sábado, 21 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 16




Paula se percató de que los días habían pasado muy rápido. 


Estaba muy ocupada y en la tienda no paraban de entrar clientes. Y a ello había que sumarle que estaba prestando su ayuda para la organización de la exposición de joyería. Cada noche regresaba a su apartamento completamente destrozada.


Cuando el viernes por la mañana entró en la tienda en espera de otro largo día laboral antes del fin de semana, le sorprendió encontrarse a Pedro en su despacho con una taza de café entre las manos. Parecía muy cómodo y relajado en sus dominios. Pero Paula se sintió acosada y levemente enferma al oler el café.


Al verla entrar, Pedro se levantó.


—No te molestes en levantarte —dijo ella, sentándose en la silla que había detrás del escritorio.


Paula acababa de tener una cita con su médico. Le había mencionado lo cansada que estaba y éste le había aumentado la dosis de hierro que debía tomar. Cuando el doctor Waite le había dicho que los mareos comenzarían a desaparecer ya que se encontraba en el segundo trimestre del embarazo, ella había sentido ganas de besar al hombre en gratitud. Pero también le había dicho que quizá pudiera estar un poco distraída durante el trimestre en el que entraba. Ella había querido gritar al recordar todo el trabajo que tenía por delante. No podía permitirse estar en tal estado.


Cuando Pedro se hubo sentado de nuevo, ella se centró en su ordenador.


—No recuerdo que tuviéramos una cita —dijo educadamente.


—No la teníamos —contestó él, dando un sorbo a su café y examinándola con sus ojos verdes—. Pero quería decirte antes de que te lo dijera otra persona que voy a trasladar aquí mi despacho durante las próximas semanas para preparar la exposición de joyas.


—¿Aquí? ¿Vas a trabajar aquí? —preguntó Paula, sintiendo cómo se le agarrotaba el corazón.


Pedro asintió con la cabeza.


—Piénsalo. Tiene mucho sentido.


—Pero Karen también está involucrada en el proyecto y trabaja desde las oficinas centrales —contestó Pau, preguntándose por qué demonios tenía que trasladar él su despacho.


—Karen sólo se encarga de la publicidad. Holly McLeod y un par de personas más que trabajan con ella tienen sus despachos en Pitt Street, así que no sería buena idea que mi hermana se trasladara aquí abajo —explicó él, dando otro
sorbo a su café—. Pero yo quiero estar donde se mueve todo, en el lugar donde se celebrará la exposición, donde se exponen nuestras joyas y donde estarán los clientes.


—¿Pero dónde te vas a sentar? —preguntó ella, que trató de mostrarse calmada aunque por dentro estaba horrorizada—. Querrás algún lugar tranquilo donde puedas trabajar. Aquí la mayor parte del espacio está tomado por el salón de exposiciones, un par de salas de citas, que están siendo muy utilizadas, los sótanos y los almacenes. No puedes utilizar la cantina de los empleados —añadió sin importarle si no parecía muy amable.


No quería tener a Pedro todo el día a su alrededor… como un recordatorio permanente de todo lo que había perdido. 


Sería demasiado doloroso.


Y aumentaba las posibilidades de que descubriera que estaba embarazada.


—Encontraré algún lugar —contestó él, encogiéndose de hombros—. Hay una pequeña sala de juntas aquí al lado que podría utilizar.


—Pero los enchufes están demasiado alejados de la mesa como para que puedas utilizar tu ordenador portátil —dijo ella, que sabía que Pedro nunca se acordaba de cargar la batería de su ordenador—. Y tampoco hay conexión telefónica.


—Puedo utilizar mi teléfono móvil —aseguró él, mirando de reojo—. Tú tienes suficientes enchufes aquí como para crear una central de energía. Siempre puedo compartir tu despacho si necesito utilizar mi portátil.


¡Oh, no!


—Estaré fuera de la ciudad durante un tiempo y tú pasas mucho tiempo en los almacenes. Hay mucho espacio para ambos.


Horrorizada, Paula se quedó mirándolo. Había estado comiendo en su despacho con la puerta cerrada y los pies en alto para que no se le hincharan los tobillos debido al calor. Y había estado haciendo pequeñas pausas durante el día cuando el cansancio se apoderaba de ella. Con Pedro tan cerca, éste no tardaría mucho tiempo en comenzar a hacer preguntas.


—Haz lo que quieras. Tú eres el jefe —dijo, apartando la vista de él y centrándose en su ordenador.


—Voy a necesitar tu ayuda, Pau.


—¿Con qué? —preguntó ella, sintiendo el corazón dolido al oír el diminutivo de su nombre.


—Con la exposición de joyas —contestó Pedro. Entonces vaciló y habló solemnemente a continuación—. Hay personas que están murmurando que debíamos haber cancelado la exposición debido al fallecimiento de mi padre. Creo que son rumores creados por la competición y la prensa ha estado encantada de difundirlos. Yo quiero que la exposición sea un tributo para mi padre, que sea la mejor que jamás se haya hecho.


—Desde luego que te ayudaré —contestó ella, que no podía negarse. Entonces recordó algo por lo que había querido telefonearlo—. Me gustaría ir a buscar el resto de mis cosas durante el fin de semana. ¿Mañana sería conveniente? —preguntó pensando que, como todavía tenía llaves del ático, podría ir en un momento en el que él estuviera jugando al golf como hacía todos los sábados.


Se creó un tenso silencio que sólo rompió ella.


—¿O quizá sería mejor la semana que viene?


—La semana que viene no, porque estaré en Janderra durante unos días y no te podré ayudar a hacer las maletas.


—Pero ¿qué pasa con la competición? —quiso saber ella, sorprendida.


La competición anual de diamantes de San Valentín se iba a celebrar la semana siguiente en Melbourne. La tensión se apoderó de ella. El año anterior había pasado el día fingiendo no conocer a Pedro y la noche volviéndose loca en sus brazos.


—Sería una pena perdérselo —dijo, mirándolo.


—Estoy demasiado ocupado para ir a Melbourne. Si quieres, puedes pasar mañana a buscar tus cosas —contestó él, levantándose.


Entonces se marchó, llevándose consigo su taza vacía. 


Paula se sintió como despojada de algo. Se puso la mano sobre la tripa. En la consulta del médico había oído el latido del corazón del bebé. Había sido muy ruidoso, pero el doctor le había explicado que parte del ruido era su propio corazón sonando al mismo tiempo. Pero había hecho que todo fuera tan real, tan emocionante…


Lo que había faltado había sido que Pedro hubiera estado a su lado para compartir la alegría






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