viernes, 21 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 7





—Y no gastes más dinero del que tienes en la cuenta corriente. Recuerda lo que ocurrió la última vez.


Paula dio a su tía un abrazo y un beso en la mejilla.


—Todos se lo tomaron muy bien.


Mirta estaba de pie delante del espejo ovalado con marco de pino, arreglándose la melena. De repente, se dio media vuelta y señaló a Paula con el dedo índice.


—A excepción del periodista ése que insinuó que estaba extendiendo cheques falsos, cosa que no he hecho en mi vida.


Paula dio unas palmaditas a Mirta en la espalda, recordando aquellos horribles días en los que la extravagancia de su tía los había puesto en un gran aprieto.


—No te preocupes, Paula —dijo Pato metiéndose las manos en los bolsillos del chaquetón de imitación de piel color rojo—, yo vigilaré a la tía Mirta. Vamos a pasar un día de compras estupendo en Menphis. Voy a llevarla a comer a Paulette.


Paula dio a Mirta otro abrazo y luego se dirigió a Pato, susurrándole al oído.


—Hagáis lo que hagáis, no la pierdas de vista.


—Seremos como siamesas, te lo prometo.


Paula cogió un par de guantes de piel negros que había encima del mostrador y se los dio a su tía.


—Los guantes, tía. Y no te gastes dinero en mí, ¿de acuerdo?


—Llevas mucho tiempo queriendo tener tu perfume favorito.


—Es muy caro, así que no. No, no y no.


—En ese caso, ¿qué crees tú que puedo…?


Las tres mujeres se volvieron al oír la puerta de la tienda abrirse y Pedro Alfonso apareció frotándose las manos para calentárselas.


—Buenos días, señoras.


—Buenos días, Pedro —dijo Pato mirando a Pedro y luego a Paula.


A Paula le preocupaba que Pedro no tuviera sombrero, guantes ni bufanda con el frío que hacía. Había pensado en comprarle las tres cosas, pero sabía que él no aceptaría el regalo. En menos de diez días, había descubierto que Pedro Alfonso era un hombre muy orgulloso.


Pedro, no te olvides que estás invitado a pasar la navidad con nosotros —dijo Mirta enfundándose las manos en los guantes—. Estoy deseando que lleguen, serán las primeras navidades que pasemos juntos Tomas y yo.


—Sí, señora.


Pedro se detuvo delante de la puerta del almacén, lanzó una mirada fugaz a Paula y vio que ella también le miraba. 


Durante la última semana la había sorprendido mirándole muchas veces, como si se tratase de un ser sumamente
extraño a quien quisiera diseccionar.


Paula, con sus modales educados y su fría superioridad, le volvía loco. Aunque era muy inteligente y refinada a su manera, carecía de la sofisticación que él había buscado en las mujeres antes de casarse con Carolina.


—Aunque no lleguemos hasta las ocho o las nueve, no te preocupes por nosotras —le dijo Pato a Paula al tiempo que cogía a Mirta del brazo caminando hacia la puerta.


—Por favor, conducid con cuidado. Y llamad si tenéis algún problema.


—Te preocupas demasiado —dijo Mirta despidiéndose.


Cuando la puerta se cerró tras las dos mujeres, Paula lanzó un suspiro.


Pedro entró en el almacén, colgó su chaqueta en el perchero, junto al abrigo de Paula, y se acercó a la cafetera para servir dos tazas. Encontró a Paula arreglando unas
estanterías y, cuando se aproximó a ella, Paula se volvió sonriendo. En esos momentos, Pedro deseó locamente poder besarla. Paula era una mujer encantadora, siempre sonreía; a menudo, silbaba o cantaba mientras trabajaba. 


También era muy simpática con todo el mundo, excepto con él.


Pedro le ofreció una de las tazas.


—¿Adónde han ido Pato y Mirta Maria? —preguntó Pedro.


—A Menphis a hacer compras de Navidad.


—Tiene miedo de que Mirta Maria meta a Pato en problemas, ¿verdad? — preguntó Pedro con una ronca risa.


—No les pasará nada. Pato ya ha llevado a la tía Mirta de compras muchas veces.


Paula se encaminó hacia la puerta de la tienda, pero se detuvo al darse cuenta de que Pedro la seguía. Se volvió inmediatamente.


—Escuche, agradezco la invitación de Mirta Maria el día de Navidad, pero como sé que usted prefiere que no vaya…


—No sea tonto —le interrumpió Paula—. Tomas va a venir a casa y no veo ninguna razón para que usted no lo haga.


—¿Está segura?


—Sí, estoy segura —respondió ella—. Y ahora que está zanjada la cuestión, vamos a trabajar. Estoy esperando que me traigan un pedido que había hecho de medias y del spray de olor a pino. Usted tiene que coger la camioneta de Fred para llevar los muebles de la habitación de Myers; tan pronto como saquemos los muebles del almacén, podremos subir esas cajas arriba.


—Sí, señora.


—Otra cosa, Pedro. Ya que no puedo salir hoy, me he traído el almuerzo, pero hay suficiente para dos así que, si quiere almorzar conmigo…


—Gracias, señorita Alfonso, de acuerdo.


Paula no se permitió sonreír hasta que Pedro se marchó al almacén





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