miércoles, 18 de enero de 2017
UN SECRETO: CAPITULO 7
Paula le dio un bocado a una galleta que había agarrado de una de las bandejas que los camareros estaban haciendo circular entre los allí reunidos. Y no tuvo nada que lamentar.
No se le revolvió el estómago, por lo que dio otro mordisco más.
Pedro se había marchado hacía unos minutos para hablar con Garth Buick y en aquel momento estaba en el extremo opuesto de la habitación charlando con un grupo de hombres. No cabía duda de que él no quería que lo vieran demasiado tiempo con ella… por si provocaba especulaciones indeseadas y más cotilleo.
La creencia que había tenido ella de que era necesario terminar su relación con él aquella misma noche había comenzado a flaquear. Había sido un día terrible para él, sobre todo por lo que le había contado de la muerte de su hermano.
Quizá debiera esperar una semana más. Después de todo, cuando había descubierto que estaba embarazada, en un principio había planeado romper con él después de Año Nuevo. Ya lo había retrasado una vez… por el accidente de su padre. Así que se preguntó por qué no demorarlo de nuevo. Pedro pasaba mucho tiempo en el trabajo y muy poco en casa, por lo que era improbable que notara los cambios en su rutina y en su cuerpo.
Se dio la vuelta, decidida a no dejar que nadie intuyera su conexión con él. A poca distancia vio a Dani Hammond, prima de Pedro y una prometedora diseñadora de joyas. Su trabajo se iba a exponer a finales de aquel mes.
—¿Paula?
Sobresaltada, Paula se dio la vuelta y vio a Briana Davenport, una de las modelos más famosas de Australia y el rostro de Alfonso Diamonds. La hermana
de Briana, Marise, había fallecido en el accidente de avión junto a Enrique, el piloto, el copiloto, el asistente de cabina y el abogado del señor Blackstone, Ian Van Dyke. Una tragedia terrible. Aquel día Briana no tenía nada que ver con la glamurosa persona que aparecía adornando vallas publicitarias y dobles páginas en el Vogue Australia. Aunque iba vestida con un precioso vestido negro muy elegante, parecía pálida y cansada, tenía los ojos rojos de llorar y llevaba su precioso pelo marrón dorado peinado en un tirante moño.
—Cariño, ¿cómo lo estás llevando? —preguntó Paula.
Briana era una de las mejores amigas que había hecho desde que había llegado a Sidney. Se habían conocido por el trabajo y su amistad había crecido desde entonces. No se veían mucho debido a la ajetreada agenda laboral de la modelo.
Briana sonrió lánguidamente.
—Dos funerales en menos de un mes es duro. Aunque Marise y yo no estábamos muy unidas, rompo a llorar en cualquier momento.
—Es comprensible. No seas muy dura contigo misma —dijo Paula, acariciando el brazo de su amiga.
Afortunadamente, Briana no sabía, en realidad muy pocos lo sabían, que ella debía haber estado en aquel avión con Enrique. Ella también debía haber muerto. Debía haber sido enterrada, en vez de estar allí de pie dándole ánimos a Briana. Se estremeció al pensar en ello.
Había tenido mucha suerte.
Si no hubiera sido por lo detestable que había sido Enrique, ella estaría muerta. Jamás habría pensado que estaría agradecida por ello.
—¿Sabes qué es lo peor?
Las palabras de Briana hicieron que Paula volviera a la realidad.
—¿Qué?
—La gente está diciendo que Marise era la amante de Enrique. Es repugnante; él era más de treinta años mayor que ella —contestó la modelo, a quien se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Ignóralo —le aconsejó Paula.
Decidió no disgustar más a su amiga comentándole la conocida afición de Enrique Alfonso por las mujeres más jóvenes que él.
—Lo olvidarán. La prensa encontrará pronto un nuevo escándalo… y entonces dejarán en paz a los Alfonso. No hay pruebas que demuestren ese insidioso rumor.
—¿No lo has oído? —preguntó Briana, mirando a Paula de manera extraña.
—¿Oír el qué?
—En la lectura del testamento…
—¿Qué pasa con la lectura del testamento?
—Marise heredó una suma de dinero astronómica.
Pedro no lo había mencionado y Paula pensó en cuánto le costaba que le contara las cosas. Se preguntó si ella no sería lo suficientemente importante para él como para que le confiara lo que ocurría en su vida.
Aquello sólo corroboraba que romper con él era la decisión correcta. Su relación no tenía futuro y tenía que terminarla… cuanto antes.
—Marise también obtuvo la colección de joyas de Úrsula. Claro que ahora que está muerta no significa nada —comentó Briana con el dolor reflejado en los ojos.
¡Pobre Karen! Las joyas de su madre habían sido legadas a una extraña.
—No, no había oído nada de eso.
—Y el hijo de Marise, Blake, ha heredado un fondo de inversiones. La gente está especulando con que mi sobrino es hijo ilegítimo de Enrique Alfonso.
—¡Oh, Dios mío! Si eso es cierto, Mateo Hammond va a odiar aún más a los Alfonso a partir de ahora. Y significaría que el niño sería…
—Hermano de Pedro—dijo Briana—. Es terrible. Los periódicos no van a parar de hablar de ello en cuanto se enteren.
—Oh, no —Paula sabía que Briana tenía razón.
Aquello no les daría a los Alfonso la privacidad que tanto necesitaban en aquel momento de duelo.
—Pobre Karen. Pobre Pedro. Y pobre Mateo Hammond —comentó Paula.
Si Marise había engañado a su marido con Enrique y Mateo veía cómo Karen regresaba a Alfonso Diamonds y abandonaba su trabajo en la casa Hammond… ¿era tan extraño que el hombre estuviera enfadado?
—Shh, Pedro se está acercando para saludar —le advirtió Briana, secándose las lágrimas de los ojos. Se forzó en sonreír y levantó la cara para darle a él un breve y educado beso en la mejilla—. Siento mucho lo de tu padre.
—Gracias —contestó Pedro sin mirar a Paula—. ¿Puedo traeros algo de beber, señoritas? ¿Café? Incluso hay champán. Algunas personas están celebrando el fallecimiento de mi padre.
—Yo necesito algo fuerte —dijo Briana entre dientes—. Para que me ayude a aliviar mis penas —entonces esbozó una expresión de horror—. Pedro, no he querido decir eso; ha sido espantoso.
—No te preocupes —la tranquilizó él, dándole unas palmaditas en el hombro—. Todo el mundo tiene mucho cuidado estos días con lo que dicen delante de mí y me alivia oír algo más normal. Yo voy a tomar un jerez, ¿por qué no me acompañas?
—Gracias —Briana suspiró, aliviada—. Creo que lo haré.
—¿Paula? —preguntó Ryan, que por fin la miró y sonrió educadamente—. ¿Qué te gustaría tomar?
—Tomaré una taza de té, gracias —contestó ella, sonriendo a su vez cortésmente. Pero por dentro estaba consumiéndose por la fría distancia que estaba empleando él.
—¿Té? ¿Con este calor? ¿Estás segura?
Ella asintió con la cabeza.
—Sí —insistió, conteniendo las ganas de decirle que él sabía cómo le gustaba—. Sin azúcar, por favor.
Ambas mujeres lo observaron mientras él se alejaba y se mezclaba entre la gente que había allí reunida para buscar un camarero.
—Es tan guapo… —comentó Briana—. No me puedo creer que no esté casado… o por lo menos comprometido.
Paula deseó que su amiga supiera lo suyo con Pedro. Pero él había dejado muy claro que su relación debía ser secreta, por lo que trató de cambiar de tema.
—¿Se parece en algo Blake a Enrique? —preguntó.
—Pau, no me digas que piensas…
—No sé lo que pienso —se sinceró Paula—. Pero mucha gente va a tratar de buscar un parecido.
Briana frunció el ceño.
—No estoy segura. Blake tiene el pelo oscuro… y una sonrisa preciosa. Tendré que mirar las fotografías que hay en casa. No lo veo muy frecuentemente, ya que vive en Auckland y yo paso mucho tiempo trabajando en el extranjero. Pobre chiquitín. No tendrá una madre, pero quizá yo pueda tener algún papel en su vida. Debo hablar con Mateo para poder ir a visitarlo más frecuentemente.
—Estoy segura de que Mateo apreciará tu ayuda —comentó Paula, que no pudo evitar pensar en Pedro.
Si el rumor resultaba ser cierto… ¿cómo lo afectaría a él la existencia de otro hermano? Blake era un niño, pero estaba bajo la custodia de Mateo Hammond, hombre que había dejado clara su intención de destruir a los Alfonso.
Se les acercó un camarero y Briana agarró su vaso de jerez mientras Paula hizo lo propio con su taza de té.
—Mira —dijo Briana, inclinando la cabeza hacia un grupo de tres mujeres que estaba dirigiéndoles frecuentes miradas, tras lo cual cuchicheaban entre ellas—. Están hablando de mí. De Marise. Odio todo esto.
Paula le dirigió una dura mirada al grupo de mujeres. Éstas fingieron estar desconcertadas y se alejaron.
—Quizá sólo estén admirándote, cariño.
—No, les he oído decir el nombre de mi hermana —explicó Briana, que parecía muy disgustada. Dejó su copa de jerez sobre una mesa cercana.
Paula hizo lo mismo con su taza de té.
—¡Cotillas! —dijo, mirando al grupo de mujeres—. ¿No se dan cuenta de que es de tu hermana de quien están hablando?
—Nunca tuvimos una relación tan cercana como a mí me habría gustado —le confió Briana.
Paula no había conocido a Marise, pero había oído en la oficina que era una auténtica devoradora de hombres. Los rumores decían que había atrapado a Mateo Hammond al quedarse embarazada.
—Quizá Marise no fuera muy buena amiga de las mujeres —comentó.
—Tampoco era muy buena hermana. Jamás llegué a comprenderla —contestó Briana, mirando a su alrededor y bajando la voz—. Hace un tiempo, cuando estuvo aquí para el funeral de nuestra madre, me pidió si podía dejar algo en la caja fuerte de mi apartamento. Yo dije que sí. El otro día miré y descubrí que había dejado unas piedras.
—¿Qué clase de piedras?
—No lo sé. Son rosas. Le dije a Matro que había encontrado algunas joyas de Marise y me dijo que debía quedármelas. ¿Pero cómo voy a hacer eso, Pau? —preguntó Briana, preocupada—. Quiero decir que si Mateo no las quiere, deberían ser para Blake. Incluso tal vez sean valiosas. ¿Y si son diamantes?
Paula frunció el ceño.
—¿Por qué no las llevas a tasar? Yo conozco un par de sitios que lo hacen —dijo. Entonces vio a Pedro hablando con su hermana—. Quinn Everard tiene una gran reputación, pero es un hombre muy ocupado. Stan Brownlee es también muy bueno.
—Te telefonearé esta semana a la tienda para que me des sus números —murmuró Briana.
—Claro —contestó Paula sin dejar de mirar a Pedro.
Incluso desde la distancia podía ver el afecto y el cariño que mostraba hacia su hermana. Deseó que sintiera lo mismo por ella. Aunque la mimaba y la consentía con regalos y joyas, nunca había sentido que él la necesitara. Ella no era más que su… amante.
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