sábado, 15 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 18




Cuando Pedro se despertó era casi medianoche. La luz de la luna se filtraba por entre las cortinas de las ventanas del dormitorio.


Incorporándose sobre un codo, contempló a Paula mientras dormía.


El suave resplandor lechoso iluminaba el contorno de su cuerpo, los suaves rasgos de su rostro.


Gimió y se removió ligeramente. Las sábanas se retiraron de sus senos. Pedro apretó los puños para reprimir el impulso de alargar la mano y tocarla, de acariciar aquellos pechos perfectamente redondos, aquellos pezones rosados y tentadores. Su vientre era totalmente liso, salvo por una levísima prominencia. La mano de Pedro se cernió, dubitativa, sobre dicha prominencia. Luego, como atraída por el hijo que crecía en su interior, se posó posesiva y protectoramente en el vientre de Paula.


Ella empezó a murmurar en su sueño. El contuvo el aliento. 


¿Cómo se sentiría, se preguntó, si pronunciara el nombre de Leonel?


Pero no fue el nombre de Leonel saliendo de sus labios lo que lo devolvió duramente a la realidad. No el de Leonel, sino el suyo.


—Pedro —Paula musitó su nombre en un susurro—. Oh, Pedro, te quiero.


El notó que todos los nervios de su cuerpo gritaban. Sus músculos se tensaron. Aquello era lo que más había temido, lo que había querido evitar. «Debiste darte cuenta. Debiste saber que una mujer como Paula se entregaría a un hombre a menos que lo amase. Le has hecho el amor a la viuda de tu mejor amigo, y ella se cree enamorada de ti».


Pedro salió de la cama y recogió su ropa del suelo. No quería marcharse así. Como un ladrón. Deseaba quedarse, despertarla y hacerle el amor una vez, y otra, y otra.


Pero Paula no buscaba una aventura pasajera. Deseaba y necesitaba un marido y un padre para su hijo.


«Tu hijo», le dijo atormentadoramente una voz interior.


Tras vestirse, se detuvo en la puerta y contempló a la mujer que yacía dormida. Notó que el miembro se le endurecía, y maldijo a su traicionero cuerpo por desear a una mujer sobre la que no tenía ningún derecho.


«Espera un hijo tuyo» se recordó nuevamente te da eso ningún derecho sobre ella.


No Sería así en el caso de que estuviera dispuesto a casarse con Paula y reclamar la paternidad de su hijo. Pero no tenía intención de hacerlo. Se había convencido, hacía mucho tiempo de que el matrimonio y los hijos no eran para él. No pensaba traer hijos al mundo para hacerlos desgraciados, como hizo su padre.


«Ya es demasiado tarde, ¿no te parece?» dijo. burlona, su conciencia.


«Paula va a tener un hijo tuyo que crecerá sin padre. Leonel hubiera sido el padre perfecto para él. Pero tú no. Tú serías probablemente un padre horrible.»


Miró por última vez a Paula.


—Lo siento, cariño —musitó en un susurro que se perdió en el viento del invierno. De repente lo asaltó un agudo dolor interior y se preguntó si aquella agonía volvería a abandonarlo alguna vez.


Paula retiró las gruesas cortinas observó cómo Pedro subía las escaleras del apartamento. Llevaba la camisa desabrochada y en las manos sostenía los calcetines y el cinturón. Parecía huir aterrado.


Huir de ella y de lo que acababa de ocurrir entre los dos.


Paula sabía cómo se sentía. Ella también se había pasado la vida huyendo... del amor y la pasión que siempre sintió por él.


Cuando Pedro hubo cerrado la puerta del apartamento, Paula soltó la cortina y se sentó en el sillón de orejas situado junto a la chimenea.


— ¿Qué voy a hacer? —dijo suspirando mientras sus animales la rodeaban—. Estoy enamorada de él. Pero tiene miedo de comprometerse conmigo —se cubrió el rostro con las manos—. Oh, Dios, ayúdame, por favor. Lo quiero más que a nada en el mundo. Tía Alicia tenía razón. Esta clase de amor sólo acarrea dolor a la larga.


Paula lloró hasta que se quedó dormida en el dormitorio de su tía, acompañada por sus fieles animales







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