miércoles, 8 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 9






Paula nunca llamaba a casa desde el barco. Desde el primer momento se había impuesto a sí misma no hacerlo. Era una cuestión de madurez. Era una mujer adulta y debía ser capaz de sobrevivir por sí misma.


Durante treinta años había dependido de su familia, sobre todo de su hermana mayor, Patricia. Era ella la que de le daba el apoyo moral que necesitaba siempre, un hombro sobre el que llorar. Pero eso no podía seguir siendo así.


Cuando Simone la había regañado por un cliente descontento, cuando Armand se había reído de ella, o Carlos había tratado de besarla o Yiannis de aprovecharse
ella había resuelto sus problemas sólita. Y lo había hecho bien.


Pero tener a Pedro Alfonso en el crucero era más de lo que ella podía solucionar sola.


Con los dedos temblorosos, marcó el número de su hermana. Quizás ella ni siquiera supiera que Alfonso estaba allí, pero también podía ser que supiera incluso el porqué. 


Más aún, tal vez pudiera decirle lo que podía hacer al respecto.


—¿Qué sucede, Paula? —preguntó Patricia sobresaltada nada más oír la voz de su hermana.


—Nada importante —dijo Paula.


Pero Patricia la conocía demasiado bien.


—Bien y qué eso tan poco importante. Vamos, sabes que puedes contármelo.


Paula sabía que era lo mejor que podía hacer.


Pedro.


—¿Pedro? ¿Le ha sucedido algo?


—No. Todavía.


—Pero… —Patricia parecía confusa.


—Está aquí.


—¿A qué te refieres con «aquí»? ¿Es que has vuelto a Elmer?


—No. ¡Está aquí en el barco!


Hubo un momento de atónito silencio, luego Patricia inspiró y resopló.


—¡Dios santo! —dijo finalmente.


—¡Como se le ocurra decir una sola palabra de lo de Mateo o de lo de Santiago o de lo de la subasta, lo mato!


—No lo hará.


—¿Cómo sabes que no lo hará? —dijo ella y se pasó la mano por el pelo—. ¿Para qué ha venido?


—Quizás deberías preguntárselo.


—Ya lo hice.


—¿Y qué te respondió?


—Me dijo… —hizo una pausa para recapacitar sobre cuál había sido la respuesta de él—. Me dijo que había venido a verme a mí.


—¿No dijo que había ido a fastidiarte la vida? —preguntó Patricia con cierta sorna.


—No hace falta —protestó Paula—. ¿Qué está haciendo aquí si no?


—Ha ido a verte —repitió Patricia—. Quizás te eche de menos.


—¿Es que no hay nadie más en Elmer a quien pueda molestar?


—Quizás sintiera curiosidad por saber qué hacías allí.


—Podría habérselo preguntado a Arturo.


—A lo mejor lo hizo y, al final, decidió comprobarlo por sí mismo —dijo Patricia.


—Todo son «quizás, quizás, quizás» —dijo Paula con cierta impaciencia—. En realidad sus motivos me son indiferentes, lo que importa es qué voy a hacer yo al respecto.


—Podrías lanzarte a sus brazos y besarlo —dijo Patricia—. Pero supongo que esa opción ya la has descartado.


Paula se estremeció solo de pensarlo.


—Ni hablar. Quiero mantenerme lo más lejos de Pedro Alfonso que me sea posible.


Patricia dudó una vez más.


—¿Nunca has oído que la mejor defensa es una buena ofensa?


—¿Me estás sugiriendo que sea agradable con él?


—La verdad es que pensaba que eso no hacía falta decirlo —le aseguró Patricia—. Más bien me refería a que fueras un poco más allá.


—¿Que me lance a sus brazos y lo bese? —dijo Paula no sin dificultad.


—Eso, definitivamente, lo dejaría desconcertado —se rió Patricia.


—No estoy tan segura de que sea posible desconcertar a Pedro Alfonso—dijo Paula—. Pero, en cualquier caso, gracias. Gracias por todo. Y, sobre todo, por estar siempre ahí para mí.


—¿Estás bien, Paula? —le preguntó Patricia repentinamente alarmada por su tono de voz.


—Estoy perfectamente, de verdad.


Se despidió y colgó el teléfono. Se cuadró de hombros y se dijo que podía, sin problemas, enfrentarse a Pedro Alfonso.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario