viernes, 14 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 14




El agente Holman se reunió con ellas en la puerta de la sección de urgencias. A Paula le pareció como si aquel hombre hubiese estado en el infierno y acabase de salir de él. Tenía el uniforme manchado de sangre seca, el cabello revuelto y el rostro transido de preocupación.


—Benjamin me ha pedido que las espere aquí abajo —explicó Richard Holman.


—Dónde está Pedro? —preguntó Paula.


—Lo están interviniendo, señora Chaves—dijo Richard—. Benjamin está arriba, en la sala de espera. Acompáñenme y las llevaré con él.


Las tres mujeres siguieron al agente hasta los ascensores.


—Es muy grave la herida que ha recibido Pedro? —preguntó Paula mientras las puertas del ascensor se cerraban tras ellos.


—Recibió un tiro en el costado —contestó Richard—. Uno de los pulmones resultó afectado.


—Oh, no —Paula se derrumbó al fallarle repentinamente las piernas.


Sofia y Donna la sostuvieron, agarrándola por los codos. Sofia lanzó al agente una feroz mirada de reproche.


Richard se aclaró la garganta y dijo:
—Pero los médicos dicen que se recuperará. De verdad, señora Chaves. No tiene que preocuparse por el sheriff Alfonso.


Paula luchó por ser fuerte. No se había derrumbado cuando
asesinaron a Leonel, y no iba a derrumbarse ahora. Pedro no había muerto. Había recibido un disparo, pero lo estaban operando y todo saldría bien. Seguramente Dios no sería capaz de arrebatarles a los dos hombres a los que había amado. Ningún Dios compasivo podía ser tan cruel ¿Verdad?


En el instante en que llegaron a la sala de espera, Benjamin Alfonso dejó de pasearse, se giró y le abrió los brazos a Paula. Ella acudió gustosa a recibir el reconfortante abrazo.


—Se pondrá bien —dijo Benjamin—. Hablé con él antes de que lo metieran en el quirófano.


—¿Estaba consciente? —preguntó Paula, separándose de Benjamin.


—Ya lo creo. Y, más que por sí mismo, estaba preocupado por ti. Por cómo reaccionarías cuando te enteraras de que le habían disparado. Ya sabes cómo es. Además, le preocupaba el bebé.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Benjamin la condujo a un sofá situado en un rincón. Sofia y Donna se sentaron junto a ellos.


—Has podido llamar a Teresa? —preguntó Sofia.


—Sí, la llamé hace unos minutos —dijo Benjamin—. Peyton y ella llegarán en un par de horas.


El tiempo transcurrió con una lentitud casi agónica. Los segundos se tornaron minutos, y los minutos horas. Teresa y su esposo, el gobernador Peyton Rand, llegaron por fin y se unieron a la vigilia. La esposa de Richard, que era enfermera y trabajaba en el hospital, se acercaba cada cierto tiempo, al igual que Karen Carnp, que trabajaba en la sección de maternidad. Numerosos vecinos hicieron acto de presencia. Todo el condado exhaló un suspiro colectivo de alivio al saber que Carl Bates, el asesino de Leonel, había sido detenido por fin, y todos sabían a quién debían dar las gracias.


— ¿Familia Alfonso? —dijo el médico entrando en la sala.
Todos saltaron al unísono. Benjamin se acercó al médico, seguido de Teresa. Susan atravesó la sala lentamente y se unió a los hermanos de Pedro.


—La operación ha ido bien —comunicó el doctor Hall, y a continuación explicó el estado de Pedro sucintamente—. Si no hay complicaciones, podrá volver a casa a finales de semana.


— ¿Cuándo podremos verlo? —inquirió Benjamin.


—Un par de familiares podrán entrar a verlo dentro de unos minutos —dijo el doctor Hall, y luego desapareció por el pasillo.


—Me sentiré mucho mejor cuando vea personalmente que sigue vivo —dijo Teresa abrazando a Benjamin.


Benjamin miró a Paula.


—Creo que deberías entrar con Teresa a verlo.


—No, no me importa si... —empezó a decir Paula.


Teresa los miró a ambos con ojos inquisitivos.


— ¿Qué sucede? ¿Hay algo que yo no sepa?


—Nada, listilla —contestó Benjamin—. Nada en absoluto.


—Benjamin sabe lo mucho que me he apoyado en Pedro desde que Leonel murió —explicó Paula—. Me ha pedido que entre contigo a verlo por pura cortesía.


Sofia y Donna se acercaron poco a poco a Paula, y ésta notó que sus dos amigas intercambiaban una mirada de extrañeza.


Estupendo. Sencillamente estupendo. Sin duda, Sofia ya se había dado cuenta de que Donna estaba al tanto de todo. De modo que Paula decidió que sería injusto seguir ocultándole la verdad a Teresa.


Al fin y al cabo, la hermana de Pedro llevaba siendo amiga suya tanto tiempo como Sofia.


Cuando Teresa agarró a Paula del brazo y la condujo a un rincón, Sofia y Donna las siguieron.


— ¿Qué hay entre Pedro y tú? —Inquirió Teresa—. Y no me digas que no hay nada. Recuerda que sé lo enamorada que estabas de él cuando eras una adolescente. Jamás ocultaste tus sentimientos.


Tranquila y serenamente, Paula explicó a Teresa los porqués y las consecuencias de la concepción de su hijo. Nadie dijo una palabra hasta que hubo terminado de hablar.


— ¿Pero en qué demonios pensabas? —Exclamó entonces Teresa—. ¿Y en qué pensaba Pedro? Estás embarazada de mi hermano. Y todos sabemos que a ese gran zoquete le da un miedo terrible la paternidad. Pedro se acuerda de cómo nos fue con nuestro padre. Y aunque es el hombre más honorable y responsable del mundo, terne que la condición de mal padre sea hereditaria.


—Todos creen que el hijo es de Leonel —dijo Paula—. Pedro será el padrino del niño, simplemente.


—Sí, claro —Teresa puso los ojos en blanco—. Eso díselo a alguien que no conozca a Pedro como lo conozco yo.


— ¿Animaos, queréis? —Donna le echó a Paula el brazo por los hombros—. ¿No crees que Paula ya ha pasado bastante si que tú hagas que se sienta culpable?


—No trato de hacer que se sienta culpable —protestó Teresa—. Sólo intento...


—En ese caso, deberías brindarle tu apoyo y mostrarte menos crítica —dijo Sofia.


—No me estoy mostrando... —empezó a decir Teresa, pero su hermano la interrumpió.


—Paula y tú ya podéis entrar a ver a Pedro, Teresa —anunció Benjamin.


— ¿Sí? —Teresa salió corriendo hacia la puerta. Entonces se detuvo bruscamente y miró por encima del hombro a Paula—. Vamos. 


Cinco minutos más tarde, cuando Paula se hallaba junto a un Pedro inconsciente, con los ojos llenos de lágrimas mientras sostenía su lánguida mano, Teresa le tomó la mano libre y le dio un afectuoso apretón.


—Sigues estando loca por él, ¿verdad? —susurró.


—Sí —respondió Paula suavemente.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario