lunes, 26 de junio de 2017

EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 1





Una semana antes del apagón


Pedro Alfonso miro alrededor del estudio fotográfico y se pregunto qué diablos estaba haciendo. Una cosa era ayudar a Nico con el papeleo mientras su amigo se hallaba en el hospital a punto de ser papá, y otra sacar las fotos de las citas del estudio para ese día. Era agente de la Bolsa, no fotógrafo. O al menos solía ser agente de la Bolsa. En ese momento era…


Se paso las manos por el pelo. ¿Qué era en realidad? 


Profesionalmente, no lo sabía, y cada día lo había tenido más claro desde que se marchara de Wall Street hacía dos meses, mientras alcanzaba el objetivo de minimizar el estrés en su vida. Y eso no le gustaba. Para alguien que siempre se había definido por su carrera, en ese momento se sentía como un barco sin puerto.


Frunció el ceño. Ese desasosiego debía de ser temporal. 


Solo necesitaba más tiempo para acostumbrarse a estar fuera de la competencia feroz. Pero siempre había sido tan disciplinado, su agenda tan controlada, su tiempo tan consumido por el trabajo, que le representaba un verdadero desafío tomárselo con calma.


Echaba de menos la pasión y la energía que había inspirado su frenético trabajo. Necesitaba encontrar otra salida para esa energía y pasión. Algo que le aportara la misma clase de satisfacción pero que le evitara el susto de salud que había vivido hacia poco. No había nada más realista que tener a un cardiólogo de rostro serio preguntándole si quería terminar como su padre. Entonces se había dado cuenta de que necesitaba cambiar su vida… ya. De modo que dos semanas después de que aquellos dolores de pecho lo hubieran llevado a Urgencias, un mes después de su trigésimo cumpleaños, oficialmente se había «jubilado» de Wall Street.


Y en ese momento, sin nada ni nadie de quien preocuparse salvo el mismo, al fin estaba libre para hacer algunas de las cosas que siempre había querido, para las que nunca había tenido tiempo. Lo primero de su lista era pasar tres meses en Europa. En la universidad, dos veces había planeado pasar un verano viajando por Europa, pero en ambas ocasiones sus planes se habían visto frustrados. La primera vez por la enfermedad. Y la segunda…


Contuvo el caudal de recuerdos que amenazó con escapar del lugar donde los mantenía cerrados. La segunda vez lo había cancelado porque se había enamorado apasionada y locamente y no había querido pasar ni un minuto lejos de ella.


Movió la cabeza para desterrar la imagen que surgió en su mente de la joven risueña que había capturado su corazón aquel verano.


Desde pequeño había querido ir a algún lugar lejano y quedarse más de treinta y seis horas. Conocer la cultura, tomarse tiempo para explorar la ciudad. Era algo que aun no había pasado. Con su demencial ritmo de trabajo, no se había tornado unas vacaciones prolongadas en más de cinco años. En ese momento tenía la oportunidad de hacerlo y nada lo detendría.


Sin embargo, y a excepción de sus planes de viaje, no había tomado ninguna decisión de la dirección que quería emprender en ese momento. En algún momento tendría que tomarla, pero gracias a una cuidadosa planificación financiera, la cuestión no era apremiante. Y con seis meses todavía pagados de su apartamento, no tenía que preocuparse por trasladarse. Lo cual era estupendo, ya que no tenía idea de donde pensaba vivir… aparte de saber que ya no sería en la frenética Manhattan.


Mientras tanto, haría lo que le había recomendado el médico. Descansar. Relajarse. Disfrutar de una vida despreocupada de soltero. Potenciar más la vida social y el contacto con las mujeres. Y en unos años, después de haber visto mundo, recuperado el tiempo perdido con las citas e iniciado una nueva carrera, se pondría a buscar a la Mujer Perfecta.


«La encontraste una vez», intervino una voz astuta en su mente. «La tuviste. Pero dejaste que se marchara…».


La imagen mental, vivida y precisa, que unos momentos atrás había conseguido bloquear de Paula Chaves, reapareció, llenándolo con la misma sensación de pérdida y pesar que generaba el pensamiento de ella.


¿De verdad ya habían pasado diez años desde que se vieron por primera vez? ¿Nueve años desde aquel verano inolvidable en que su amistad se había encendido y transformado en una apasionada relación amorosa? Aunque cuando se permitía pensar en aquel verano, los recuerdos eran tan claros que no parecía posible que hubieran tenido lugar tantos años atrás.


Si cerraba los ojos, todavía podía oír su risa contagiosa. Ver su sonrisa burlona. Le había encantado su sentido del humor, la forma mágica en que podía convertir la tarea más aburrida en algo divertido. Se había enamorado perdidamente… tanto, que la profundidad de los sentimientos lo había aterrado. Sí, la había tenido, pero el momento no había sido el apropiado. Para ninguno de los dos.


Habían sido demasiado jóvenes, las emociones demasiado intensas. Ella acababa de cumplir los dieciocho años e iba a marcharse a una universidad a cientos de kilómetros, mientras él apenas había tenido veintiuno, preparado para emprender su aventura de Wall Street. Cuando se descubrió pensando en «para siempre»… en el matrimonio, los hijos y una hipoteca, el pánico lo devoró y le había sugerido que se tomaran un descanso. Que vieran a otras personas. Ella había aceptado y él había suspirado aliviado.


No había tardado mucho en darse cuenta de que había cometido un error, pero había sido suficiente para que ella encontrara a otro hombre. Y para dejar claro que Pedro en ese momento era «solo un amigo». Perderla, comprender que los sentimientos de ella no habían sido tan profundos como los suyos, había sido como clavarle un cuchillo en el corazón.


Sus caminos se habían cruzado algunas veces después de aquello, pero en cada ocasión habían estado saliendo con otras personas. Hacía cinco años que no la veía. No obstante, la imagen de su maravillosa sonrisa y de sus ojos cálidos y achocolatados permanecía tan vibrante como siempre. Lo último que sabía de ella databa de tres años atrás, al leer en el periódico que estaba comprometida.


Al ver la noticia había experimentado un entumecimiento perturbador en el pecho y todos los recuerdos, hasta entonces contenidos, lo habían atrapado. La primera vez que la había visto. La primera vez que la había besado.  Acariciado. Hecho el amor con ella. La última vez que la había tocado… Se había torturado con el recuerdo de aquellas pocas e increíbles semanas que habían sido las más felices de su vida. Luego le había deseado mentalmente lo mejor antes de desterrarla de su mente… proeza que casi siempre lograba.


Se dijo que Paula era el pasado. Ante él se extendía el futuro como una despedida de soltero llena de mujeres deseables, de sexo sin ataduras y del viaje a Europa con el que siempre había soñado, más mujeres deseables y más sexo sin ataduras. Había trabajado duramente y ése era el momento de relajarse y de recoger algunos de los beneficios.


La campanilla que sonó, indicando que alguien había entrado en el estudio, lo saco de su ensoñación. Debía de ser la cita de la una. Cuando Nico había volado esa mañana para ir junto a Ana, que iba a dar a luz, le había pedido que reprogramara todas las citas del día. Pedro había podido contactar con todo el mundo menos con los huecos de la una y de las dos. Con un poco de suerte, entenderían la ausencia de fotógrafo. No quería perder ningún cliente para Nico durante la ausencia de su amigo.


Salió del estudio y avanzo por el pasillo hacia la parte delantera de la tienda. Al entrar, vio a una mujer de cabello oscuro con un vestido de color turquesa sin mangas de pie delante del mostrador de cristal, de espaldas a él.


—Hola —saludo con una sonrisa.


Ella se volvió, y fuera lo que fuese que él hubiera planeado decir, se evaporó con la seguridad de su andar al detenerse. 


Los ojos castaños de ella se abrieron mucho y pareció tan aturdida como se sentía él. Si ello era posible, se la veía más hermosa, más deseable, más tentadora. Y real.


Pensó que era irónico que apareciera en su vida cuando la había invocado mentalmente.


Caminó hacia ella y carraspeó para pronunciar las palabras que jamás pensó que tendría la oportunidad de repetir.


—Hola, Paula.






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