sábado, 21 de enero de 2017
UN SECRETO: CAPITULO 20
El vestido que eligió Paula de entre los que le había mandado ZinZin era suave y femenino. El estilo cruzado que tenía le hacía sentirse muy cómoda ya que disimulaba su ensanchada cintura.
Los pliegues de la tela llegaban al suelo y tenía una mezcla de tonos asalmonados y color crema. Se arregló el pelo en un moño y se puso un par de pendientes de diamantes que Pedro le había regalado las Navidades anteriores. Sabía que tenía buen aspecto. Antes de dirigirse a la puerta agarró un pequeño bolso de fiesta y una pashmina que ZinZin había combinado con el vestido.
Pedro la estaba esperando en el vestíbulo del hotel. Llevaba puesta una chaqueta blanca y una corbata negra.
Durante un momento, tanta belleza masculina dejó a Paula sin aliento.
—Espero no haberte hecho esperar —dijo, acercándose a él.
—No, yo también me hospedo en este hotel.
—¿Aquí? ¿En el Ascot?
—Karen y Raul se están quedando en el apartamento y no hay suficiente espacio para los tres.
Paula pudo imaginarse que el reciente acercamiento entre Karen y Raul tal vez hiciera a Pedro sentirse como un intruso. El apartamento era un nidito de amor.
—¿Te estás hospedando aquí por la cena? —quiso saber Paula, diciéndose que él no podía haber sabido en qué hotel estaba ella.
—Vamos —dijo Pedro, apartando la vista y tendiéndole un brazo—. No queremos ser los últimos en llegar.
La cena de San Valentín se iba a celebrar en el salón de baile del Ascot, una enorme sala adornada con brillantes arañas de luces.
Se acercaron a la mesa Alfonso, donde Karen y Raul, Briana y Jake, así como varias personas que reconocía de la tienda Alfonso de Melbourne, estaban ya sentados.
—Ese vestido es impresionante, Pau —comentó Briana después de saludarlos—. Sabía que ZinZin encontraría algo perfecto para ti.
—Le aconsejaste muy bien.
—Esta noche pareces incluso… —Briana hizo una pausa— voluptuosa.
Paula emitió una pequeña risita, pero la aprensión se apoderó de ella. No podía permitirse que Briana adivinara…
—Creo que he ganado un poco de peso recientemente.
—Pues estás muy bien —le aseguró Briana—. Estás muy guapa.
—Yo también me he dado cuenta —terció Pedro—. Cada día estás más guapa, Pau.
Incluso Briana se quedó impresionada ante aquel comentario.
—¡Sois unos aduladores! —se apresuró a exclamar Paula.
—¿No estarás hablando de Pedro, verdad? —preguntó Karen, introduciéndose en la conversación—. Mi hermano nunca pierde el tiempo con halagos. ¿Qué ha dicho?
—No importa —contestó Paula, sintiendo cómo se ruborizaba—. ¿Podemos cambiar de asunto, por favor? —suplicó.
—He oído que predijiste que Diamond Lady iba a ganar —dijo entonces Karen—. Espero que hubieras apostado mucho por ella.
—Umm… no hice ninguna apuesta —contestó Paula, agradecida ante el cambio de tema.
—Pero todos los demás sí que lo hicimos —añadió Pedro, sonriendo a Paula.
Ella sintió cómo un cosquilleo le recorría la espina dorsal y apartó la vista.
Entonces Briana comenzó a hablar de lo que había ganado e hizo un comentario sobre los tiburones financieros. En ese momento Paula logró recordar algo…
Jake Vanee… un tiburón financiero. ¡Desde luego! Se preguntó cómo podía haberse olvidado de un nombre que aparecía tan frecuentemente en las páginas de economía.
Durante la cena continuó el animado debate sobre potras y predicciones de ganadores. Paula no habló mucho ya que estaba demasiado pendiente del hombre que tenía sentado al lado.
Cuando Pedro echó su silla hacia atrás, ella suspiró silenciosamente, aliviada. Sin duda iría a hablar con alguien y le daría un respiro de su agobiante presencia.
—¿Bailas? —preguntó Pedro de pie al lado de su silla y tendiéndole la mano.
Paula, que sabía que no tenía ninguna opción de negarse, se levantó a regañadientes.
En la pista de baile él la agarró estrechamente y ella se percató de las miradas especulativas de algunas de las parejas que bailaban a su lado.
—No deberíamos hacer esto.
—¿Por qué no? —preguntó Pedro, frunciendo el ceño.
—Todos pensarán que somos pareja.
—Quizá debiéramos serlo —contestó él, acercándola aún más a su cuerpo.
—¡No! —espetó ella—. Es muy tarde para eso. No quiero que la gente piense…
—No me importa lo que la gente piense. Lo que quiero es que seas feliz, así que si te hace infeliz estar tan cerca de mí, simplemente dímelo y te soltaré.
—¿Me soltarás? —preguntó ella, mirándolo a la cara—. ¿Quieres decir que dejarías de bailar y me permitirías regresar con los otros?
—Si eso es lo que quieres…
Por la determinación de su voz, Paula supo que lo haría, así como también supo que probablemente jamás le volvería a pedir que bailara con él. Pero ello implicaba que nunca volvería a estar tan cerca de él y no sabía si podría soportarlo.
Así que en vez de apartarse se quedó entre sus brazos, tan cerca de él que pudo oír el latir de su corazón contra su mejilla.
—Hueles tan bien… —murmuró Pedro, hundiendo la cara en su pelo y acariciándole la espalda—. Y eres tan suave…
A Paula le recorrieron el cuerpo pequeños escalofríos y se preguntó si él la habría echado de menos. Pero eso sería esperar demasiado.
Incluso si lo hubiera hecho, ¿qué cambiaría? Pedro no deseaba una esposa ni una familia. Y ella no quería un hombre dedicado enteramente a sus negocios, como lo era él, sino un hombre que pasara tiempo con ella y que quisiera ver a su hijo crecer. No quería un hombre lleno de ambición y deseos de poder. Si tenía que ser sincera, quería un hombre que la deseara más que a nada en el mundo.
Y ese hombre nunca podría ser Pedro… aunque parecía haber sido creada para él.
Mientras bailaban, él le colocó una mano en la cadera y ella sintió cómo se estremecía.
Había echado de menos aquella proximidad, estar acurrucada contra él en medio de la noche, oírle decir su nombre, verlo sentado al otro lado de la mesa mientras desayunaban. Lo había echado de menos.
Sin pensarlo, lo abrazó aún más estrechamente. La calidez de su cuerpo y la leve fragancia del caro aftershave que llevaba embriagaron sus sentidos.
Cuando la canción terminó, él continuó abrazándola durante un momento. Entonces la soltó.
Un profundo vacío se apoderó de ella y sintió una dolorosa soledad.
—Ven —ordenó él, poniéndole un brazo por encima de los hombros y guiándola a la mesa donde estaban sentados Karen y Raul.
Pedro agarró el bolso y la pashmina de Paula.
—Voy a llevar a Paula a su habitación —declaró—. Despedidnos de Briana y de Jake.
Karen se quedó impresionada, pero enseguida sonrió.
Paula se planteó objetar ante aquella actitud prepotente de Pedro. Pero con sólo mirarlo a los ojos sus intenciones se disiparon.
Una vez salieron de la sala de baile, se dio cuenta del silencio que se creó entre ambos, silencio que se hizo más pronunciado cuando entraron al ascensor.
—¿En qué piso estás? —le preguntó entonces Pedro.
Ella le contestó.
El silencio volvió a apoderarse de la situación. Paula se quedó mirando el panel de control del ascensor. Cuando por fin llegaron a su piso, ambos salieron al pasillo.
—Te acompañaré a tu habitación.
—No es necesario —dijo ella con voz ahogada. No se atrevió a mirarlo.
Pero él no le hizo caso y comenzó a andar a su lado por el pasillo.
Cuando llegaron a su habitación, Paula se detuvo y buscó en su bolso la tarjeta de acceso, consciente de lo acelerado que tenía el corazón.
—Invítame a entrar, Pau.
Ella lo miró y vio la pasión reflejada en sus ojos…
—Sí —susurró.
—Bien —dijo él, tomando la tarjeta de la temblorosa mano de ella.
Abrió la puerta y ambos entraron al dormitorio.
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Ayyyyyy, pobre Pau, cómo está sufriendo. Lo ama demasiado!!!!
ResponderBorrarQue lindooo!! Pero que va a pasar cuando le diga del bebé!!!
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