martes, 24 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 29





Paula recordó una y otra vez durante la noche lo que le había dicho Pedro: Mateo Hammond tenía que dar el primer paso.


A la mañana siguiente, al entrar en su despacho en la tienda Alfonso, agarró el teléfono antes de acobardarse. 


Pedro apreciaría lo que ella estaba a punto de hacer…


—Mateo Hammond, por favor.


Si Mateo acudía a la exposición sería un primer paso para terminar con la enemistad y quizá Pedro dejara de ser tan intransigente con sus exigencias de lo que era necesario para solucionar la situación… sobre todo si Karen podía convencerlo.


Casi se desmayó debido al alivio que sintió cuando le informaron de que Mateo estaba reunido.


Tratando de mantener la calma, dejó un mensaje pidiendo que por favor la telefoneara cuando pudiera. Pero al colgar el teléfono comenzó a temblar y se dio cuenta de que en realidad a Pedro no le gustaría su interferencia.


Entonces agarró el folleto de la exposición y vio el trabajo de los diseñadores que trabajaban para Alfonso Diamonds. 


Recordó las brillantes perlas que Mateo conseguía y pensó que Xander Safin sería la persona perfecta para hacer cobrar vida la idea que le estaba rondando por la cabeza.


La mañana pasó muy rápido. Ella estaba hablando con su madre por teléfono cuando Pedro entró en su despacho y se sentó a horcajadas en la silla que había delante del escritorio. Entonces le sonrió.


Fue una sonrisa llena de encanto y afecto que provocó que a ella se le acelerara el corazón. Entonces terminó la conversación con su madre, pero antes de que pudiera saludarlo el timbre del teléfono de su despacho requirió una respuesta.


—¿Señora Chaves? —dijo una profunda voz con un leve acento.


—¿Puedo devolverle la llamada dentro de un rato? 
 —preguntó ella, dirigiéndole a Pedro una cauta mirada.


—Me temo que voy a estar fuera durante todo el día de hoy y también mañana, así que no podríamos hablar hasta dentro de un par de días.


Paula contuvo las ganas de decir una palabrota. De todas las horas del día, ¿por qué tenía que haber elegido Mateo Hammond precisamente aquel momento para telefonear?


—Tengo una propuesta que hacerle. He oído que cultiva unas perlas increíbles.


—Eso me gustaría pensar —contestó Mateo Hammond con cierto toque de humor.


Paula pensó que quizá aquello no fuera a ser tan difícil como había pensado.


—Me gustaría ser honesta con usted. He estado buscando mucho para encontrar la clase de perlas que necesita Alfonso Diamonds —dijo, sintiendo una cierta tensión al otro lado de la línea. Pero se dijo a sí misma que quizá estuviera siendo demasiado susceptible—. Me gustaría utilizar las perlas de la casa Hammond para unos diseños que Xander Safin va a realizar para la colección de verano del próximo año.


—Supongo que esos diseños los venderán las tiendas Alfonso, ¿no es así?


—Sí, como parte de la nueva colección que se expondrá el año que viene.


—¿Está al corriente la dirección de su decisión, señora Chaves?


Paula miró a Pedro, que estaba agitando la cabeza e indicándole con señas que quería que terminara la llamada telefónica. No cabía duda de que sabía quién estaba al otro lado de la línea telefónica.


—No.


—Quizá primero debiera discutirlo con los directores, ya que tal vez encuentre que lo que propone no es aceptado.


—Primero tenía que saber que estaría dispuesto a suministrar existencias a Alfonso Diamonds. Esperaba que pudiéramos hablar más sobre el tema en la exposición —contestó Paula, sintiendo el pulso acelerado—. Asistirá a la exposición, ¿no es así?


—No, no asistiré —respondió Mateo Hammond tajantemente.


—Pero su hermano sí que va a asistir —se apresuró a decir ella.


Entonces volvió a mirar a Pedro, que estaba esbozando una sombría expresión. Pero no se dejó intimidar por aquello y se dijo a sí misma que estaba actuando por el propio bien de él, que algún día se lo agradecería.


—¿Javier? —preguntó Mateo con una leve incertidumbre—. ¿Javier va a asistir?


—Sí, se puso en contacto con Karen para que le enviara una invitación —contestó Paula, que no se atrevió a mirar a Pedro.


—Eso es asunto suyo —dijo Mateo—. Y… ¿señora Chaves?


—¿Sí? —respondió ella. Tuvo la sensación de que no le iba a gustar lo que iba a decir él.


—No pasará mucho tiempo hasta que todas las perlas que utilice Alfonso Diamonds provengan de la casa Hammond.


Tras colgar el teléfono después de haber oído aquella amenaza, Paula se percató de que le temblaban las manos. No sabía cuál de los dos hombres era más orgulloso, si Mateo o Pedro.


—Era Mateo Hammond, ¿verdad? ¿Lo has telefoneado tú primero? —preguntó Pedro, levantándose y poniéndose al lado de ella.


—¿Importa eso? No va a suministrarnos las perlas que necesitó para la próxima temporada, y tampoco va a asistir a la exposición —contestó Paula.


—Si yo no hubiera estado aquí sentado cuando recibiste la llamada, ¿me habrías dicho que te habías puesto en contacto con él?


—¿Para qué? Él se ha negado —dijo ella, invadida por una sensación de fracaso.


—Me habrías mentido al ocultarme la verdad… como ya has hecho antes.


—¿Cuándo? —preguntó Paula, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón.


—Nunca me dijiste que ibas a ir a Auckland en el avión de mi padre.


—Perdí el vuelo que me iba a llevar a Auckland y no vi la necesidad de hacértelo saber. Tú y yo no nos hablábamos, ¿recuerdas?


En aquella discusión Pedro le había dejado claras sus preferencias; en Navidades su familia era lo primero. Dos días antes de Año Nuevo ella había descubierto que estaba embarazada y su mundo se había vuelto del revés.


—No me gusta que guardes secretos, Paula.


El bebé. Ella apartó la mirada y se sintió invadida por un sentimiento de culpa y arrepentimiento.


—Mírame —ordenó él—. Quiero comenzar de nuevo… sin ocultar nada.


—¿Vas a convertirme en tu amante pública? —contestó ella con desagrado—. Creo que no, Pedro.


Despacio, él se acercó a Paula, que lo miró fijamente a los ojos. Cuando posó los labios sobre los de ella, ésta abrió la boca y lo besó con una gran emoción e intensidad.


Confundido, Pedro se echó hacia atrás.


—¿Me respondes así? Pero a la vez te niegas a ser mi amante, ¿qué es lo que quieres? —preguntó.


—Hace un par de meses un pequeño compromiso habría estado bien. Pero ahora no sé si eso es lo que realmente quieres o si estás actuando como crees que yo quiero que hagas.


—Quiero hacer pública nuestra relación —afirmó él.


—¿Por qué el gran detractor ha muerto?


—Esto no tiene nada que ver con mi padre —respondió Pedro, enfadado—. Todos saben que estoy en contra de las relaciones sentimentales en el trabajo.



Paula sabía que hacer pública su relación sería una enorme concesión por parte de Pedro. Pero ella quería más. No se conformaría con tener menos que su amor.


—Lo siento, Pedro. Eso ya no es suficiente.


—¿Es por el matrimonio? Porque yo no quiero…

 
—Tranquilízate. Esto no trata sobre el matrimonio. Es sobre mí. Yo no quiero ser tu amante, ni tampoco quiero casarme contigo.


Por lo menos no mientras las cosas estuvieran de aquella manera entre ellos, no mientras él no la amara. Y desde luego que no mientras ella le estuviera mintiendo.


—Estoy embarazada, Pedro —confesó, respirando profundamente.


Él se quedó mirándola, claramente impresionado.


—Y, antes de que preguntes, sí, es hijo tuyo.


—No iba a discutir eso —dijo él, frunciendo el ceño—. Cuando descubriste…


—Y no, no voy a trabajar una vez nazca el bebé.


—Tampoco te lo he pedido —la interrumpió Pedro con la irritación reflejada en la cara.


—Por lo menos no durante un tiempo —continuó diciendo Paula como si él no hubiera hablado—. Prepararé la exposición y después informaré de que me voy de la empresa. Vas a tener que encontrar a otra persona que dirija la tienda de Sidney. Yo renuncio.


—¡No puedes marcharte! —le espetó él—. Te encanta la tienda.


—El bebé será lo primero. No podré realizar bien un trabajo como el mío y al mismo tiempo ser madre soltera. Quiero pasar tiempo con mi hijo.


En ese momento Paula se dio cuenta de que era exactamente eso lo que quería; pasar tiempo con el bebé que Pedro y ella habían creado. Pero lo que no quería era pasar el resto de su vida con un hombre que no estaba nunca en casa.


—Ya lo tienes todo pensado —dijo él—. Lo tienes todo planeado —añadió, sin parecer muy entusiasmado—. ¿Y qué pasa conmigo? ¿Qué lugar ocupo yo en todo esto?


Las dudas comenzaron a apoderarse de ella. Pedro nunca había querido tener hijos, por lo que no comprendió por qué estaba tan triste.


—Tú siempre serás el padre de mi hijo, Pedro. Podrás ir a visitarlo cuando quieras.


Ella había elegido su futuro, así como sus prioridades, que eran demasiado distintas a las de él. Dudaba que fuera a verlo con frecuencia una vez naciera el niño, pero sabía que Pedro pondría a todo un equipo de abogados a trabajar en el caso para que el bebé y ella recibieran el apoyo económico que necesitaran.


—Y no te preocupes; buscaré ayuda por mí misma. Siempre he ahorrado mucho dinero y eso me permitirá tomarme el tiempo que necesite antes de tener que volver a trabajar.


—Yo contribuiré… ¿Y qué ocurriría si quiero la custodia compartida?


Paula se rió. No pudo evitarlo.


—¡Oh, Pedro! En tu apretada agenda no hay tiempo ni para un gato. ¿De dónde sacarías tiempo para un bebé?


Pedro tragó saliva y se dirigió a la puerta. Dejó claro con sus prisas su desesperación por escapar.


—Esto me ha causado una gran impresión. Necesito tiempo para pensar.







2 comentarios:

  1. Pero si será bobo Pedro, cómo que tiene que pensarlo???!!!!!

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  2. Jaja que tonto Pedro.. lo quiere pensar como si el bebé todavía no estuviese.. ya quiero leer los de hoy!!

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