domingo, 22 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 21





—Ven a mí, Pau —dijo Pedro de pie al lado de la cama y con el deseo reflejado en la cara.


—No puedo —contestó ella, paralizada por el miedo. Si él la tacaba, tal vez nunca encontrara de nuevo el valor para marcharse. Se cruzó de brazos y observó cómo Pedro se acercaba a ella.


—Pues entonces actuemos ambos. Hagámoslo esta noche.


—¿Sólo esta noche?


Pedro vaciló, pero entonces asintió con la cabeza.


Paula se dijo a sí misma que podía hacerlo una noche. Dio un paso adelante, después otro… hasta que estuvo en sus brazos.


Él la abrazó y la pashmina que llevaba ella cayó al suelo. 


Entonces le acarició la espalda y Paula, en vez de resistirse ante aquella demostración de dominación, se sintió invadida por el deseo y emitió un pequeño gemido.


Pedro acercó los labios a su garganta y ella echó la cabeza hacia atrás. Sintió cómo una boca fuerte y hambrienta se posaba sobre sus labios y respondió con una pasión salvaje que jamás había mostrado antes.


Él gimió y le clavó los dedos en los brazos.


—Dios, esto está ocurriendo mucho más deprisa de lo que esperaba —dijo, echando hacia delante las caderas.


Paula fue consciente de lo excitado que estaba al sentir su dureza presionando su cuerpo. Recordó la vida que crecía en su útero y le resultó extrañamente erótico.


Pero ello le recordó que no estaba tan delgada como la última vez que había estado en su cama.


—La luz —gimoteó—. Apaga la luz.


—Quiero verte. Quiero recrearme la vista con tu desnudez.


—No —dijo ella, estremeciéndose.


Pedro se apartó y la miró a los ojos. Al alma.


—¿A qué se debe esta repentina vergüenza, Pau?


—No tengo vergüenza —contestó ella, hundiendo la cabeza en el hombro de él para esconder su expresión—. Pero no quiero que me veas.


—Pero ya he visto cada centímetro de tu cuerpo.


—Esta noche es… distinta —Paula sintió cómo le daba un vuelco el corazón.


—¿Por qué?


—Porque… porque ya no estamos juntos.


Se planteó qué ocurriría si le dijera la verdad. Pero de nuevo se dijo a sí misma que sería una locura y que lo que sucedería sería que él se marcharía. Pronto sería demasiado tarde para que él le sugiriera un aborto, lo que era su mayor temor dado el poder y la riqueza de los Alfonso. Sabía que Pedro no huiría de sus obligaciones económicas y que le mandaría un cheque todos los meses para la manutención del niño. Pero jamás volvería a tocarla.


Y ella había echado tanto de menos sus caricias…


Quizá no la amara, pero todavía la deseaba con la misma pasión que siempre había habido entre ellos. Aquella noche, sólo aquella noche, iba a ser suya. Y él de ella. Tenía que ser suficiente.


Pedro la soltó y ella sintió frío. Entonces la habitación se quedó a oscuras.


—Está bien. Si no puedo verte, te tocaré. Voy a acariciar cada centímetro de tu piel.


Paula comenzó a respirar agitadamente y él empezó a acariciarle la mejilla. Entonces subió la mano hacia su pelo y le quitó todas las horquillas con las que lo llevaba recogido.


Escalofríos de deseo le recorrieron el cuerpo a Pau, que sintió cómo le hervía la sangre en las venas.


Con la otra mano, Pedro le cubrió la mandíbula y le levantó la cara. Entonces le rozó los labios con los suyos empleando una extrema delicadeza. Le dio unos suaves besos que la incitaron a la vez que la provocaron. Ella separó los labios a modo de invitación. Quería más… lo quería a él.


Pero en vez de hacer el beso más profundo, Pedro le acarició los labios con la lengua y la volvió loca de placer.


Paula quería más. Más presión, más pasión… más placer.


—Bésame —susurró impaciente.


—Lo estoy haciendo —contestó él, levantando la cabeza.


—Bésame de verdad.


—¿Por qué no me enseñas cómo quieres que te bese? —la provocó él.


Paula vaciló. Si lo besaba, él se daría cuenta de cuánto lo deseaba todavía. Pero se dijo a sí misma que desearlo no significaba revelarle sus otros secretos. Como cuánto lo amaba y cuánto lo había echado de menos. Ni él iba a descubrir por ello lo del bebé.


Mientras la luz estuviera apagada…


—Está bien —dijo—. Pero primero tienes que quitarte esto —añadió, comenzando a quitarle la chaqueta.


—Lo que quieras —susurró Pedro.


Cuando terminó de quitarle la chaqueta, Paula la tiró sobre el sillón que había visto con anterioridad en la habitación. 


Entonces le acarició la espalda y se deleitó con la sensación de tocar los fuertes músculos de Pedro.


—¿Me vas a besar ya? —la incitó él, sintiendo cómo le vibraba el cuerpo debido a la tensión.


—Espera.


Entonces él suspiró en alto.


—¿Quieres que pare? —preguntó ella, apartando las manos de él.


—¡Pau, no me provoques!


—¿Provocarte? —dijo ella, sonriendo en la oscuridad—. ¿Es esto provocación?


Entonces acercó sus manos de nuevo a él y se detuvo en cuanto tocó la tela de su camisa. Con mucho cuidado de no tocarle la piel le desabrochó los botones…


—¡Me estás matando! —exclamó Pedro, gimiendo en alto.


Paula se apresuró a sacarle la camisa del pantalón.


—Maldita sea, bésame, tócame —exigió él.


—Tus deseos son órdenes, oh, mi amo —con gran calma, ella subió los dedos por el desnudo pecho de él hasta llegar a su corbata, que desató.


En ese momento le quitó la camisa, que cayó al suelo.


A continuación se dirigió a desabrocharle la bragueta. Una vez lo hubo hecho, le quitó los pantalones y los calzoncillos. 


Él estaba temblando y su cuerpo reflejaba una gran tensión.


—Ven aquí —le ordenó Pedro, abrazándola y tumbándola de nuevo en la cama—. Es mi turno para desnudarte.


—¿Te has fijado en la cabecera? —preguntó ella, susurrando—. Hay una especie de barra de madera en la parte superior. Quiero que te agarres a ella y que no te sueltes.


—Oye —objetó él—. El acuerdo era que no podía ver, pero mis manos serían mis ojos. Quiero tocarte por todas partes.


Precisamente aquello era lo que le preocupaba a Paula; quizá él encontrara curvas en su cuerpo donde antes no las había.


—Agárrate a la barra —susurró de manera más intensa.


—¿Y tú te burlas de mí llamándome «mi amo»? —comentó él, obedeciendo.


—Me resulta agradable tener el control para variar un poco —dijo Paula, sentándose a horcajadas sobre él—. No muevas las manos.


—Quiero ver esto —contestó Pedro, encendiendo la lamparita de noche. A continuación volvió a agarrarse a la barra—. ¿No te vas a quitar el vestido?


—¡No! —espetó ella, mirando la lamparita. Pero entonces abandonó su ansiedad y esbozó una pequeña sonrisa—. Nunca he hecho el amor contigo vestida y este vestido es tan bonito que me hace sentir como Cenicienta.


—Visto desde aquí, es extremadamente sexy.


Paula comenzó a acariciarlo, despacio, hasta que él se retorció de placer bajo sus manos.


Disfrutó de la sensación de tener a Pedro tumbado debajo de ella completamente desnudo. Cuando se percató de lo agitada que tenía él la respiración, se levantó levemente para sentarse de nuevo a continuación… penetrándose ella misma con el sexo de él. La dureza de Pedro se introdujo en la suavidad de su cuerpo y el calor que desprendía la derritió.


La sensación fue increíble. Estaba muy excitada y se levantó para volverse a penetrar de nuevo con la erección de él, que estaba jadeando en alto.


—No puedo aguantar más.


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro soltó la barra y la agarró por las caderas. La abrazó y la atrajo hacia sí mientras le hacía el amor desesperadamente.


—Quiero tenerte aún más cerca —dijo con la voz ronca—. Maldita sea, esto es estupendo.


Entonces ambos se estremecieron y el placer se apoderó del cuerpo de Paula como calambres eléctricos. Durante un momento le impresionó la intensidad de su locura, la desvergonzada manera en la que se había hecho cargo de la situación.


Había disfrutado al ver que Pedro perdía el control… aunque sólo fuera por una noche.





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