miércoles, 8 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 8




Habría dado cualquier cosa por haber podido comportarse con la soltura y descaro que solía tener delante de otras mujeres! Pero con Paula eso era imposible.


Tenía que agradecer haber sido capaz de decir algo.


¡Dios, qué idiota era! Había oído su voz, se había vuelto hacia ella y se había quedado sin respiración.


Sin saber qué decir, se había quedado unos segundos observando a Paula como si fuera la primera vez que la había visto en su vida.


Y, en cierto modo, era así.


Esperaba haber visto a la Paula de siempre, la introvertida que se quedaba sentada en las fiestas porque nadie la sacaba a bailar, la que parecía estar siempre en la trastienda de la vida.


No por ello había dejado de considerarla hermosa, pero con un tipo de belleza suave, gentil, que no llamaba la atención.


¡No así!


Aquella nueva Paula era casi exótica, con grandes ojos negros y largas pestañas.


Sus suaves rizos habían sido cambiados por un corte a capas que destacaba sus encantos. Y, ¿de dónde había sacado aquellos pómulos?


Patricia había sido siempre la de los pómulos. Pero la cara de Paula siempre había sido redonda. De pronto, parecía como si la hubieran esculpido, como si algún gran artista hubiera descubierto sus encantos ocultos.


Pedro se había quedado sin palabras al verla, lo que había empeorado aún más al comprobar que ella no se alegraba en absoluto de verlo allí.


Había tenido la esperanza de que, con tanto tiempo alejada de casa, el simple hecho de ver una cara conocida hubiera sido motivo de alegría.


Pero no.


Sintió una desesperación profunda y honda en la boca del estómago. ¿Qué demonios iba a hacer?


Alrededor de él la gente se estaba divirtiendo. Se reía, hablaba. Era la primera comida de lo que prometía ser una enorme serie de ellas, donde todo el mundo estaba relajado y disfrutaba.


—¿Te mareas? —le preguntó Mary en un tono compasivo, mientras le servía langosta en el plato.


El negó con la cabeza.


—Yo siempre me siento así la primera noche —le dijo Lisa—. Tardo un par de días o tres en acostumbrare al mar. Mañana te sentirás mejor.


Pedro asintió, se metió un trozo de langosta en la boca y trató de fingir que se divertía.


—Yo creo que está así por su novia —dijo Deb.


En ese momento, se le escapó a Pedro el trozo de langosta que estaba intentado cortar.


Deb asintió en un gesto triunfal.


—He acertado —dijo—. Es ella lo que le preocupa.


—¡No me preocupa! —respondió él, mientras trataba de recuperar la langosta.


—Claro que no es eso —lo defendió Mary, como una madre protectora—. Esa chica simplemente se quedó muy sorprendida y como tenía a su jefa observándola tuvo que fingir indiferencia.


—Mientras no fuera una muestra de sus sentimientos —dijo Deb.


—¡Claro que no! —continuó Mary en nombre de Pedro. Luego se volvió y le sonrió—. Estoy segura de que se habrá alegrado mucho de verlo. ¡Yo lo habría estado! No todos los días un hombre se atraviesa medio mundo para ir en busca de la chica a la que ama.


Aquel comentario hizo que Pedro se sintiera más idiota que nunca.


—Ya reaccionará —dijo Lisa—. Solo necesita tiempo.


—¡Anímate! —le dijeron todas a coro—. Vente a ver el espectáculo con nosotras y diviértete.


—Quizás, cuando llegues a tu camarote esta noche, ella te estará esperando — dijo Lisa.


Quizás fuera así.


Pero Pedro tenía sus serias dudas y no tenía prisa por llegar a su cuarto y averiguarlo.


Decidió no ir a ver el espectáculo con Lisa, Mary y Deb. No podía quedarse sentado, estaba demasiado ansioso.


Les dio las gracias y decidió encaminarse al bar. Allí se tomaría unos cuantos whiskys y, con un poco de suerte, encontraría una mesa de billar. Podría imaginarse que estaba de vuelta en Elmer. Arturo lo sermonearía una vez más. ¡Vaya ideas que tenía el viejo!


—¿Cómo lo vas a saber si no lo intentas? A lo mejor se lanza a tus brazos.


«O me aprieta el cuello hasta estrangularme», pensó Pedro.
Suspiró y pidió un whisky.

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