lunes, 27 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 26




—Tenemos que hablar, Paula.


La joven se dio la vuelta al oír la voz de Kieran, y esbozó una sonrisa irónica.


—Desde que llegaste me he estado preguntando cuánto tardaría en escuchar esas palabras.


Kieran la había encontrado en su lugar favorito, el lugar al que iba a pensar, bajo unos árboles, junto a la orilla del lago. 


Se acercó, y se sentó a su lado en el suelo.


—Te he echado mucho de menos —murmuró—. ¿Por qué no has venido a verme? Ya hace meses que volviste de Estados Unidos.


Paula lo miró a los ojos.


—Bueno, podría decirte lo mismo.


—Es cierto —admitió él—. Supongo que podría echarle la culpa al trabajo, o a que paso casi todo mi tiempo libre con Nieves, pero en el fondo solo serían excusas, ¿verdad? —añadió. Se inclinó hacia ella y le susurró—. ¿Y si dijera simplemente que lo siento, y que debería haber venido a verte?


Paula sonrió.


—Bueno, creo que aceptaría la disculpa y te perdonaría.


Kieran sonrió también.


—Es una de las cosas que siempre me gustaron de ti. Lo comprensiva que eras.


La joven frunció los labios.


—Sí, bueno, excepto en algunas cosas que no te podía pasar —dijo girando la cabeza hacia la superficie brillante del lago—. Por cierto, si aún no lo he dicho, me alegro mucho por Nieves y por ti.


—¿De veras?


Paula volvió el rostro hacia él y lo miró a los ojos.


—El que lo nuestro no funcionara no significa que haya dejado de importarme tu felicidad —le dijo—. Sí, claro que me alegro. Nieves es encantadora.


Kieran bajó la cabeza.


—Sí que lo es.


—Pero…


—¿Cómo sabías que había un «pero»? —inquirió él alzando la cabeza sorprendido.


Paula dejó escapar unas risas algo ásperas.


—Porque te conozco, Kieran, mejor que nadie.


Él se rascó la barbilla, como incómodo por el modo en que podía leer sus pensamientos, y al cabo de un rato prosiguió:
—Bueno, no sé, tal vez sea el volver a estar aquí, donde Pedro, tú y yo lo pasamos tan bien… Fueron buenos tiempos.


—Es verdad —asintió ella con una sonrisa sincera.


—O, no sé, quizá sea cuando os observo a Pedro y a ti…


El estómago de Paula dio un vuelco. ¿Sospechaba algo?


—Creo que es envidia —continuó Kieran—. Os veo a los dos, y parece que os divertís tanto como en nuestros años de universidad, todo el tiempo bromeando y picándoos el uno con el otro. Me parece que echo de menos eso.


—Kieran, no podemos seguir eternamente como hace diez años.


Él pareció sentirse irritado ante sus palabras, como si hubiera tocado un punto sensible.


—Lo comprendo, pero… me gustaría recuperar al menos un poco de la felicidad que nos envolvía entonces. Estábamos tan bien juntos, Paula, tú y yo…


Aquello estaba tomando un cariz que no le gustaba a la joven.


—Escucha, Kieran, es natural que tengas dudas ante la idea de casarte, es un paso muy importante, pero cuando amas a alguien lo suficiente como para proponerle matrimonio…


—A ti te lo propuse una vez.


Paula sintió una punzada en el pecho. Era increíble cómo podía afectarla aún, pero de aquello hacía ya muchos años, y la chiquilla que se había enamorado de él no era la misma que había regresado a su país después de una huida de seis años, igual que él ya no era el mismo Kieran del que ella se había enamorado.


No, ella había crecido, había aprendido de sus errores, y había seguido adelante. Sin embargo, aquel capítulo de su vida jamás se había cerrado del todo, tal vez porque, antes incluso de averiguar que él la estaba engañando, había empezado a tener dudas acerca de su relación, de si lo amaba de verdad. Hasta entonces, había estado culpándose a sí misma por el distanciamiento entre ellos, y después también, con pensamientos paranoides sobre si ella no había sido suficiente para él y eso lo había empujado a los brazos de las otras. La sola idea la enfureció en ese instante.


—Aquello fue diferente —contestó.


A Kieran lo pilló desprevenido la frialdad de su tono.


—¿Lo fue?


—Óyeme bien, Kieran, si tienes miedo de que Nieves te abandone como te abandoné yo, no debes tenerlo, a menos que seas tan idiota como para fastidiarlo otra vez, y espero que no sea así, porque Nieves te ama en el sentido de «hasta que la muerte nos separe», ¿comprendes? Tienes que valorar eso en lo que vale. Te quiere por lo que eres ahora, no por la persona que fuiste hace años.


—¿Y tú?


Paula suspiró.


—Kieran…


—Si no te hubiera engañado, ¿habrías seguido a mi lado?


—Kieran, no me hagas esto…


—Necesito saberlo, Paula —insistió él repasándose la mano por el cabello—. Necesito asegurarme de que no hay una segunda oportunidad para nosotros antes de dar el salto que voy a dar.


Paula se quedó mirándola boquiabierta.


—Ya has dado ese salto, Kieran. ¡Por amor de Dios, estás comprometido con Nieves!


—Sí, pero necesito saberlo antes de seguir adelante.


—Kieran, basta, déjalo ya, deja tranquilo el pasado. ¿No es suficiente milagro que aún sigamos hablándonos que sigamos siendo amigos? Tú sigues importándome, porque lo que hiciste no ha hecho que eso cambie, y a mí también me entristece que lo nuestro no funcionara, pero eso pertenece al pasado, y está acabado.


—¿Y cómo explicas que desde entonces no hayas tenido otra relación desde que cortamos? ¿No te lo has planteado nunca?


Si él supiera…


—Eso no es asunto tuyo.


—Sí lo es si significa que tal vez haya esperanzas para nosotros. ¿Y si resulta que estamos hechos el uno para el otro a pesar de todo, Paula? Podríamos estar tirando por el desagüe la felicidad de toda una vida sin saberlo.


La joven no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.


 ¿Cómo podía pensar siquiera esas cosas? Obviamente Kieran no solo no había superado su ruptura, sino que daba la impresión de que hubiera seguido pensando en ellos todo aquel tiempo. Paula quería ir a casa, meterse en la cama y taparse la cabeza. Se sentía incapaz de manejar aquello, sobre todo con lo que estaba ocurriendo entre Pedro y ella.


Se llevó una mano a la sien, desesperada. ¿Cómo podría seguir ocultándole a Kieran ese secreto a voces?, ¿y cómo podría contarle a Pedro lo que Kieran le había dicho?


Kieran había extendido el brazo y le había tomado la otra mano.


—Paula, por favor, piénsalo al menos… Piensa en lo felices que seríamos… Como en los viejos tiempos, los tres mosqueteros, ¿recuerdas?


No por mucho tiempo, se dijo la joven mirándolo espantada, no si tenía que terminar pidiéndole a Pedro que eligiera entre ella y su amistad con Kieran.


—No puedo, Kieran, no sería justo para…


Pero él no le soltó la mano.


—Solo piénsalo, Paula. Podríamos poder retomar nuestra vida juntos…


—¡No!


La joven se apartó de él con violencia, se puso de pie, y volvió a hacer lo mismo que había hecho seis años atrás: salir corriendo.


Aquello era demasiado. Los sentimientos que estaban surgiendo entre Pedro y ella eran demasiado frágiles como para ponerlos a prueba. Odiaba a Kieran, lo odiaba con toda su alma por hacer las cosas todavía más difíciles.





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