miércoles, 1 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 31




Año Nuevo, dos años atrás


Pasaron casi cuatro días enteros juntos, y Paula no recordaba haberlo pasado tan bien en mucho tiempo, pero, a pesar de los repetidos ruegos de su familia y Pedro, finalmente decidió que era el momento de volver a Estados Unidos. Se había hecho a la independencia que allí tenía, y la echaba de menos. Tal vez más adelante sentiría nostalgia y querría volver por una temporada más larga a Irlanda, pero de momento quería seguir saboreando la libertad que había encontrado al otro lado del océano.


Pedro se empeñó en acompañarla al aeropuerto en Dublín, y se anunció un retraso del vuelo, con lo que pudieron sentarse a charlar en una cafetería otro rato más antes de que ella se marchara.


Pedro no hacía más que bromear y contarle chistes de turistas, pero Paula, aunque sonreía, por dentro no se sentía tan dispuesta a irse como minutos atrás. Su amigo, conociéndola tan bien como la conocía, lo advirtió al momento, y le dijo:
—Oh, venga, Chaves, ¿por qué no nos ahorras a todos y a ti misma el mal trago y te quedas?


Pedro… No empieces otra vez.


—No puedo evitarlo —respondió él, mirándola a los ojos. A Paula la sorprendió ver que sus mejillas se habían teñido de un ligero rubor, y más aún la confesión que le hizo a renglón seguido—: Te echo tanto de menos cada vez que te vas…


La joven pestañeó, como incrédula, y Pedro se rió suavemente.


—¿Qué?, ¿acaso pensabas que no te echaba de menos?


Paula se encogió de hombros.


—Bueno, supongo que nunca lo había pensado.


—Vaya, muchas gracias: eso debe de ser porque tú no me echas de menos cuando estás en América.


—No seas tonto —farfulló ella, sintiéndose mal—. Claro que te echo de menos. Lo que pasa es que… bueno, no sé, sé que estás aquí, no por ahí arriesgando tu vida, y eso me tranquiliza.


Pedro esbozó una débil sonrisa y la miró pensativo.


—No importa cuánto tiempo estés fuera. Sé que un día regresarás para quedarte, y yo estaré aquí, Chaves. Recuérdalo.


En ese momento anunciaron por los altavoces la llegada del avión de Paula, y los dos se levantaron en silencio, tomando el equipaje y llevándolo a facturar. Cuando todo estuvo listo para su embarque, la joven se volvió hacia su amigo para mirarlo, y se dio cuenta de que no podía siquiera alzar la vista. Se le había hecho un nudo en la garganta, tenía los ojos llenos de lágrimas y se notaba el pecho tirante.


Pedro observó la cabeza gacha de Paula, y con un profundo suspiro la tomó por la barbilla para que lo mirara a los ojos.


—Paula…


La joven se echó en sus brazos sin pensarlo, y lo abrazó con fuerza. Era como si las palabras se le hubiesen quedado atascadas en la garganta, porque era incapaz de pronunciar una sola.


—No te vayas, Paula, quédate —le suplicó Pedro en un susurro.


—No puedo —musitó una vocecita que no parecía la de su amiga—, tengo que irme.


—No sé cuánto más aguantaré seguir teniendo que decirte adiós.


Paula sollozó.


—Todavía no ha llegado el momento de quedarme aquí, Pedro.


—¿Y cuándo llegará? —murmuró él con la voz entrecortada por la emoción.


—Lo sabré —balbució Paula—, cuando llegue el momento lo sabré, porque entonces no querré volver a irme.


Y, diciendo eso, se apartó de él y se dirigió a la puerta de embarque, sin mirar atrás, porque de hacerlo no habría podido subir al avión.






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