miércoles, 22 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 20




Las sombras del atardecer caían sobre el patio delantero de la casa de Paula.


Esta aparcó el coche en el sendero que llevaba a la casa, salió y cerró la puerta de un golpe. Pedro la siguió y aparcó su coche detrás del de ella.


Paula subió las escaleras del porche sin esperarle y abrió la puerta de la casa.


-No te va a servir de nada correr -dijo Pedro cuando Paula entró en la casa-. No pienso irme. No hasta que hayamos aclarado las cosas definitivamente.


Paula dejó su bolso y la cámara sobre la mesita de la entrada. Luego descargó la escopeta y la dejó junto con los cartuchos en la mesa del cuarto de estar mientras se dirigía a la cocina.


Mientras se llenaba un vaso de agua en el fregadero, Pedro se colocó tras ella, pero no la tocó.


-Vete, Pepe. Creía que ya habíamos aclarado definitivamente las cosas. Lo hicimos la otra noche en el Pale Rider.


-Sí, yo también lo creía, pero estaba equivocado.


-No, no estabas equivocado -Paula dio varios sorbos a su vaso de agua y luego se volvió-. Aclaramos las cosas. Están aclaradas. Nadie te ha pedido que vinieras al bosque a salvarme, ¿no?. Desde luego, yo no te he pedido ayuda esta vez.


-¿Me estás diciendo que cuando le contaste a Solange a dónde ibais tú y Susana ni siquiera pensaste en la posibilidad de que se le ocurriera llamarme?


-¡Por supuesto que no! Yo... bueno, no creo que lo hiciera. ¿Oh, sí? Oh, ya no lo sé. Tal vez sí. Tal vez esa fue la razón por la que se lo dije. No lo sé. Estoy totalmente confundida en lo que se refiere a ti y a mí.


-¿Tú crees que estás confundida? ¿Y cómo crees que me siento yo? -Pedro la cogió por los hombros con firme suavidad-. Mi vida es un lío cuando estás en ella, pero he descubierto que tampoco merece mucho la pena sin ti.


-Por favor, Pepe, no digas cosas de las que luego puedas arrepentirte. Nada ha cambiado entre nosotros. Yo sigo siendo yo y tú sigues siendo tú. Quiero vivir en una ciudad pequeña y tranquila y llevar una vida sin complicaciones. Tu quieres vivir en Nashville y dirigir todo el estado.


-Paula Chaves, tu vida está más llena de complicaciones que la de cualquier mujer que conozca, viva en una ciudad pequeña o grande.


Paula sabía que no podía escapar de Pedro, de sus firmes y posesivas manos, de la ardiente y apasionada mirada de sus ojos. Pero si no le detenía en ese momento le sería imposible hacerlo más tarde.


-Quiero que te vayas, Pedro. Ahora.


-¿Quieres que me vaya?


-Sí.


-No puedo hacerlo.


Paula se apartó de él y Pedro la cogió por la muñeca.


-Puedo cuidar de mí misma, Pepe. Ya lo has comprobado hoy, ¿no? No sé si le dije a Solange a dónde íbamos porque subconscientemente quería que vinieras a rescatarme. Tal vez sí. Pero el fondo de la cuestión es que puedo sobrevivir sin ti.


-¿De verdad, Paula? ¿De verdad puedes sobrevivir sin mí? -
Pedro la atrajo lentamente hacia sí hasta que sus cuerpos se tocaron-. Pues yo he descubierto algo muy importante hoy, Paula Chaves. No puedo sobrevivir sin ti.


Paula lo miró sin poder creer lo que había oído.


-No lo dices en serio.


-Por supuesto que lo digo en serio, Paula -Pedro la rodeó con un brazo por la cintura, mientras alzaba la otra mano para acariciarle el rostro-. Estoy tan confundido como tú sobre nosotros. Todo lo que sé es que estoy cansado de luchar contra el deseo que siento por ti. Estoy cansado de protegerme de ti y de protegerte de mí.


-Oh, Pepe -Paula entendía demasiado bien de qué le estaba hablando Pedro.


Era ahora o nunca. Si le rechazaba esa vez no tendrían otra oportunidad.


-Sólo puedo pensar en ti, Paula. Día y noche. Eres lo primero en lo que pienso cuando me despierto por la mañana, y tu rostro me persigue cuando cierro los ojos por la noche -Pedro acarició con gran ternura la mejilla de Paula-. Te quiero, Paula. Te quiero como nunca he querido a nadie en mi vida.


Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


-Nunca he querido a nadie más que a ti, Pepe. Sólo a ti. Siempre a ti -Paula se rindió a él, dándole el derecho a tomarla y a hacerla suya. Era lo que siempre había querido.


Cogiendo su rostro entre las manos, Pedro la atrajo hacia sí, besándola con tierna pasión en los labios. Paula se acercó a él, rodeándole la cintura con los brazos.


Pedro deslizó las manos por su garganta, por sus hombros y brazos, apretándose con fuerza contra ella.


Su beso se hizo más profundo, intensificándose hasta que Paula abrió la boca para dejarle entrar. Pedro deslizó las manos por su cuerpo como si quisiera memorizar cada curva. Su lengua acarició y saboreó la boca de Paula. Gimiendo de placer, ella se frotó contra él, buscando un contacto más cercano, deseando ser una parte del hombre al que amaba.


Pedro la alzó en brazos. Paula le rodeó por el cuello. Cerró los ojos y suspiró profundamente mientras la llevaba al dormitorio.


-He soñado con esto muchas veces -admitió él, tumbándola sobre la cama-. He soñado que te cubría con mi cuerpo, que te quitaba la ropa poco a poco, besando cada rincón de tu cuerpo...


Paula le puso un dedo en los labios.


-Los abogados habláis demasiado dijo, sonriendo-. No tienes que convencerme. Ya me tienes.


-¿Quieres menos charla y más acción? -tumbándose en la cama junto a ella, Pedro empezó a desabrocharle la blusa-. No sé qué es lo que te gusta en un amante. Dime lo que quieres, Paula, y sea lo que sea lo haré.


-Yo... no estoy segura -¿no sabía Pedro que no había tenido otro amante, que él era el primer y único hombre al que había amado-. Todo lo que sé es que te quiero a ti, Pepe.


-Voy a hacer que disfrutes de verdad. Lo prometo.


Pedro fue quitándole una a una cada prenda de su cuerpo. La blusa. El sujetador. Sus manos la acariciaban, sus labios la consumían. Los vaqueros cayeron al suelo seguidos de las braguitas. A la vez que besaba sus senos deslizó las manos hasta sus caderas, alzándola contra la tensa erección que ocultaban sus pantalones y calzoncillos. Palpitaba de deseo, de necesidad de enterrarse en lo profundo de aquella hermosa mujer.


Pero no quería hacerlo con prisas. Había prometido que iba a hacerla disfrutar y así iba a ser, aunque muriera de deseo en el intento. Quería borrar de la mente de Paula cualquier experiencia anterior y el recuerdo de cualquier hombre que hubiera conocido los placeres de su cuerpo.


Paula tiró de la camisa de Pedro, sacándosela de los pantalones. Luego se la desabrochó y se la quitó, arrojándola al suelo. Deslizó las manos por su ancho y fuerte pecho hasta el cinturón. Trató de soltarlo pero no lo logró. Gruñó, frustrada.


Pedro cubrió sus anhelantes manos con las suyas.


-Todavía no.


-Pero Pepe... por favor.


-Aún no estás lista.


-Lo estoy.


-No estás lo suficientemente caliente, querida. . Ni lo suficientemente húmeda y anhelante -deslizando las manos entre las piernas de Paula, Pedro buscó el centro de su deseo. Cuando empezó a acariciarla, Paula gritó, alzando las caderas para encontrarse con su mano-. Pero estarás
preparada cuando te tome. Estarás más que preparada.


Paula alargó las manos hacia él. Pedro se las cogió, las alzó por encima de su cabeza y le hizo colocarlas sobre la cama.


-Sabía que estarías anhelante, que harías el amor como el resto de las cosas en tu vida. Ah, Paula, Paula. Mi dulce y hermosa Paula.



La besó con fuerza, hundiéndose en su boca una y otra vez, sustituyendo con aquel acto el que estaba posponiendo deliberadamente. Cuando Paula le rodeó por las caderas con las piernas sintió que un intenso fuego ardía en su interior, deseando explotar.


Se apartó de sus labios, le chupó la barbilla, el cuello, el lóbulo de la oreja...


-Así, así -murmuró-. Siente la necesidad. Deséame. Deséame desesperadamente.


-Te deseo -gimió Paula, cuando Pedro cubrió con sus labios uno de sus pezones, mordisqueándolo y jugueteando con él con su lengua- No, por favor... por favor...


Paula no sabía cuánto tiempo pasó Pedro besando y acariciando cada parte de su cuerpo. Había perdido el sentido del tiempo, incluso de la realidad. Su mundo consistía exclusivamente en Pedro Alfonso y en las deliciosas sensaciones que despertaba en ella.


El fuego de la pasión ardía en el interior de Pedro. Hizo el amor con Paula como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer, con todo el desesperado deseo contenido durante aquellos años. Nunca había conocido nada parecido y supo que nunca lo conocería con otra mujer. Sólo con Paula. Su Paula.


Cuando Pedro le hizo separar las piernas y alzó sus caderas en sus grandes manos, Paula cerró los ojos y gritó sin saber qué iba a pasar. Y cuando notó los labios de Pedro entre sus muslos sintió que se derretía. Pedro la besó y la acarició con su lengua, llevándola al borde de la culminación. Paula se aferró a sus hombros, clavándole sus cortas uñas en la carne, aferrando sus duros músculos. Con una última caricia la llevó hasta la cima. Gimiendo, jadeando y gritando, Paula tembló de liberación.


-Ahora estás preparada -con urgencia, Pedro terminó de desnudarse y se tumbó sobre ella-. Ahora te haré mía -la besó rápidamente, con fuerza-. Quieres ser mía, ¿verdad, Paula?


-Sí, oh, sí.


Pedro la penetró de un profundo empujón. Paula gritó debido al inesperado dolor y la increíble sensación de culminación. Pedro se detuvo de repente, con el cuerpo temblando por el esfuerzo de mantenerse totalmente quieto.


-¿Paula?


Paula sabía qué le estaba preguntando, pero no quiso responder.


-No pares por favor, no pares nunca de amarme.


-No quiero hacerte daño.


-Me harás daño si paras, si no me haces tuya.


Lentamente, con gran ternura, Pedro la penetró más y luego se retiró. Paula se aferró a él. Pedro entró y salió de ella repetidamente, despacio y con suavidad al principio, incrementando gradualmente la velocidad y la fuerza.


Pedro empezó a perder más y más el control, pero también ella, que se aferraba a él como si quisiera fundirse en un sólo cuerpo.


Rápido, ardiente e innegable, su clímax llegó sólo momentos después de que Pedro cayera entre sus brazos, con el cuerpo estallando en espasmos de liberación.


Temblando con apasionada fuerza, sintiendo la palpitación de Pedro en su interior, Paula lo abrazó con fuerza, sintiendo que flotaban en la cima del placer.


Al cabo de un rato, Pedro se tumbó junto a ella y la cogió entre sus brazos con indecible ternura. Paula era su mujer. 


Ahora y para siempre.


-Te amo, Pepe -susurró Paula-. Nunca he amado a nadie excepto a ti.


-No te merezco. Eres demasiado buena y demasiado honesta para un hombre como yo.


Paula apoyó una mano sobre el pecho de Pedro y lo acarició.


-Yo sí creo que me mereces. Tengo la sensación de que el destino ha decidido que yo era justo lo que necesitabas y esa es la razón por la que ha hecho que siguiéramos juntos todos estos años.


-Pensaremos en los detalles de esta relación más tarde, cariño. Ahora mismo no quiero pensar más. Sólo quiero sentir




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