sábado, 21 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 19






El verde esmeralda del hipódromo Flemington, en Melbourne, creaba un precioso contraste con la ropa que llevaban los jinetes.


—Preciosas, ¿verdad?


Al oír la voz de Pedro, Paula bajó sus binoculares.


Él iba vestido completamente de negro; camisa y traje negros combinados con unos elegantes zapatos italianos del mismo color. Estaba muy elegante, parecía peligroso… un Alfonso de los pies a la cabeza.


—No sabía si al final vendrías.


—No esperaba verte aquí —contestó ella, mirándolo a los ojos—. Dijiste…


—¿Qué iba a ir a Janderra? —dijo Pedro con satisfacción.


¡La había engañado a propósito! No podía creer que Pedro hubiera hecho eso.


—¿Qué potra te gusta? —preguntó él.


—No apuesto —contestó Paula.


—Ya lo sé. Pero el año pasado elegiste a la ganadora antes siquiera de que la carrera hubiera comenzado.


—Me sorprende que te dieras cuenta de ello —comentó ella, ya que durante los anteriores dos años apenas se habían mirado el uno al otro en las carreras. Absoluta discreción.


—Yo me doy cuenta de todo lo relacionado contigo —murmuró Pedro—. Incluso recuerdo el traje negro que llevaste el año pasado… y cómo te desaté el ceñido corsé después…


Paula no quería recordar los momentos vividos aquella noche durante la que habían compartido una botella de Taittinger en un jacuzzi.


Eran recuerdos demasiado seductores.


Y nada de eso ocurriría aquella noche, ya que donde iba a quedarse era en una habitación del lujoso hotel Ascot Gold. 


Sola.


Una preciosa potra pasó por delante de ella y pudo ver que el jinete llevaba estampado un largo diamante rosa en la parte delantera y trasera de su ropa. Era una potra Alfonso.


—¿Cómo se llama esa potra?


—Diamond Lady —contestó Pedro—. ¿Recuerdas cómo pasamos el día siguiente en la cama y que sólo nos levantamos por la tarde para comer?


—¡Paula… Pedro!


Paula dio un respingo, sorprendida. Le estaría eternamente agradecida a Briana por aquella oportuna interrupción. La modelo iba vestida con un impresionante vestido de seda amarillo y la acompañaba un hombre alto y de pelo oscuro.


—Jake Vanee —anunció Briana—. Jake, éste es Pedro Alfonso… y ésta es mi amiga Paula, que es la gerente de la tienda Alfonso de Sidney.


Jake sonrió abiertamente. Jessica había oído su nombre antes, pero no recordaba dónde.


—¿Estáis preparados para subir a las tribunas para sentarnos? —preguntó Briana.


—Sí —se apresuró a responder Paula. Tener compañía desviaría de ella la atención de Pedro.


—Así que, Pau, ¿quién es tu favorito? —preguntó Jake Vanee.


—Diamond Lady —contestó Paula.


Tanto Briana como Jake rieron.


—Claro, debería habérmelo esperado —comentó Jake.


—Yo voy a apostar por esa potra —anunció Pedro, comenzando a alejarse.


—Espero que no te bases en mi opinión —dijo Paula, alarmada. Sólo había repetido el nombre que había oído con anterioridad—. No hay ninguna prueba científica que sustente mi teoría.


—Quizá sea intuición femenina —reflexionó Briana—. Creo que yo también voy a apostar por la misma potra.


—Entonces será mejor que yo también lo haga —añadió Jake.


—Entonces, no me culpéis cuando todos perdáis vuestro dinero —les advirtió Paula, dirigiéndose entonces a la tribuna reservada para los Blackstone.


Cinco minutos después aparecieron sus tres acompañantes.


—Pau, mi apuesta no me va a arruinar —comentó Briana, sentándose al lado de su amiga.


—Me alegra verte aquí, cariño —dijo Paula—. Y aún más me alegra verte con alguien que no sea Patrick.


—Jake y yo no vamos en serio. Yo tenía que salir y Jake simplemente me invitó. Eso es todo.


—Quizá llegué a convertirse en algo más especial.


—Oh, tú… ¡eres una romántica! —Briana se rió—. Tenemos que encontrarte un hombre. Desde que te conozco no has salido con nadie.


—Estoy tratando de convencer a Pau de que salga a cenar conmigo esta noche —comentó Pedro, acercándose con dos copas de champán en las manos.


—Gracias —dijo Briana al tomar una de las copas. Entonces se dirigió a Paula—. ¡Oh, Pau, no puedes negarte a una invitación así!


—No puedo ir a cenar contigo —contestó Paula, centrando su atención en Pedro—. Tienes que ir al baile de San Valentín que se celebra después de las carreras… y yo no tengo invitación.


—Podrías ser mi pareja —sugirió Pedro.


—¡Está hecho! —se apresuró a decir Briana antes siquiera de que Pau pudiera oponerse—. ¿Por qué no nos sentamos juntos los cuatro?


Paula sintió ganas de asesinar a Pedro, pero por el momento lo ignoraría. No comprendía por qué tras años de silencio él quería que todos supieran que eran pareja precisamente en aquel momento en el que su relación se había roto. No tenía sentido.


—Hay que ir de etiqueta y yo no he venido vestida apropiadamente para ello —contestó.


—Eso se puede solucionar fácilmente —declaró Briana—. Tengo un acuerdo con un par de diseñadores para que muestren sus vestidos y no tendrán ningún problema en vestirte —añadió, agarrando su teléfono móvil y telefoneando a un tal ZinZin.


Paula miró a Pedro y éste levantó su copa a modo de brindis silencioso.


—Todo arreglado —dijo entonces Briana al finalizar la llamada—. Cenicienta puede ir al baile.


Paula se contuvo de hacer ningún comentario; no le quedaba otro remedio que acompañar a Pedro y merecería la pena aunque sólo fuera por mantener la sonrisa en la cara de Briana.


La modelo lo había pasado muy mal con sus anteriores relaciones sentimentales y lo que necesitaba era un hombre bueno a su lado.


Cuando las potras comenzaron a correr, Pedro y Briana estuvieron muy pendientes de la carrera.


—¡Aquí vienen! —exclamó Pedro—. Y Diamond Lady va la primera.


Las potras pasaron por delante de ellos y pudieron ver cómo los jinetes inclinaban la cabeza para saludarlos. El murmullo de la muchedumbre era ensordecedor.


—¡Quizá gane! —continuó Pedro, cuyo entusiasmo era contagioso.


Paula le agarró la mano y apretó con fuerza al llegar las potras a la meta. Entonces vieron en la enorme pantalla de televisión del recinto que su potra favorita había ganado.


Briana se giró hacia ella, sonriendo.


—¿Ves? No he perdido ni un céntimo.


—¡Sí! —Pedro levantó un puño al aire.


—¡Diamond Lady ha ganado! —exclamó Paula, que no podía creérselo. Sin percatarse de ello comenzó a dar brincos de alegría.


Pedro la abrazó estrechamente y entonces la besó.


Fue un beso rápido, lleno de euforia y alegría. Cuando dejó de besarla sus miradas se encontraron…


—¿No deberías estar abajo, en la tribuna de ganadores, para presentar el trofeo? —se apresuró a decir Paula.


Pedro dejó de abrazarla y se apartó.


—Karen va a hacer los honores familiares este año. Yo siempre lo hice durante los años que ella estuvo en Nueva Zelanda. Raul está a su lado.


Paula se sintió muy decepcionada ante el hecho de que él se hubiera apartado. Parecía que habían pasado siglos desde que la había tocado por última vez.


—Además… —continuó él— es mucho más agradable estar aquí en la tribuna bebiendo champán francés y sentado a tu lado. ¿Quieres que te sirva más?


—Ya he bebido suficiente —contestó Paula, dejando su copa sobre la mesa—. Todavía tengo que conducir hasta mi hotel y arreglarme para la cena.


—¿Dónde te estás alojando, Pau? —quiso saber Briana—. Haré que ZinZin te mande una selección de vestidos para que te los pruebes.


—En el Hotel Ascot Gold —contestó Paula.


Pedro la miró con una extraña intensidad y ella deseó saber qué estaba pensando.


—Te veré en el vestíbulo a las siete —dijo entonces él con un intenso brillo reflejado en los ojos.






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