagen de Pedro y ella con el helado.


—Mmmm, vino un amigo.


—¿Quién?


—¿Te acuerdas de Pedro Alfonso?


—Por supuesto. Pero hacía años que no lo veías. ¿Dónde te lo encontraste?


Le contó la versión censurada de la historia junto con la noticia de que Gaston y ella habían roto… pero como la simpatía de una madre siempre era bienvenida, decidió que de esa historia no se reservaría ningún detalle.


—El muy imbécil —soltó su madre—. Lo siento mucho, Paula.


—Estoy bien, mamá. No tengo el corazón roto, lo prometo.


—Pues me alegro, aunque sé que ha debido escocerte —titubeó antes de preguntar—: Bueno, ¿cómo estaba Pedro? ¿Igual de atractivo y encantador?


—Sí —«y sexy y dulce y divertido y sexy»—. Fue muy… agradable —la vista se le fue hacia la mesa. «Realmente agradable».


—Bueno, ten cuidado en lanzarte a otra relación demasiado pronto, cariño.


—No pienso hacerlo. Pero si aparece el hombre adecuado, créeme, no tendrá nada que ver con un rebote por una relación rota. Gaston ya es un recuerdo lejano.


—Me alegro. ¿Estás libre mañana? ¿Comemos juntas?


—Lo estoy. ¿Al mediodía en mi oficina?


—Allí estaré.


Después de despedirse, marcó el número de Nadia. Su amiga respondió a la primera.


—¿Se ha ido? —preguntó Nadia—. ¿Estás sola?


—Sí. ¿Dónde estás tú?


—En mi casa. Puedo ponerme en marcha hacia la tuya en tres minutos. Tengo una botella de vino.


Paula rio.


—No te des prisa. He de hacer unas llamadas de trabajo. Puede que luego tenga que mostrar algunas casas.


—Me tienes al borde de un síncope, ¿lo sabías? Me llamas anoche y me dices que no puedes hablar porque Pedro, tu macizo y antiguo amante, está en tu casa, ¿y ahora me dices que tienes que trabajar? Hay una frase para eso, Paula. Se llama «castigo cruel e inusual». Quizá por eso, yo no te cuente los detalles del hombre maravilloso que ayer conocí en la playa… y a quien volveré a ver esta noche. Lo que significa que solo estaré disponible para mantener una charla de chicas hasta las seis de la tarde.


—Lo quiero oír todo. Deja que me ocupe de mis llamadas y te volveré a llamar.


Después de colgar, llamó a los compradores y vendedores a los que se suponía que debía ver esa tarde. Reprogramó las citas para última hora de la tarde, con la esperanza de que por ese entonces hubiera vuelto la luz. Si no, acordaron trasladarlas para el día siguiente. Terminado eso, volvió a llamar a Nadia.


—Estoy libre las próximas horas, así que ven para aquí —le dijo a su amiga—. Pero olvida el vino. Puede que tenga que mostrar casas a última hora de la tarde. ¿Tienes refrescos bajos en calorías?


—No. Pero tengo helado Rocky Road en el congelador. Probablemente ya esté medio derretido, pero lo llevaré de todos modos.


Paula cerró los ojos.


—Hurra.










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