lunes, 26 de junio de 2017

EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 3





Una semana después, sábado, 12:00 horas


Con el sol que enviaba titilantes haces de oro a través del escaparate de Picture This, Pedro miraba las pruebas de la sesión con Paula y suspiró.


Se la veía… increíble. Suave y femenina. Perversa pero inocente al mismo tiempo. Tentadora, excitada y tan condenadamente sexy, que tuvo que moverse incómodamente para aliviar el estrangulamiento que tenía lugar detrás de la cremallera de los vaqueros.


No cabía duda de que su novio era el hombre más afortunado de Nueva York. Y durante un tiempo breve y mágico, él había sido ese tipo afortunado.


Verla otra vez había sido un golpe al corazón. El libro de citas había puesto «Paula»… o el menos eso fue lo que él había pensado que ponía, ya que la caligrafía de Nico era atroz. Un simple vistazo a su sonrisa, a esos ojos castaños y los años se habían disuelto, inundándolo con un torrente de recuerdos que lo habían acosado toda la semana y amenazado con tomar el control.


Se centró en una foto. Paula estaba tendida de lado en la cama, el pelo oscuro cayendo sobre sus hombros, con la cabeza apoyada en una mano y el otro brazo sobre la curva sinuosa de su cadera. Tenía una rodilla doblada, los labios un poco húmedos y los ojos clavados directamente en la cámara. Parecía un delicado y suculento bocado a la espera de ser retirado de la bandeja de canapés.


Los ojos parecían decir «soy todo lo que alguna vez podrás desear y haré que todas tus fantasías se vuelvan realidad».


Palabras que a cualquier hombre le gustaría oír. Que sin duda el hombre que había en su vida había oído.


Experimentó una oleada de algo sospechosamente parecido a los celos y movió la cabeza. Estaba perdiendo la razón. 


Sentía celos de un tipo que jamás había visto. Pero quizá no fueran celos… quizá fuera envidia. Sí, era eso. Envidia. 


¿Qué hombre no desearía a una mujer que se tomaba la molestia de sacarse fotos sexys para él? El hecho de que se hubiera sacado esas fotos demostraba que aún poseía el sentido de diversión aventurero que tan cautivador le había resultado. Quienquiera que fuera el hombre de Paula, era un canalla con suerte, y Pedro esperaba que apreciara lo que tenía. Desde luego, era algo que desearía tener él.


¿En qué diablos estaba pensando? Él no quería eso. Una mujer no dedicaba el tiempo y el dinero a sacarse unas fotos tan íntimas a menos que estuviera en una relación. Y eso era lo último que quería Pedro en su agenda de soltero con un viaje de tres meses pensado para Europa. Y Paula era la clase de mujer que podía causar estragos en los planes de cualquier soltero. Agradeció que no estuviera disponible.


Había perdido el contacto con ella justo después de que su vida hubiera dado un giro dramático con la muerte inesperada de su padre. Desde entonces no la había visto.


Y en ese momento le gustaba lo que había vuelto a ver.


Y lo había asombrado descubrir que no estaba casada. 


Durante la fugaz charla de la semana anterior, Pedro había hecho un comentario acerca de si las fotos eran para su marido, y ella le había contado que eran para su nuevo novio… que su compromiso había terminado antes de que tuviera lugar la boda.


Apartó la vista de las fotos y miró el reloj. Pasadas las doce del mediodía. Se preguntó si iría a recoger las pruebas ese día. La había llamado esa mañana y después del tercer timbre había saltado un contestador automático y una voz grabada le había pedido que dejara un mensaje. Después de comunicarle que tenía listas las pruebas, había colgado, sintiéndose ridículamente decepcionado por no haber podido hablar con ella.


Sus pensamientos se vieron interrumpidos al abrirse la puerta de entrada. Su corazón se sobresaltó brevemente antes de ver que se trataba de Nico Daly. Amigos desde el instituto, Nico era el hermano que jamás había tenido… pero en todo ese tiempo jamás lo había visto más ojeroso o extenuado.


—¿Cómo es posible estar tan agotado y feliz al mismo tiempo? —le preguntó Pedro con una sonrisa.


—Si esperas que conteste alguna pregunta complicada, has perdido el juicio —comentó con sonrisa débil—. Lamento llegar tan tarde.


—No pasa nada. Para eso estoy aquí… para defender el fuerte en nombre del orgulloso papá.


Pedro, no creo que jamás haya habido un bebé más hermoso en la historia de los bebés.


—No puedo discutírtelo. He sido el tío honorífico más orgulloso del mundo cuando la visité en el hospital. Pero apuesto que tus padres dijeron lo mismo de ti cuando naciste —lo inspeccionó de arriba abajo—. Aunque quizá no lo hicieran.


—Ja, ja. Ve con cuidado, amigo mío. Tratas con alguien que ha dormido solo unas siete horas en los últimos siete días —contuvo un bostezo—. Las cosas serán más llevaderas cuando pasado mañana llegue la madre de Ana para echarnos una mano. No hay nada como tener a una abuela cariñosa cerca. Finalmente, Ana y yo podremos dormir y yo regresar al trabajo.


Pedro se pasó una mano por el pelo.


—Escucha, aún me siento mal por irme…


Nico lo cortó alzando una mano.


—No te sientas mal. Has querido hacer este viaje desde que te conozco —movió la cabeza y sonrió—. No te preocupes, la superabuela viene al rescate.


—¿Cómo se encuentra Ana? —preguntó.


—De maravilla. Igual que yo… encantada, extenuada, enamorada de su hija. Con ganas de recibir la visita de dos semanas de su madre —bebió un trago de café de la taza que había comprado antes de entrar—. Quizá si me bebo cinco más, podré quedarme despierto hasta la hora del almuerzo.


—Ya es la hora del almuerzo.


Nico miró su reloj y volvió a mover la cabeza.


—Maldita sea. ¿Cómo están las citas para hoy? El sábado es mi día más ocupado.


—Tranquilo. Todo va bien. Te lo dije… arreglé todo para que Kevin se encargara de la boda de los Baxter. También hará en tu lugar la fiesta de mañana de los Anderson.


—Sí, sé que me lo dijiste. Mi cerebro no funciona muy bien. Gracias por ocuparte. De verdad te lo agradezco.


—No hay problema. Puede que no sea un fotógrafo experimentado, pero la organización es algo que domino. Y encima soy barato.


—Perfecto. Porque con el dinero extra que voy a tener que pagarle a Kevin, no puedo permitirme pagarte mucho. ¿Sabes cuánto cuestan las cosas de niños? Mucho, amigo mío. Lo que me recuerda que Ana y yo queremos darte las gracias por todas las cosas que le has comprado a Carolina. La ropa, los libros, las muñecas. Son estupendos. Jamás imaginé que te gustaba ir de compras.


—Nunca tenía tiempo… ni una princesa adorable para la que ir de compras. Estoy impaciente de que tenga edad para los videojuegos.


Nico rio.


—Apuesto que sí —se acercó al mostrador y con la cabeza indicó las pruebas—. ¿Qué son?


—Pruebas de unas fotos que saqué la semana pasada —al ver la sorpresa de su amigo, añadió—: Supongo que debería habértelo contado, pero me pareció que tenías demasiadas preocupaciones ya. La semana pasada, cuando te largaste al hospital al enterarte de que Ana estaba de parto, me pediste que redistribuyera todas las citas…


—Lo recuerdo.


—Bueno, pude hacerlo con todas menos dos. De modo que cuando llegaron los clientes, les saqué las fotos.


Nico enarcó las cejas.


—¿Cómo te fue?


Pedro deslizó el papel por el mostrador.


—Dímelo tú.


Nico observó las pruebas.


—Ah, las fotos de dormitorio. Se suponía que debía sacarlas yo.


—No puedo decir que me decepcionara suplirte, amigo.


—Cielos, imagino que no —acercó las pruebas.


—Era mi intención decirle que programara la sesión para otro día, pero le eché un vistazo y olvidé todo.


—No puedo culparte —Nico examinó con atención las fotos—. He de decir que son realmente buenas.


—Gracias. Pero mira con qué tuve que trabajar.


—Es preciosa —acordó Nico—. No obstante, para un tipo que pasaba todo su tiempo en el mercado de valores, tienes un gran ojo para las fotografías.


—Aunque hace tiempo de ello, aún recuerdo cómo manejar una cámara de los tiempos del instituto.


Nico sonrió.


—Sí… qué fanáticos éramos. Presidente y vicepresidente del Club de Fotografía.


—Eh, era una forma estupenda de conocer chicas.


—Desde luego —Nico se irguió—. Escucha, sé que buscas cambiar de profesión… podrías considerar la idea de subir a bordo. Quiero ampliar el negocio, y si éste es el tipo de trabajo que puedes realizar sin saber realmente qué diablos estás haciendo… bueno, estoy impresionado.


—Lo que busco es un trabajo de poca presión y estrés, y creo que solo me estimularía sacarle fotos a las mujeres sexys con lencería.


Nico sonrió otra vez.


—Bueno, si tienes que ser bueno en algo…


Pedro rio.


—Exacto —calló un momento y luego dijo—: De hecho, no se trataba de cualquier mujer. La conozco. Solía vivir a menos de diez kilómetros de aquí y a solo unas manzanas de la casa de mis padres.


—Diablos, yo vivía a solo unas manzanas de la casa de tus padres —volvió a mirar las fotos—. Su cara no me suena. ¿Cómo se llama?


—Paula Chaves.


Nico movió la cabeza.


—Nada, aunque tú siempre tuviste más chicas que las que yo podía contar.


—Tú y yo ya nos habíamos graduado del instituto cuando Paula y su madre llegaron desde Chicago. Solía cortar el césped de su jardín durante el verano.


—La cantidad de chicas que conquistabas con eso… Mucho más que yo trabajando en el laboratorio fotográfico.


—Sí, pero fue ahí donde terminaste por encontrar a Ans, y te quedaste con el primer premio.


—Así es —con la cabeza señaló las fotos de Paula—. Y bien, ¿alguna vez pasó algo entre vosotros?


Titubeó. Nunca le había contado a Nico su relación amorosa con Paula. Nico había pasado aquel verano viajando como parte de su curso de fotografía. Y cuando regresó, la relación con Paula se había acabado y no había querido hablar de ello.


—Fuimos buenos amigos.


Nico dedujo todo lo que necesitaba saber en la vacilación de Pedro y asintió.


—¿Por qué rompisteis? ¿Era horrible en la cama?


—El momento no fue el correcto.


—¿Y el momento cómo está ahora?


—Le saqué estas fotos para su novio.


—Vaya, tío.


—No. Forma parte del pasado. Yo miro hacia el futuro. Además, la considero una mujer de «largo plazo»… y ahora mismo, mi «largo plazo» es de tres, quizá cuatro horas.


Nico se volvió hacia el escaparate y carraspeó.


—Hablando del diablo… ahí viene tu amiga de la lencería.


Pedro siguió la dirección de la mirada y el corazón le dio un triple salto mortal al ver a Paula cruzar la calle con un top rosado sin mangas y una falda de color marfil con toques de rosa a juego que le llegaba justo por encima de la rodilla. 


Con las sandalias de tacón alto estaba preciosa, femenina y… realmente tentadora. Como un helado que se quiere lamer un día de calor.


Terminaba de introducir las pruebas en el sobre cuando ella entró en el local.


—Hola, Pedro —sonrió—. Recibí tu mensaje acerca de las pruebas.


—Hola, Paula —después de pronunciar esas dos palabras, su capacidad de habla pareció frenarse y solo pudo mirarla. Se había recogido el cabello lustroso en una coleta suelta y atractiva que le dejaba el cuello al desnudo.


Ese pensamiento hizo que recordara un trío de pecas que formaban un triángulo bajo su pecho izquierdo. Y el único lunar que adornaba la curva de su glúteo derecho. Puntos maravillosos y suculentos que había explorado con los labios y los dedos, aparte de probar también con la lengua.


El carraspeo sonoro de Nico lo sacó de esa ensoñación. 


Después de presentárselo, Paula le dijo:
—Felicidades por tu bebé.


—Gracias. ¿Quieres ver una foto?


—Me encantaría —sonrió—. Siendo fotógrafo, apuesto que llevas una o dos encima.


—Unas doscientas, querrás decir —rio Pedro mientras Nico sacaba su cartera.


—Oh, es preciosa —comentó Paula al mirar la imagen de Carolina.


Después de unos comentarios más, Pedro le entregó el sobre con las pruebas.


—Aquí tienes.


—Gracias. ¿Cómo han salido?


«Increíbles. Demasiado increíbles. No he sido capaz de quitármelas, ni a ti, de la cabeza».


—Creo que están muy bien, si se me permite decirlo, pero lo que importa es lo que pienses tú —miró en dirección al reloj—. ¿Tienes tiempo para ese café? ¿O quizá para comer?


Ella vaciló unos segundos antes de asentir.


—Dispongo más o menos de una hora antes de ver a mi próximo cliente.


—Estupendo —comentó aliviado. Se dirigió a Nico—: ¿Crees que puedes mantenerte despierto una hora?


—Sí. Quizá. Probablemente. Diablos, no lo sé. Mientras no me siente y cierre los ojos, hay una posibilidad —alzó la taza grande de café—. Tráeme otra como ésta y un sándwich, ¿de acuerdo?


—Cuenta con ello.


Con un gesto de la mano, se despidió de Nico y guio a Paula a la salida. Le mantuvo la puerta abierta y el hombro de ella le rozó ligeramente el torso al cruzar el umbral, haciendo que contuviera el aliento ante el contacto. Luego frunció el ceño para sus adentros, preguntándose cómo diablos podía afectarlo tanto un contacto tan ínfimo.


«Porque es Paula», afirmó una voz interior, y se dio cuenta de que era verdad. Siempre había sido así con ella y era evidente que las cosas no habían cambiado.


Captó una deliciosa fragancia floral femenina y experimentó una oleada de calor que no tuvo nada que ver con el clima.


Apretó los dientes. Si un roce podía afectarlo de esa manera, no quería pensar lo que le sucedería si ella lo tocara de verdad… si él la tocara de verdad.


Basándose en la antigua relación, no tuvo ninguna duda. 


Habría fuegos artificiales. Combustión espontánea.


Pero gracias a sus planes de viaje y a la relación que mantenía ella con ese otro hombre, esas cosas no figuraban en el menú.






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