miércoles, 1 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 32




Nieves y Cata se la habían llevado después del trabajo a casa para peinarla y maquillarla, así que Pedro no había podido ver a Paula con aquel vestido tan sexy hasta el momento en que salió al escenario que habían montado en uno de los enormes salones del hotel Riverside. La visión lo dejó sin aliento. Estaba realmente espectacular:
Desde donde estaba, junto a la barra del bar, no le llevó más de cinco segundos avistarla entre las demás participantes. 


Los ojos verdes de la joven, delicadamente resaltados por el maquillaje, lo buscaron también entre la multitud, sonriéndole cuando al fin lo vio, y a Pedro le dio la impresión de que el corazón iba a salírsele por la garganta. «Estás preciosa», dijo vocalizando exageradamente para que Paula pudiera leer sus labios. Ella sonrió aún más y se sonrojó ligeramente.


Cuando el alcalde le tendió el micrófono para que se presentase al público, Paula habló sin dejar de mirar a Pedro:
—Hola, amigos. Soy Paula Chaves, y como sabéis he regresado a Irlanda, a casa, después de haber pasado mucho tiempo fuera. Es maravilloso estar aquí otra vez —tuvo que hacer una pausa para esperar a que cesaran los aplausos y silbidos. Buscó con la mirada a Cata—. Tengo que admitir que fue una amiga la que me inscribió en el concurso, pero también que ha sido divertido dejar que me peinaran, me maquillaran y me pusieran tan guapa. ¡Casi ni me reconozco! —exclamó haciendo reír al público—. Así que gracias, Cata, pero… esta te la pienso guardar —añadió con una sonrisa maliciosa.


Pedro se rió y aplaudió de nuevo con el público. No había duda de que Cata y Nieves habían hecho un trabajo de primera. Le habían hecho un recogido juvenil pero elegante, con los rizos rojizos cayéndole en cascada, pero no era ni la mitad de sexy que el vestido: era verde, como sus ojos, tenía tirantes de espagueti, un corpiño bordado que realzaba los perfectos senos, y una falda… de lo más corta. Dios, aquella mujer tenía las piernas más largas del mundo. Los ojos de Pedro se oscurecieron con lascivia al recordar cómo lo habían rodeado cuando hicieron el amor. Sí, era un fetichista de las piernas.


—Está increíble.


Pedro despegó los ojos de Paula al escuchar la voz de Kieran detrás de él. Estudió su perfil, y asintió en silencio.


—Sí, realmente increíble.


Pedro se giró hacia la barra, pidió dos cervezas, y tras entregar una a su amigo, fijó la vista otra vez en el escenario, donde las participantes seguían presentándose.


—No estoy ciego, Pedro —le dijo Kieran de repente—, así que no voy a andarme por las ramas: ¿cuánto tiempo llevas acostándote con ella?


La mandíbula de Pedro se tensó, pero mantuvo la mirada fija en el escenario, en el rostro sonriente de Paula, que estaba respondiendo una pregunta del público.


—No creo que eso sea asunto tuyo.


Kieran lo miró de soslayo.


—Pero estás acostándote con ella, ¿no es verdad?


Ignorando la pregunta, Pedro tomó un buen trago de su botella de cerveza. Por mucho que Paula se había empeñado en no decirle nada, para él siempre había sido obvio que antes o después Kieran se daría cuenta, y había imaginado que iba a resultar bastante incómodo.


—Escucha, Pedro, no pretendo inmiscuirme en tu vida privada, pero necesito saberlo —insistió Kieran volviéndose hacia él—. Os he estado observando todos estos días, y desde el primer momento me pareció que había algo entre vosotros.


Pedro lo miró con dureza.


—Como te he dicho, no es asunto tuyo si me estoy acostando con ella o no.


—Tal vez sí.


Pedro dejó escapar una risa sarcástica.


—No hay «tal vez» que valga en esto.


Kieran tornó de nuevo la mirada hacia el escenario. Pareció quedarse pensando un momento, y después giró otra vez la cabeza hacia su amigo.


—¿Te ha dicho que tuve una charla con ella?


La ira estaba empezando a dispararse por las venas de Pedro, y sus ojos buscaron automáticamente los de Paula. La joven debía de haber visto llegar a Kieran, y estaba mirando a uno y a otro con preocupación.


—Sí, me lo dijo.


—Entonces sabrás que quiero que vuelva conmigo.


Los ojos de Pedro seguían fijos en Paula, su preciosa Paula. 


No iba a entregarla sin luchar, llevaba toda su vida enamorado de ella. Sin embargo, su conciencia volvió a tirarle de la manga. Tanto Kieran como Paula eran sus amigos, y… ¿Y si realmente estaban hechos el uno para el otro, y si se merecían una segunda oportunidad?


¿Sería tan egoísta como para interponerse entre ellos y negarles la felicidad que podían tener? ¡Diablos, sí!, quería gritar, pero nunca lo haría. A veces se detestaba por pensar siempre antes en los demás que en sí mismo.


—Es con ella con quien tienes que discutir eso, Kieran, no conmigo —le contestó con aspereza. Bebió otro trago de cerveza, y se inclinó hacia Kieran, y le susurró en un tono peligroso—: Pero te lo advierto, a menos que sea Paula quien me diga que quiere dar otra oportunidad a lo vuestro, no pienso retirarme. Y aun así, si por algún milagro tienes la maldita suerte de recuperarla, yo seguiré ahí, entre bambalinas, esperando a que cometas el más mínimo error, porque entonces lucharé con todas mis fuerzas, ¿me has entendido?


Kieran parecía muy sorprendido.


—Perfectamente —murmuró—. Comprendo que te hubieras hecho ilusiones, amigo, pero tengo que averiguar si aún tengo una oportunidad de arreglar las cosas con ella. Dejarla ir fue el mayor error de mi vida. Supongo que ahora tú, mejor que nadie, puedes comprenderlo —añadió con una sonrisa que iba con segundas—. Además, nunca podrás estar seguro de si te ama o no hasta que no se haya aclarado con lo que siente por mí. ¿no crees?


Pedro tuvo que forzarse a girar la cabeza hacia el escenario, porque el deseo de tumbar a Kieran de un puñetazo era demasiado fuerte. Sin embargo, la voz paranoide en su cerebro le decía que su «amigo» tenía razón. Paula tenía que decidir si estaba dispuesta o no a pasar página en su vida, y él solo quería que ella fuera feliz. Si lo que quería era volver con Kieran, él se haría a un lado.






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