viernes, 21 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 9



—Creí que habías dicho que no había nada entre tú y Pedro Alfonso —dijo Lisa Chaves sonriendo mientras metía los cacharros en el lavavajillas.


—No dejes que te convenza con ese cuento de que sólo son amigos —comentó Pato Cornell entrando en la cocina con una bandeja llena de tazas—. Con sólo unas horas de estar con ellos, te has dado cuenta de lo mucho que se gustan. Ahora imagínate cómo me siento. Trabajo con ellos todos los días y tengo que aguantar a Paula que no hace más que decir que no se está enamorando.


—Y no me estoy enamorando.


En ese momento, irritada, Paula dejó de golpe la fuente del asado que estaba llena de agua y ésta se derramó en el suelo.


—Además, os pido por favor que habléis bajo, podrían oíros —añadió Paula.


—Los hombres están en el cuarto de estar —respondió Pato—. ¿Quieres que traiga la fregona?


—No, ya la traigo yo —dijo Paula lanzando una furibunda mirada a Pato y luego a su hermana—. No quiero que habléis de esto delante de la tía Mirta. Lleva haciendo de Celestina desde que conocimos a Pedro y a Tomas.


—Da la impresión de que la tía Mirta está colada por ese hombre —comentó Lisa—. ¡Ah, el amor! ¿Os imagináis lo que debe ser enamorarse a los sesenta? 


Paula abrió el armario donde tenía los artículos de limpieza y sacó la fregona, luego cerró la puerta del armario con un golpe de cadera.


—Que la tía Mirta se comporte de forma irresponsable no es nada nuevo, es su naturaleza. Pero yo ya he decidido que quiero tener un hijo antes de que sea demasiado tarde, y para eso se necesita un marido y un padre. Un hombre en quien se pueda confiar, un hombre que pueda ofrecer seguridad a su hijo.


—¿Está hablando del idiota de Woolton otra vez? —le preguntó Lisa a Pato—. Yo creía que ya se habría dado por vencida.


—La proposición de matrimonio está en el aire —dijo Pato encogiéndose de hombros—. Durante las últimas semanas, Woolton ha estado muy amable con ella, y Paula le ha visto bastante con el fin de olvidar lo que siente por Pedro.


Después de limpiar el agua derramada, Paula le dio la fregona a Pato.


—Toma, encárgate de esto. Haz algo constructivo en vez de contarle tantas tonterías a mi hermana.


Pato cogió la fregona y se volvió hacia Lisa.


—Habla con ella, por favor. He tratado de convencerla de que una no se encuentra con un hombre como Pedro todos los días. Es evidente que a él le gusta Paula, pero tu hermana se limita a fingir indiferencia.


—Creo que Pato tiene razón —dijo Lisa poniéndole a Paula una mano en el hombro—. Por mucho que lo niegues, hay algo entre tú y Pedro. Me he fijado en la forma en que te mira y… en la forma en que tú le miras a él. Puede que no sea una experta en el tema, pero es obvio que os deseáis sexualmente.


—Quiero algo más que una pasión sexual —dijo Paula en un susurro acalorado—. Pedro no me puede ofrecer lo que quiero.


—¿Estás segura de que sabes lo que quieres? —preguntó Lisa.


—Le conozco desde sólo hace un mes —respondió Paula de cara al fregadero mientras se disponía a frotar las cacerolas con furia—. Me… gusta Pedro, sí, no puedo negarlo, me atrae. Pero no sé nada de él, de su vida, excepto… bueno, que parece que yo también le gusto.


—¡Al fin lo admite! —exclamó Pato.


—¿Qué admite Paula? —preguntó Mirta Maria entrando en la cocina.


Paula lanzó un gruñido y fijó toda su atención en los cacharros que tenía en el fregadero, ignorando a su tía.


Lisa sonrió y Pato lanzó una risita.


—Dios mío, a juzgar por vuestras caras no me cabe duda de que estabais hablando de hombres —observó Mirta al tiempo que abría un armario—. ¿Dónde están los bombones rellenos con cerezas? A Tomas y a mí nos encantan.


—Están en la despensa —respondió Paula sin volverse—. Pato, saca la caja de bombones de la despensa, está en la segunda estantería de la derecha.


—Bueno, ¿habéis conseguido convencer a Paula para que se deje guiar por sus sentimientos y tenga una aventura con Pedro?


Mirta miró a Lisa y luego a Pato, que acababa de entrar en la despensa.


—¡Tía Mirta! —exclamó Paula en tono de advertencia.


—Vamos, vamos. No es ningún crimen hablar de sexo —dijo Mirta—. Ya somos todas mayores de edad, ¿o no?


—Tienes toda la razón —dijo Pato, que en ese momento salía de la despensa con la caja de bombones—. Y creo que, si votásemos ahora, las tres estaríamos de acuerdo en que Paula debería tener con Pedro una… una…


—Un aventura —dijo Lisa concluyendo la frase.


—¿Veis lo que digo? —dijo Paula volviéndose y haciendo un gesto de desesperación—. Tía, eres una mala influencia para mi hermana pequeña, no deberías hacer sugerencias sobre mi vida amorosa delante de ella.


—Alguien tiene que hacerlo —comentó Mirta mirando a su alrededor en busca de expresiones de aprobación—. En fin, la comida de Navidad ya ha terminado. Pato va a llevar a Lisa y a Luis a una fiesta en Jackson, se marcharán pronto. A Tomas y a mí nos gustaría quedarnos a solas durante un rato. Paula, te sugiero que salgas a algún sitio con Pedro. Enséñale Marshallton. Disfruta con él estas fiestas.


—Yo… tenía pensado pasarme por casa de Sergio esta noche, Cora me ha invitado a cenar.


Paula tuvo que admitir para sí misma que no le entusiasmaba la idea de pasar varias horas con Sergio, que se pasaría todo el tiempo hablando de la compañía para
la que trabajaba y de sus muchos y prestigiosos clientes. 


Tampoco tenía ganas de escuchar a Cora criticar a todo el mundo, y mucho menos deseaba estar con Sergio jr. Su tía Mirta tenía toda la razón respecto al chico, era un mimado y un egoísta.


Pero ir con Pedro los dos solos podía ser peligroso.


—Pues si vas a casa de Cora tendrás que llevarte a Pedro —dijo Mirta—. Tomas y yo queremos quedarnos solos, tenemos planes.


—Tía, ¿acaso estáis pensando en hacer algo malo? —dijo Lisa riendo.


—¡Lisa! —exclamó su hermana.


—Por supuesto que sí —respondió Mirta cogiendo la caja de bombones. Inmediatamente, Mirta salió de la cocina tarareando felizmente una canción.


—Es increíble —dijo Lisa.


—Paula, será mejor que llames a Sergio para cancelar tu cita —dijo Pato sonriendo maliciosamente.



—¿Qué voy a hacer con ella? —preguntó Paula sin poder contener la risa, al tiempo que admitía su derrota.


—No te preocupes por lo que vayas a hacer con Mirta Maria, preocúpate más bien por lo que vas a hacer con Pedro —dijo Pato.










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