miércoles, 25 de enero de 2017
UN SECRETO: CAPITULO 30
Durante la mañana, aunque estaba extremadamente ocupada, Paula no pudo dejar de pensar en la reacción de Pedro ante su anuncio de que estaba embarazada.
Había esperado que él se sintiera atrapado, ya que nunca había querido una familia. Ya tenía suficiente con sus obligaciones respecto a la empresa y a su propia familia.
Había esperado que se hubiera quedado muy impresionado.
Pero lo que no se había esperado había sido el aparente deseo de él de estar involucrado en la vida del bebé más allá de un apoyo financiero. El comentario que había hecho sobre la custodia compartida la había dejado extremadamente impresionada.
Pero teniendo la exposición tan cerca, apenas tenía tiempo para respirar y mucho menos para pensar en acuerdos sobre custodia. Tenía que arreglar los últimos detalles y habló frecuentemente por teléfono con Karen, con Holly, con los encargados del servicio de comida y de la seguridad del evento, así como con los propios diseñadores.
Un par de horas después, Karen estaba en una reunión y no podía responder llamadas telefónicas, por lo que Paula tuvo que hablar por teléfono con Pedro. Acordó ir a Miramare para elegir algunos de los cuadros de Enrique, cuadros que se iban a colgar en el vestíbulo para la exposición.
—Te veré en Miramare dentro de una hora —dijo Pedro sin mencionar el embarazo.
—No, no —lo último que quería ella era verlo de nuevo aquel mismo día. Necesitaba tiempo para pensar en su reacción—. Simplemente dile a Marcie que voy a ir.
—Yo estaré allí.
Entonces la llamada telefónica terminó.
Paula se sintió invadida por un sentimiento de aprensión al aparcar el coche delante de la mansión de los Alfonso por segunda vez aquella semana. Tenía calor, estaba irritada y no se encontraba bien.
Y, por supuesto, Pedro tenía un aspecto estupendo. Estaba muy bien peinado y no tenía señales de sudor.
Se acercó a él y de nuevo se sintió impresionada ante la belleza de aquella casa. Entraron al salón principal, donde ella eligió dos cuadros de pintura moderna que irían muy bien con el espíritu de la exposición. Pedro prometió que se los mandaría.
En otro de los salones, un gran cuadro de la familia pintado al óleo dominaba una de las paredes. Paula se detuvo para admirarlo. Una joven y muy guapa Úrsula, vestida de blanco, estaba arrodillada sobre la hierba debajo de un roble. A su lado, de pie, había un niño pequeño, tal vez Dario, que abrazaba un osito de peluche. También había un cochecito de bebé con una pequeña dentro vestida de rosa.
Enrique estaba de pie detrás de la familia y en las praderas que los rodeaban había hermosos caballos. Era un cuadro que reflejaba una felicidad absoluta.
—Tú no estás ahí —comentó Jessica.
—Yo todavía no había nacido —contestó Pedro sin mirar el cuadro—. Mi madre estaba embarazada de mí en aquel momento.
Durante un momento, ella pensó que iba a decir algo sobre su propio embarazo, pero no fue así.
—Mira, ¿por qué no utilizas este cuadro de aquí para la exposición? —sugirió entonces él.
—Ahora voy a verlo —respondió Paula. Pero no se movió. Su atención estaba centrada en Úrsula Alfonso.
Vio la pequeña tripa que se podía ver debajo del vestido, que en realidad la ocultaba muy inteligentemente.
—Tu madre parecía muy feliz.
—Ese cuadro se pintó antes de la… desaparición de Dario. Después de aquello ella se deprimió mucho y cuando yo nací las cosas empeoraron aún más.
—Algunas mujeres se sienten bajas de ánimo cuando dan a luz —dijo Paula, que había leído sobre ello. De hecho, había leído todo lo que había podido sobre el embarazo y el parto.
—Su depresión provocó que se alejara de mi padre. Pero él estuvo siempre allí. Sólo después de que ella muriera comenzó a tener relaciones con otras mujeres.
—Tu padre nunca trajo aquí a sus amantes, ¿verdad?
—¿Qué?
—Tu padre mantuvo sus relaciones sentimentales en el trabajo, separadas de su familia.
—Si te refieres a que tuvo relaciones con secretarias, sí, así fue, mantuvo sus relaciones en el trabajo —contestó Pedro, mirando a Paula fijamente—. Aunque Marise no era estrictamente una secretaria…
—Hasta el funeral yo nunca había visitado Miramare; tú estabas siguiendo el patrón de conducta de tu padre. Jamás me habrías traído aquí mientras yo era tu amante.
—Pau…
—No querías que tu amante cruzara el umbral de la puerta.
—¡Estás equivocada! El hecho de que tú fueras mi amante no era la razón por la que no quería hacer pública nuestra relación. Era porque no quería seguir los pasos de mi padre… que se acostaba con el personal. Es algo que siempre me ha consternado.
—¿Se acostaba con el personal? —repitió ella.
—Dios, eso suena fatal. Me hace parecer un completo esnob. Y ésa no es la razón por la que estoy en contra de las relaciones en el trabajo. Crean problemas y son malas para la empresa.
—¿Entonces por qué tuviste una relación conmigo?
—Porque… —comenzó a decir —. Es demasiado difícil de explicar. Ni siquiera sé si yo mismo conozco la respuesta. Sólo sé que no fui capaz de resistirme a ti.
—Pero tienes unas ideas muy firmes sobre la clase de mujer con la que no te casarías. Una mujer como yo. Oí cómo le decías a tu hermana en el velatorio que no te casarías con una mujer como yo.
Pedro le agarró las manos.
—Paula, he sido un estúpido arrogante. Tú vales más…
—¿Valgo mucho como miembro del personal de Alfonso Diamonds?
—Sí —contestó él—. Pero eso no es todo. Significas mucho para mí como…
—¿Cómo amante?
—¡Sí! —respondió Pedro, que pareció muy aliviado.
—Pero nunca como esposa.
Él no contestó y sus ojos reflejaron unas sombras que hicieron imposible comprender lo que estaba pensando.
Suspirando, Paula se dio la vuelta y se dirigió hacia las puertas francesas. Se quedó mirando distraídamente cómo el sol se reflejaba en el mar y cómo la bahía parecía más azul que nunca.
—Cuando me quedé con mis padres durante las vacaciones de Navidad, le dije a mi madre que me estaba viendo con alguien. Ella siempre ha querido que yo me casara. Finalmente, el día de Año Nuevo, le dije que eras tú.
La madre de Paula había tenido sentimientos encontrados al respecto. Por una parte había estado emocionada, pero por otra había tenido miedo de que hicieran daño a su hija.
—¿Así que querías que te propusiera matrimonio para complacer a tu madre?
En ese momento Paula deseó no haber comenzado nunca aquella conversación. Abrió la puerta y Pedro la siguió.
Antes siquiera de darse cuenta, estaba al lado de la piscina.
—Mi madre dijo que un Alfonso jamás se casaría con alguien como yo. Y tenía razón.
—¿Qué le hizo pensar a tu madre que sabía cómo iba a reaccionar yo? —preguntó él, sacándose del bolsillo de su pantalón una cajita de terciopelo azul—. ¿Paula…?
—¡No! —espetó ella, cerrando los ojos.
No comprendía cómo había ocurrido aquello. No deseaba que él le propusiera matrimonio en aquel momento. Era demasiado tarde. Nunca estaría segura de por qué se casaba con ella. No podía ser por amor.
—¿Por qué no?
—No puedo. Mi madre tiene razón. Tú… yo… No funcionaría —contestó Paula, convencida de que él sólo estaba actuando por un impulso masculino debido al bebé.
—¿Ahora quién está siendo el esnob?
—No puedo —insistió ella, agitando la cabeza enérgicamente—. No quiero casarme con una copia de carbón de Enrique Alfonso. Yo quiero un marido, una familia… no un megalómano obsesionado con construir un imperio sin pensar en a quiénes perjudica al hacerlo.
Pedro se acercó a ella, pero Paula lo esquivó. Él se acercó aún más y, desesperada, ella lo empujó para mantenerlo alejado. No podría soportar sus besos, no en aquel momento.
—¡No te acerques!
Pedro cayó al agua, ya que no pudo mantener el equilibrio.
Cuando salió de la piscina, el agua le chorreaba por todas partes. Se quitó la chaqueta y se acercó al borde de la piscina. Allí se desabrochó la camisa y se despojó de ella.
Paula emitió un sonido ahogado y dirigió una furtiva mirada al desnudo torso. ¡Aquel hombre era guapísimo!
—¿Todavía tienes el anillo?
—¿Quieres volver a pensarlo?
—No, pero odiaría que lo perdieras —contestó ella. Pero pareció muy poco serio. Apartó la mirada del espléndido cuerpo de aquel hombre antes de decir algo más estúpido aún.
—Ni siquiera has visto lo que iba a ofrecerte.
—No puedo aceptarlo —insistió Paula, pensando que debía salir de allí lo antes posible antes de dejarse llevar por sus alocados impulsos. Tocarlo. Casarse con él. Hacer lo que quisiera Pedro… aunque sabía que no era lo que él había planeado hacer con su vida.
Se casaría con ella por razones equivocadas.
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