miércoles, 25 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 31





—La cena estaba de rechupete, mamá. Gracias. 


Sara Chaves, que estaba metiendo los platos en el lavavajillas, se dio la vuelta y sonrió.


—¿De rechupete? Hacía años que no te oía utilizar esa expresión.


—¿Dónde puedo colocar esto? —preguntó Paula, sujetando varios platos en la mano


—Dámelos a mí, amor.


—Mamá… —comenzó a decir Pau—. Quería decirte que Pedro me ha pedido hoy que me case con él.


—¡Oh, Paula! Eso es mará…


—Le he dicho que no.


—¿Le has dicho que no? ¿Pero por qué? —quiso saber Sara Chaves, confundida—. Es tu sueño hecho realidad.


—No, mamá. En realidad, es tu sueño hecho realidad.


Sorprendida, su madre dio un pequeño grito.


—Yo sólo quería el amor de Pedro —añadió Paula—. Quería que él se sintiera orgulloso de proclamarlo al mundo y que no me mantuviera oculta como si yo fuera un sórdido secreto. Sin su amor, un anillo de compromiso, incluso con el mejor diamante Alfonso, no tiene valor.


—Pero tú lo amas, lo admitiste el día de Año Nuevo —comentó Sara, mirando a su hija.


—Si recuerdas, también te dije que todo era unilateral. Yo era la única que tenía aquellos sentimientos. E iba a volver para romper la relación.


—Pero no lo hiciste. Así que pensé…


—Porque sólo unas horas después el avión en el que viajaba el padre de Pedro desapareció.


—Quizá tu amor sea suficiente —insistió su madre, acercándose a ella.


—No, mamá. Nunca puede ser suficiente. Tú deberías saberlo.


Sara palideció y esbozó una mueca. Paula se sintió muy mal y le acarició el brazo para reconfortarla.


—Lo siento. No debí haber dicho eso.


—¿Qué no debías haber dicho el qué?


En ese momento oyeron el ruido de unas ruedas acercándose, señal de que Carlos Chaves entraba a la cocina.


—Hola, papá —saludó Paula.


—Voy a preparar té para todos —anunció su madre, apresurándose a entrar en la despensa.


—¿Quieres helado de vainilla? —le preguntó Paula a su padre, esbozando una forzada sonrisa.


—Quizá un poco más tarde —contestó Carlos con una atenta mirada—. No le estarás haciendo pasar un mal rato a tu madre, ¿verdad, Pau?


—Le he contado que Pedro Alfonso me ha pedido que me case con él y que yo me he negado


—Seguramente sea lo mejor.


—Tienes razón —concedió Paula, que no comprendía por qué le dolía tanto aquello—. Pero, papá, desearía haber dicho que sí.


—Ven aquí —dijo su padre, tendiéndole los brazos.


Paula aceptó complacida el abrazo de su padre y lo abrazó a su vez con torpeza. Olió el aftershave que su madre le compraba todas las Navidades… y humo de tabaco.


—Has estado fumando.


—Shh… no se lo digas a tu madre.


—Papá, no deberías tener secretos —lo reprendió Paula en voz baja.


Todo el humor desapareció de la situación cuando vio la expresión de la cara de su padre.


—Buen consejo, Paula. ¿Cuándo pretendes contarnos que estás embarazada?


—¿Embarazada? —dijo ella, sintiendo cómo se quedaba pálida.


—Sí. Estás embarazada de Pedro Alfonso


—¿Cómo te has enterado?


—Observando un poco. En el funeral te pusiste enferma y te has estado quejando de que sientes náuseas. No bebes café. Tu madre se comportó igual cuando estuvo embarazada de ti.


El sonido de porcelana chocando entre sí captó la atención de ambos y vieron a Sara salir de la despensa.


—¿Estás embarazada? —preguntó la señora Chaves, impresionada—. ¿Tiene tu padre razón? ¿Estás embarazada de un hijo de Pedro?


Paula asintió con la cabeza.


—¿Se lo has dicho a él? —quiso saber Sara.


—Sí.


—¿Por eso te pidió que te casaras con él?


—Quizá. Creo que sí. No lo sé. ¡Oh, mamá, estoy hecha un lío! —contestó Paula.


—Debería haber sabido que un Alfonso no te traería más que dolor.


—Ya he terminado mi relación con él.


—Tienes que dejar de trabajar en Alfonso Diamonds —dijo su madre, sentándose en una silla.


—He dimitido, pero voy a echar de menos mi trabajo.


Y a Pedro también. Insoportablemente.


Más tarde, cuando su madre la acompañó a la puerta para despedirla, le habló muy seriamente.


—Tu padre me ha perdonado, Paula. ¿Por qué no puedes hacerlo tú?


—¿Cómo pudiste dejar que Enrique Alfonso te sedujera?


—Es muy difícil de explicar. Enrique era tan persuasivo… Atractivo, exitoso, rico. Era viudo. Me apreciaba —contestó Sara, respirando profundamente—. Comenzó como un pequeño coqueteo…


—¿Con tu jefe? —dijo Paula, levantando una ceja.


—Yo era una empleada. Todo era tan duro por aquel entonces… Antes de darme cuenta, estaba en su cama —se sinceró su madre con la tristeza reflejada en los ojos—. Tu padre estaba de muy mal humor después del accidente. Tú tenías sólo diez años cuando ocurrió… cuando aquel coche cayó sobre él y le destrozó las piernas. Las cosas fueron muy difíciles. Sin mi trabajo, sin Enrique Alfonso, todo habría sido mucho peor. Enrique fue mi válvula de escape. Me dio un trabajo, me llevó a lugares que yo jamás había visitado, me compró ropa que yo no me podía permitir. Con él vislumbré otro mundo y me hizo sentir como una princesa.


—Pero estabas casada, mamá.


—Lo sé. Y le hice daño a tu padre. Pero peor todavía: tú lo descubriste y no te gustó nada. Tu desaprobación me hizo sentir muy culpable. Incluso casi me sentí aliviada cuando Enrique lo arregló todo para que fueras al Pymble Ladies' College y pagó tu estancia allí. Tu padre y yo jamás habríamos sido capaces de darte una educación tan estupenda.


Paula siempre había sospechado que Enrique la había querido apartar del camino mientras mantenía una aventura con su madre. A él no le había caído nada bien ella y había odiado cuando su madre la había llevado como acompañante en aquellas tardes de viernes en cafeterías apartadas. Pero claro, su madre le había hecho jurar que no diría nada de aquellos encuentros y ella se había sentido como una cómplice silenciosa.


Aunque lo peor había llegado cuando, al ser ella una quinceañera, había leído las notas y cartas que Enri le había escrito a su madre. Había encontrado la caja en la que Sara las había escondido en una estantería de su armario y las había leído todas. Algunas eran seductoras, incluso románticas. Y otras eran realmente aterradoras… como la nota que había mandado Enrique tras una falsa alarma de embarazo en la que dejaba claro que si su madre se quedaba embarazada iba a tener que abortar.


—¿Me perdonarás alguna vez? —preguntó la señora Chaves con la preocupación reflejada en la mirada.


Paula parpadeó para apartar la humedad de sus ojos.


—Oh, mamá, te perdono. Quizá porque en realidad lo comprendo mejor de lo que piensas. Yo he cometido el mismo error: me he enamorado de mi jefe. Pero he sido más estúpida de lo que jamás lo fuiste tú, porque me he quedado embarazada.


—Por lo menos tú no estás casada con otro hombre, un hombre herido que te necesita. Ni tampoco tienes una hija pequeña esperándote en casa mientras tú estás viéndote con tu amante. Por lo menos Pedro Alfonso se ha ofrecido a casarse contigo.


—Oh, mamá —dijo Paula.


Recordó cómo había odiado el enterarse del verdadero significado de los encuentros de su madre con Enrique y de la procedencia del dinero para pagar su elitista colegio para señoritas.


A pesar de su renuencia a mantener ningún tipo de relación con Enrique Alfonso, había aceptado el trabajo que él le había conseguido al cumplir diecisiete años, ya que suponía una válvula de escape para marcharse de Melbourne. La había aliviado alejarse de la extraña relación que compartían sus padres y tener independencia económica. Irónicamente, el tener a su hija alejada había conseguido que Sara recuperara la cordura y que rompiera su relación con Enrique, así como que abandonara su empleo. Pero Paula ya se había ido, por lo que no había estado allí para ayudar a su madre a recomponer su vida.


Puso una mano encima de la que su madre tenía sobre su brazo y le dio un apretón.


—Me comporté como una mocosa mimada, ¿verdad?


—Tenías todo el derecho; yo jamás debí tener ninguna aventura amorosa. Te puse en una situación imposible. Fuiste muy fiel a tu padre.


—Debió de haber sido difícil para ti.


—Lo fue. Pero Enrique me ofreció una válvula de escape, tiempo alejada de casa, tiempo durante el que podía fingir que el accidente de tu padre nunca había ocurrido.


—Oh, mamá, te quiero.


Sara esbozó una agridulce sonrisa.


—Los Alfonso son increíblemente ricos. Pedro siempre fue un joven encantador. Educado. Pero todo lo que quiero para ti es que encuentres a alguien que te quiera.


Paula abrazó a su madre.


—Con el amor que papá y tú sentís por mí… y el bebé, ¿por qué voy a necesitar un marido?



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