jueves, 13 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 10




Pedro prácticamente tiró a Karen al suelo al saltar del sofá para ir tras Paula. Karen emitió un fuerte chillido mientras se aferraba a los brazos del sofá para levantarse. Sin embargo, cuando Pedro llegó a las escaleras, Paula ya había desaparecido. El ruido de la puerta trasera de la casa al cerrarse resonó en sus oídos.


¡Maldición! Pedro permaneció allí de pie unos segundos, tratando de decidir qué hacer. Las dos mujeres estarían probablemente furiosas con él, no se les podía reprochar. 


Debió haber avisado a Paula de que tenía una cita esa noche. ¡Y debió haber cerrado con llave la maldita puerta! En fin, tendría que disculparse con Karen por haberla dejado sola tan bruscamente. Había actuado por puro instinto cuando echó a correr tras Paula.


Al entrar de nuevo en el apartamento, vio que Karen se estaba poniendo el abrigo. ¡Infiernos, había metido la pata hasta el fondo!


Poniendo su mejor cara de disculpa, la miró y sintió cierto alivio al ver que ella le sonreía.


—Lo siento —dio un par de pasos vacilantes hacia ella—. No tienes por qué marcharte.


—Desde luego que sí —Karen alargó la mano y le acarició la
mejilla—. Me gustas, Pedro, pero tengo por norma no salir con hombres que ya están involucrados sentimentalmente con alguien.


—Eh, espera un momento —protestó él—. No estoy involucrado sentimentalmente con...


Karen lo silenció posándole el dedo índice en los labios.


—Sí que lo estás. Quizá aún no te hayas dado cuenta. Pero para mí es evidente. Paula Chavea sintió algo más que apuro al encontrarnos besándonos en el sofá. Estaba enojada y celosa. Créeme, las mujeres percibimos esas cosas.


—Te equivocas. Paula no me...


Pedro se echó a reír.


—Sí. Igual que tú a ella. De lo contrario, no me habrías dejado de lado para seguirla.


—Me preocupaba que pudiera sentirse disgustada —explicó Pedro con voz poco convincente—. Está en estado, y...


Karen le dio un rápido beso.


—Vamos. Llévame a casa. Cuando vuelvas, se habrá tranquilizado y podrás hablar con ella.


—No tengo por qué explicarle a Paula mis actos —Pedro se coló el abrigo—. Soy dueño de mi vida —siguió a Karen al exterior, cerró la puerta y bajó las escaleras detrás de ella—, Sor libre de hacer lo que quiera con quiera —ayudó a Karen a subirse en el Lexus, rodeó el capó se sentó al volante—. Ella no tenía derecho a irrumpir de ese modo.


—Vá Claro —lo único que dijo Karen mientras él arrancaba el coche y daba marcha atrás.


Media hora más tarde, tras dejar a Karen en la puerta de su casa, Pedro aparcó el coche y permaneció un rato sentado tras el volante, mirando hacia las ventanas traseras de Paula.


¿Por qué debía importarle lo que ella pensara? No era asunto suyo si decidía tontear con todas las mujeres del condado de Marshall. Y había sido ella quien había entrado en el apartamento, sin avisar y sin ser invitada.


Paula se había ido corriendo porque se sintió avergonzada, simple y llanamente. Karen se equivocaba al pensar que había sentido celos.


La sola idea era ridícula.


¿O no?


Si él deseaba a Paula, ¿era impensable que ella lo deseara a él?


¡Pero era la mujer de Leonel, por el amor de Dios! La viuda de Leonel, se corrigió inmediatamente. Pero seguía amándolo. De eso estaba seguro.


«Y qué más da que siga amando» a Leonel le susurró una voz interior. «Eso no significa que no tenga necesidades. Que no te desee tanto como tú la deseas a ella.»


«No entres ahí. Alfonso» se advirtió a sí mismo. «Se trata de Paula Chaves. Si te la llevas a la cama, esperará de ti un compromiso. Y Pedro Alfonso no es hombre de compromisos.»


Se apeó del Lexus y se dirigió hacia el garaje. Entonces se detuvo bruscamente al oír abrirse la puerta trasera de Paula y pasos en el porche. «No te vuelvas» se dijo. «Sigue andando. Finge que no has oído nada.»


—Pedro.


¡Maldición!


— ¿Sí? —dijo él sin volverse.


—Lamento mucho lo sucedido. No sabía que estabas acompañado.


—Debí haberte avisado.


—Espero que le explicaras a tu amiga quién soy y cuál es nuestra relación. No quisiera que malinterpretase el motivo por el cual entré en tu apartamento de ese modo.


Pedro se giró lentamente y la miró. Paula había dejado apagada la luz del porche, y sólo la luz de la cocina iluminaba su cuerpo. Llevaba puesta una bata de seda y el pelo suelto sobre los hombros.


El cuerpo de Pedro se tensó.


¿Cómo diablos había podido meterse en semejante situación?, se preguntó por enésima vez. No podía irse y dejarla allí con la palabra en la boca.


—Siento no haber tenido ocasión de presentaros —dijo—. Se llama Karen Camp. Es enfermera. Trabaja con la mujer de Richard Holman. Richard y su esposa arreglaron la cita.


—Ha sido muy amable por su parte —Paula se abrazó a sí misma y se pasó las palmas de las manos por los brazos.


—Sí, desde luego —Pedro dio un paso vacilante hacia ella—. ¿Tienes frío? Quizá deberías entrar, antes de que...


— ¿Por qué no me dijiste esta mañana que hoy tenías una cita?


—Supongo que se me pasó.


«Mentiroso» Se lo ocultaste deliberadamente.» Pero, ¿por qué?


Diablos, no lo sabía! No estaba acostumbrado a reflexionar sobre la naturaleza de sus actos ni a justificarlos ante nadie.


—De haberlo sabido, no hubiera... no hubiera irrumpido de esa manera —Paula tiritó levemente.


Pedro salvó la distancia que los separaba, le echó el brazo por los hombros y la guió hacia la puerta.


—Entremos, cariño. Vas a congelarte aquí fuera.








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