viernes, 7 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 24




Había amanecido. Pedro observó cómo se filtraba el sol de la mañana por las cortinas tumbado al lado de Paula y se sintió feliz. Le encantó verla allí, dormida, con las mejillas sonrojadas y la melena oscura toda enmarañada sobre la almohada.


Todavía no podía creerse lo que había ocurrido la noche anterior. Había sabido desde el principio que Paula necesitaba que la reconfortara, pero le había
sorprendido que respondiese con tanta dulzura y pasión. 


Tenía la sensación de que le había dado mucho más de lo que él había tomado. Esa mañana, Pedro se sentía como flotando.


Incapaz de resistirse, le dio un beso en los suaves y sensuales labios. Ella abrió los ojos y sonrió.


—Hola —le dijo.


—Hola —contestó él.


Paula se desperezó y volvió a sonreír.


—Guau. Estoy acordándome de lo de anoche. Fue increíble, ¿no crees?


—Sí —admitió él, volviendo a besarla en el hombro—. ¿Estáis bien, el bebé y tú?


Tenía que preguntárselo. En esos momentos, sentía que debía protegerla.


—Estamos estupendamente, Pedro —contestó ella, mirándolo a los ojos—. Gracias.


Sonriendo, Paula bajó la mano por su propio cuerpo hasta posarla en el vientre.


—He soñado con ella.


—¿Con el bebé?


—Sí. He soñado que podía ver en mi interior, que estaba hecha un ovillo. Tenía los ojos oscuros y unos minúsculos brazos y piernas, y minúsculos dedos. Todo perfecto, como en los libros.


—Guau.


—Me he quedado mucho más tranquila.


—Entonces, ha sido un buen sueño.


—El mejor.


—¿Y ya sabes que va a ser niña?


Ella hizo un puchero.


—La verdad es que no. Todavía no conozco el sexo del bebé, pero en el sueño era sin duda una niña y yo estaba muy contenta. La llamaba Madeline, y ahora estoy segura de que voy a tener una niña.


—Puedo imaginarte con una hija.


—Yo también me imagino. Me parece lo mejor. Yo crecí teniendo hermanas, sin hermanos, así que creo que estaré mucho más cómoda con una niña.


Pedro se sintió consternado al darse cuenta de que estaba celoso de esa niña que no era ni sería nunca su hija. Intentó apartar aquel pensamiento de su mente.


—Madeline es un nombre bonito.


—Muy femenino, ¿no crees?


—Supongo que sí —para ocultar los celos, decidió bromear—, pero pensé que se te ocurrirían nombres como Cleopatra, o Boadicea.


—¿Y por qué iba a querer llamar a mi pobre niña…? —Paula se interrumpió y se echó a reír—. Ah, claro. Debería seguir el ejemplo de mi madre y ponerle a mi hija el nombre de una mujer fuerte.


—A los italianos os gusta seguir las tradiciones familiares, ¿no?


—A esta italiana, no —contestó ella, dándole un suave puñetazo en el brazo—. De todos modos, soy medio australiana.


—Sí, me pregunto qué parte de ti es la italiana y qué parte la australiana.


Ella se echó a reír, pero Pedro la detuvo con un beso.


—Apostaría a que tus labios son italianos.


Pedro, no —gimió ella—. Por favor, no empieces a seducirme ahora.


—¿Por qué no?


—Porque no puedo pasarme toda la mañana en la cama.


—Claro que puedes.


—No puedo. Tengo mucho trabajo y no puedo terminar con las buenas costumbres de toda una vida en un solo día.


—¿Por qué no? —volvió a preguntarle él, empezando a besarla de nuevo.


—Porque…


Él la tocó con la lengua y Paula gimió.


—Tienes razón. ¿Por qué no?






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