domingo, 4 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 8





Paula le rodeó con los brazos el cuello a Pedro y se aferró a él como si le fuera en ello la vida. El primer roce de sus labios fue una suave y tierna caricia. Se mantuvo así durante un breve momento, lo suficiente para que ella reaccionara. 


En el momento en el que ella se lanzó, el beso se hizo más fuerte y más insistente. Entonces, suspiró encantada. Se entregó a él sin dudas ni cautela.


Pedro superó la frontera de los labios y dejó que la lengua se deslizara entre ellos hasta encontrar la de Paula y estimularla de tal manera que el deseo de ella se acrecentó aún más.


El control de Pedro era exquisito, pausado. Entonces, los dientes de él se cerraron sobre el labio inferior de Paula y tiraron suavemente, lo que amenazó con volverla completamente loca.


—No te puedes imaginar el tiempo que llevo deseando hacer eso —le informó él.


Paula tardó un largo instante en poder responder.


—No tengo ni idea, pero estoy dispuesta a apostarme contigo que tú me podrías decir hasta el minuto exacto.


—Incluso los segundos.


Pedro le enmarcó el rostro entre las manos y prácticamente la aspiró. Su beso fue el más completo que ella hubiera recibido nunca.


—Dime lo que deseas y me pasaré el resto de la noche dándotelo.


Paula pudo contener muy a duras penas un gemido como respuesta.


—Esperaba que me dijeras esto.


Pedro volvió a sonreír.


—¿Quieres las luces apagadas o encendidas cuando te quite la ropa?


—Oh, sí.


—Tal vez las deje encendidas para verte completamente desnuda envuelta por el atardecer.


Eran las palabras más poéticas que él le había dicho desde que reanudaron su relación. Algo se despertó dentro de ella, calentándola por dentro y por fuera.


—En ese caso, es mejor que te des prisa porque está a punto de anochecer.


—No voy a darme prisa, y mucho menos en algo tan importante como esto.


Paula solo pudo mirarlo atentamente. Se sentía indefensa mientras el deseo la atravesaba por dentro.


—Oh, Pedro. Tenía tanto miedo…


—¿Miedo? ¿De mí?


—En cierto modo sí —respondió ella encogiéndose de hombros. Entonces, escuchó el ruido que hacían los juguetes infantiles que llevaba en su bolsa al golpearse los unos contra los otros. Aquel sonido la tranquilizó como ninguna otra cosa hubiera podido hacerlo—. De cómo estarías cuando volviera a encontrarme contigo. De si habrías cambiado. Al principio, pensaba…


—¿Que había cambiado?


—¿Cómo lo supiste?


—Parecía la conclusión lógica.


—Es cierto. Pensaba que habías cambiado —dijo ella. Se quitó la pesada bolsa del hombro y la dejó descuidadamente sobre la moqueta. Afortunadamente, el contenido permaneció en su interior—. Y has cambiado. Es natural. Supongo, dado que el cambio es inevitable por el paso del tiempo.


—Una observación muy astuta.


Paula se echó a reír.


—Sin embargo, sigues siendo el mismo. Bajo esa jerga científica que utilizas y lo distante que te muestras, sigues siendo el Pedro que yo recordaba.


—Supongo que eso es bueno.


—Es…


Por alguna razón, los ojos se le llenaron de lágrimas, por lo que se apresuró a bajarlos rezando para que él no se hubiera dado cuenta. Parecía que Paula era incapaz de contener su energía y le desabrochó uno de los botones de la camisa.


—Es fantástico —admitió ella con voz ronca.


—Veamos si no podemos conseguir que lo sea aún más…


Paula tenía que admitir que una de las cualidades que siempre había admirado de Pedro era su capacidad para centrarse con gran intensidad. No perdió más tiempo hablando, sino que aplicó toda su atención en desabrocharle los botones. Entonces, le deslizó la blusa por los hombros antes de desabrocharle el sujetador con un movimiento de dedos. Entonces, le cubrió los senos con las manos y deslizó los pulgares por los pezones. Paula se sintió sorprendida por el poder y la fuerza que emanaban de aquellas manos. No eran las manos suaves de un hombre que trabaja en un despacho, sino las de uno que trabaja con las manos. Fuera cual fuera el trabajo de ingeniería y robótica que realizaba, implicaba el uso de aquellas manos, moldeando su fuerza y su textura. Ella gimió ante la deliciosa abrasión a la que la sometían y sintió que las rodillas amenazaban con doblársele.


Pedro, por favor…


—No me pidas que me dé prisa porque no puedo. No voy a hacerlo. Quiero disfrutar cada instante.


Pedro apartó las manos de los pechos para deslizarlas por el tembloroso abdomen. El sonido de la cremallera de los pantalones que ella llevaba puestos resonó con dureza contra la respiración de ambos. Él le quitó todas las prendas y la dejó completamente desnuda ante él.


Era el turno de Paula. No tenía la paciencia de Justice. Tiró y arrancó para quitarle pantalones, camisa, zapatos y calcetines. Mientras que la oscuridad los embargaba, ella permitió que las manos fueran sus ojos mientras se familiarizaba de nuevo con cada centímetro del cuerpo de él.


Había cambiado tanto… No solo era más alto, sino también más corpulento. Tenía unos músculos deliciosamente formados y tonificados.


Entonces, notó un abultamiento que era una larga línea que rasgaba la suave piel.


—Oh, Pedro. Veo que no estabas bromeando sobre las cicatrices, ¿verdad?


Él se tensó.


—Debería estar lo suficientemente oscuro para que no vieras nada.


—Y lo está, pero puedo tocarla.


—¿Te resulta ofensiva? ¿Preferirías dar por terminado nuestro acto sexual?


—¿Terminar con…? —repitió Paula ahogando una risa—. Sinceramente, Pedro. Eres tan divertido. Siempre sé cuándo estás disgustado. Empiezas a hablar como un empollón.


—No estoy disgustado.


—¿Entonces?


—Estoy… emocionalmente comprometido.


—Lo sorprendente sería que no lo estuvieras —afirmó ella. Pedro no respondió. Se limitó a permanecer inmóvil. ¿Acaso creía que ella se marcharía por unas cuantas cicatrices? Si pensaba eso era que ya no la conocía muy bien, pero no tardaría en volver a hacerlo—. Deja que te demuestre lo ofensivas que me resultan tus cicatrices.


Muy delicadamente, apretó los labios contra la primera, recorriéndola de principio a fin. Localizó la siguiente y la besó del mismo modo. Hizo lo mismo con todas las que fue encontrando, creando así un mapa de caricias por el cuerpo de Pedro.


—Ya no hay más —susurró él.


Entonces, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio. Una tenue luz iluminaba el sendero a través de la oscuridad, apartando las sombras y creando un halo dorado en la cama. Se tumbó al lado de ella y la cálida luz recorrió los duros músculos y se hundió en su rostro. El dolor se reflejaba allí, un dolor que ella hubiera dado cualquier cosa por poder aliviar. Tal vez podría hacerlo.


Paula extendió las manos hacia él y lo estrechó entre sus brazos. Entonces, ajustó las curvas de su cuerpo para acomodarlas al de Pedro. No había duda de que él se había convertido en la pantera que durante mucho tiempo a ella le había recordado. Elegante y ágil, con un ápice de dureza y de peligrosa masculinidad. La piel se deslizaba bajo sus manos. Su fibroso cuerpo le resultaba profundamente atractivo a la artista que ella llevaba dentro de sí como el delicado tono dorado de su piel. Podría perderse en él. 


Entonces, ¿por qué resistirse?


En aquella ocasión, cuando ella volvió a recorrer las cicatrices, lo hizo con la luz. Deseó que sus besos tuvieran el poder de sanar, que pudiera arreglar y reconfortar todo lo que había dañado no solo su cuerpo, sino también su corazón y su alma. Acarició cada una de ellas mientras Pedro permanecía con el rostro rígido y los ojos profundamente cerrados.


Instantes después, él se incorporó con un rápido movimiento y la inmovilizó contra el colchón colocándole las manos a ambos lados de la cabeza. Se colocó encima de ella y la contempló.


—Ahora me toca a mí —dijo él.


Sin darle oportunidad de que respondiera, la besó apasionadamente. Un profundo placer se adueñó de ella y la empujó a abrazarlo de nuevo, tirando de él para que la envolviera en su interminable masculinidad. Pedro deslizó las manos entre ambos y le acarició los senos, explorando cada centímetro de ellos, moldeándolos con sus callosas manos antes de bajar la cabeza y atrapar un duro pezón entre los dientes. Ella suspiró de placer.


Pedro —dijo, casi gritando su nombre—, vuelve a hacer eso…


La última vez que había estado entre los brazos de Pedro, la última vez que él la había poseído, todo había sido suave y tierno. Experimental. Habían sido prácticamente unos niños, llenos de una insaciable curiosidad y ansia de lo físico, pero cautos al mismo tiempo en su exploración.


En la presente ocasión, su conocimiento era más profundo y su deseo más coordinado. Distaban mucho de ser niños. Sin embargo, en los años que habían separado ambos encuentros, una cosa no había cambiado. La magia seguía existiendo.


La mano de Pedro se separó de los pechos y siguió bajando hasta que encontró la calidez de la entrepierna de Paula. Se hundió en ella, sin dejar de acariciarla, separándole las piernas hasta que ella estuvo completamente extendida debajo de él, expuesta por completo a su mirada. Los músculos del vientre y de los muslos se contraían de placer, sensación que se intensificaba con cada lento movimiento de los dedos de él. Pedro se tomó su tiempo, volviéndola loca de placer.


—Por favor, Pedro. No puedo soportarlo más.


—Pues espero que sí, dado que tengo mucho que darte. Deja que te lo dé todo, Paula…


Ella escuchó cómo se abría uno de los cajones de la mesilla de noche y oyó cómo se rasgaba un envoltorio. Con un rápido movimiento, Pedro se colocó un preservativo.


El cuerpo de ella se tensó con un deseo intenso. Pedro se colocó encima y, tras colocarle las manos en el trasero, la levantó ligeramente. Entonces, se hundió en ella con un lento movimiento, llenándola por completo. Paula lo estrechó con brazos y piernas y levantó las caderas para que el contacto fuera más completo. Quería que aquella sensaciones duraran para siempre, ansiaba poder aferrarse a aquel instante y gozar siempre con él. Jamás había experimentado algo como aquello y tan solo con él. No lo comprendía ni necesitaba entenderlo. Simplemente lo aceptaba y gozaba con ello.


De repente no pudo pensar. Se limitó a moverse con él, fragmentándose en miles de trozos cuando las sensaciones explotaron dentro de ella. Con cada movimiento, Pedro la empujaba un poco más hacia el éxtasis, cada vez más alto y más lejos de lo que nunca había conseguido llegar antes.


Fue un instante trascendente que solo había experimentado en una ocasión y tan solo con un hombre. Con aquel hombre. Con aquellos brazos. Era la misma unión, aunque separada por varios años. ¿Lo sentía él? ¿Sentía la conexión que habían vuelto a forjar? ¿Comprendía él lo que comprendía ella? Paula había pensado que pasando aquella noche juntos, podría desprenderse por fin de los recuerdos del pasado. Sin embargo, había descubierto algo muy diferente.


A pesar de todo lo que tenían en contra, se habían convertido en uno y ya no había vuelta atrás. A partir de aquel momento, Pedro le pertenecía igual que ella le pertenecía a él. Para siempre.





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