viernes, 14 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 13




— ¿Has metido los gatos en la jaula? —Preguntó Paula—. El señor Heffernan vendrá a recogerlos a las diez y media.


—Ya están listos —apoyándose en el palo de la escoba, Scooter Bellarny miró a Paula a través de los gruesos cristales de sus gafas— El señor Heffernan tiene una granja muy grande, ¿verdad? Y un enorme cobertizo donde los gatos podrán resguardarse del frío y de la lluvia.


—Así es —le aseguró Paula—. Ya sabes que nunca dejaría a los gatos con alguien que no los tratara bien.


—Sí, lo sé —dijo Scooter—. Ah, le he dado al cachorro de cocker un baño. Así estará limpio cuando esa niñita venga a recogerlo hoy


—Gracias, Scooter. Ese cachorro es el regalo de cumpleaños de Carne Johnson. Su madre la traerá esta tarde, antes de la fiesta.


Paula se sentía afortunada al tener de ayudante a Scooter Bellamy.


La gente solía decir que no era muy inteligente, y algunos incluso se mofaban de él. Pero Paula lo adoraba porque tenía un gran corazón.


Y amaba a los animales tanto o más que ella. Tenía cuarenta años, era soltero y aún vivía con su madre viuda.


—Estaré en la oficina un rato —dijo Paula—. Tengo un montón de papeleo que poner al día—abrió las ventanas para permitir que la luz del sol caldeara el despacho. 


Después de colgar el abrigo de lana beige en la percha de la puerta, se sentó tras la mesa, sacó del cajón un rimero de cartas las colocó sobre el papel secante.


Había estado tan ocupada organizando la jornada de puertas abiertas de Navidad en el refugio, que había desatendido los demás asuntos.


Pero la jornada de puertas abiertas se había convertido en un acontecimiento anual, y contribuía a encontrar hogares para los animales.


Paula agradeció a Dios el hecho de tener algo que la mantuviera ocupada... y la ayudase a no pensar en Pedro Alfonso. Aunque había compartido con la familia Alfonso la cena de Acción de Gracias en casa del gobernador, Pedro se mantuvo apartado de ella desde el incidente ocurrido en la cocina dos semanas antes. De hecho, la llamaba a diario en lugar de visitarla para comprobar su estado.


Paula a menudo lo observaba desde la puerta trasera del porche cuando se iba a trabajar por las mañanas, pero casi siempre estaba acostada cuando regresaba por la noche.


Ignoraba a dónde iba a Pedro o con quién pasaba las tardes, y evitaba a propósito preguntarle a Sofia o Donna si habían oído que estuviera saliendo con alguna mujer.


Aquel día aún no la había llamado. Pero Paula sabía que lo haría. El día anterior Pedro le comentó que la inmobiliaria le había encontrado por fin un apartamento, pero no pensaba mudarse hasta principios de enero.


Justo cuando Paula retiraba la gomilla del montón de cartas, se oyeron unos golpes suaves en la puerta.


—Adelante, por favor —dijo.


La puerta se abrió y Donna Fields, ataviada con un elegante abrigo morado, entró en la oficina, dejó el bolso de piel sobre la mesa y se desabotonó el abrigo.


— ¿Tienes unos minutos? —preguntó—. Necesito hablar contigo — colgó el abrigo junto al de Paula y, dándose media vuelta, exhaló un largo suspiro.


—Claro, cómo no —Paula se levantó y rodeó la mesa—. ¿Sucede algo? —señaló el sofá—. ¿Quieres sentarte?


—No, gracias —respondió Donna, y empezó a pasearse por el despacho, con sus tacones color morado repiqueteando en el suelo de madera—. Después de hablar contigo, iré al taller a ver a Sofia.


Paula la agarró del brazo e interrumpió su frenético paseo.


— ¿Qué diablos te ocurre? —jamás había visto nerviosa a su amiga, por lo general sofisticada y tranquila de carácter.


Donna colocó la mano sobre la de Paula y le dio una palmadita.


Luego esbozó una sonrisa triste.


— ¿Recuerdas cuando el pasado agosto Joannie Richardson y yo nos enrolamos en la expedición arqueológica en el Oeste?


—Sí —Paula miró perpleja a su elegante amiga, cuyo exquisito buen gusto siempre había envidiado.


—Bueno, conocí a un hombre. Un hombre muy interesante. Pasé unos cuantos días con él.


— ¿En serio? —Paula sonrió, alegre de que Donna hubiera
encontrado por fin a alguien que le hiciera olvidar su devoción hacia la memoria de su difunto marido—. Eso es maravilloso.


—Fue maravilloso, sí. Por poco tiempo. Nos casamos...


Paula jadeó asombrada.


— ¿Que os casasteis? ¿Cuándo?


—En agosto. Apenas nos lo pensamos. Pero, al cabo de unos días, comprendí que había cometido un error, y... Bueno, volví a casa y conseguimos que el matrimonio se anulase.


—Comprendo —en realidad, Paula no comprendía nada. ¿Por qué le estaba contando Donna aquello? ¿Por qué no se lo contó meses antes?—. Lamento que las cosas no acabaran bien.


—El caso es que... verás, estoy embarazada.


— ¿Embarazada?


—De cuatro meses. Pronto empezará a notárseme, de modo que tengo que contárselo a mis amigos y mis familiares.


— ¿Y él lo sabe? Tu marido, quiero decir... —Paula se percató de que su amiga se ponía colorada como un tomate y agachaba la mirada. Donna jamás se sonrojaba. Ni evitaba mirar directamente a los ojos. Algo iba muy mal.


—No, no lo sabe, ni tengo intención de avisarlo. No deseo volver a verlo mientras viva.


—No deseas verlo, pero vas a tener un hijo suyo. 


Donna se quedó mirándola, boquiabierta.


—Yo... bueno, es mi hijo. No lo considero hijo suyo.


— ¿Cómo se llama? —inquirió Paula, que empezaba a sospechar cuál era el problema.


Donna se derrumbó en el sofá, suspiró profundamente y dijo:
—J.B.


—J.B. ¿Qué más?


Donna se tapó el rostro con las manos.


—No lo sé. Sólo J.B.


Paula se sentó a su lado y le echó el brazo por los hombros para consolarla.


—Tuviste una aventura con un tipo en México. Y ahora estás
embarazada e intentas inventar alguna explicación que la gente pueda considerar verosímil. ¿Es eso?


—Sí —Donna miró a Paula directamente—. Pero si no he podido convencerte a ti, no convenceré a nadie. Eres la persona en quien más confió. Si tú no me has creído...


—Sofia y yo apoyaremos tu historia —dijo Paula—. Diremos que nos lo contaste todo en cuanto regresaste del viaje en agosto.


—Gracias a Dios que tengo amigas dispuestas a ayudarme —Donna hizo una breve pausa—. El... quiero decir, J.B., tomó precauciones. Supongo que alguno de los preservativos sería defectuoso, ¡Dios mío, Paula, jamás había hecho algo tan estúpido en toda mi vida! Ron fue mi único amante, y yo era virgen cuando nos casamos.


—Deseas realmente tener ese hijo, ¿verdad?


—Sí —admitió Donna—. A pesar de las circunstancias de su
concepción, deseo tenerlo. Sé que quizá tú no lo entiendas. Tienes suerte de que el hijo que esperas sea de Leonel.


—Ay, Donna, si supieras... —Paula suspiró.


— ¿Qué quieres decir?


—No eres la única que ha cometido una estupidez y ahora sufre las consecuencias.


— ¿De qué estás hablando? —inquirió Donna.


—Nadie lo sabe —dijo Paula—. Aparte de los médicos, Sofia y Benjamin, claro.


— ¿Qué es lo que sólo saben Sofia y Benjamin?


—Leonel el era estéril. Este hijo... —Paula se llevó la mano al vientre—. Fue concebido mediante inseminación artificial.


Donna emitió un jadeo de asombro.


— ¿Me tomas el pelo? ¿Estás diciendo que accediste a quedar embarazada con el esperma de un donante anónimo?


—No exactamente.


— ¿Sabes quién es el donante?


—Sí —Paula comprendió que debió habérselo contado todo a Donna cuando se lo confió a Sofia. Pero Sofia y ella habían sido amigas desde la infancia, en aquel entonces creyó conveniente que lo supieran el menor número posible de personas. - Leonel le pidió a Pedro Alfonso que... donara su esperma.


Pedro Alfonso ¡Oh, Dios mío! ¿El que está viviendo encima de tu garaje? ¿El mismo del que estabas locamente enamorada cuando eras una adolescente?


—Sí, ese Pedro Alfonso.


Donna soltó una risita. Y luego otra. Y por fin prorrumpió en fuertes carcajadas. Se rió hasta que las lágrimas le corrieron por las mejillas.


Durante unos segundos, Paula permaneció inmóvil, observando a su amiga. Luego también ella estalló en carcajadas.


Y así las encontró Sofia Alfonso al entrar corno una exhalación en la oficina. Paula se enjugó las lágrimas de los ojos y sonrió a Sofia, pero al ver la expresión solemne de su amiga comprendió que sucedía algo malo.


— ¿Qué ocurre? —Inquirió Paula—. ¿Qué ha pasado?


—Es Pedro—explicó Sofia—. Él y sus agentes detuvieron a Carl Bates esta mañana. Bates había regresado al condado de Marshall y se ocultaba en una cabaña en el bosque Kingsley. Hubo mmm tiroteo, y...


Paula saltó del sofá, agarró a Sofia por los hombros y le preguntó:
— ¿Qué ha pasado? ¿Pedro se encuentra bien?


—Recibió un disparo —dijo Sofia.


—Oh, Dios mío —exclamó Paula cuando la golpeó la dolorosa realidad—. ¿Está... está...?


—Está vivo. Eso es lo único que sé. Lo llevaron directamente al hospital del condado. En cuanto nos enteramos, Benjamin salió hacia el hospital y yo vine a decírtelo.


—No puede morir —musitó Paula—. No puedo perder también a Pedro.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario