sábado, 4 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 39




Paula no se había sentido tan vacía en toda su vida. Antes, cuando se había sentido sola, siempre había tenido a su lado a Pedro; cuando había estado asustada, allí había estado Pedro; cuando se había sentido confundida, allí había estado Pedro… ¿Cómo podría seguir viviendo sin él?


Tras recoger sus cosas de casa de Pedro se había ido a la que estaban construyéndole. Después de todo estaba prácticamente acabada y tenía lo poco que podía necesitar para empezar a vivir allí.


El primer día, lo había pasado alternando pensamientos de odio hacia Pedro e hinchándose a llorar, y al cabo de una semana tenía un aspecto realmente terrible y ya no le quedaban lágrimas que derramar. ¡Aquella estúpida apuesta…! Tal vez debería haber vuelto a Estados Unidos, pero estaba pendiente de un encargo para hacer unas fotografías del parque natural, y Cata estaba a punto de dar a luz, y no podía dejar la tienda desatendida por más tiempo y…


En realidad sabía que todo eran excusas, que la verdad era que no quería, que no podía volver a marcharse. «El hogar está donde esté tu corazón», le había dicho siempre su madre, y el corazón de Paula estaba en aquel pequeño rincón del mundo donde estaba Pedro.


Aquella tarde, Cata había ido a visitarla, así que Paula hizo té y se sentaron las dos a merendar en el porche trasero.


—¿Cómo va la tienda? —inquirió Paula.


—Bien, va bien. El chico de los Forrester aprende muy rápido.


—Estupendo.


—¿Y cómo llevas el embarazo?


—Bien, aparte de las patadas, el dolor de espalda y todo lo demás, lo llevo de maravilla.


Paula se rió un poco.


—¿Y cómo le va a Paul con…?


Finalmente Cata explotó.


—¡Por amor de Dios, Paula!, ¿es que no piensas preguntarme por Pedro?


Paula la miró con tristeza y agachó la cabeza.


—¿Cómo está Pedro? —musitó.


—Oh, tiene mejor aspecto que nunca… si es que se puede decir eso de los zombis.


Paula se levantó y fue a apoyarse en la barandilla del porche, dándole la espalda a su amiga. Creía que ya había llorado todo lo que tenía que llorar, pero según parecía no era así.


—Paula, ¿no crees que es hora de que pongáis fin a esto?


—¿Vas a hablarme como mi madre?, ¿que esto es culpa mía por haber salido corriendo en lugar de haber hecho que se explicara? ¿Es que no cuenta para nada que besara a otra mujer delante de todo el pueblo para vengarse de mí por algo que ni siquiera le había hecho? —alzó la vista hacia el lago—. Pedro le dejó el camino libre a Kieran, Cata, decidió que no merecía la pena luchar por mí. Si me hubiera amado la mitad de lo que yo lo amo a él, jamás se habría dado por vencido de ese modo, y yo no puedo conformarme con que solo me quiera al cincuenta por ciento, Cata… —su voz se quebró—. Yo quería… yo quería que se enamorara de mí… tan perdidamente como me he enamorado yo de él.


—Tal vez esté asustado, Paula.


—¿Pedro Alfonso, el superhéroe? —le espetó Paula, soltando una risotada amarga—. Lo dudo.


—Quizá tenga miedo de que en el fondo sigas enamorada de Kieran, o de que vuelvas a marcharte a América y le rompas otra vez el corazón.


—Yo nunca le rompí el corazón por irme a América —replicó Paula girándose hacia ella.


—¿Eso crees?



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