lunes, 30 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 14




En medio del bullicio y ajetreo de la calle Queen de un lunes por la mañana, frente a la puerta del Registro Civil, Paula pensó que siempre había imaginado que el día de su boda sería un sábado. Aquella triste ceremonia ante un funcionario público había estado muy lejos de lo que había soñado.


—Muy bien, señora Alfonso. ¿Qué le parece si comemos para celebrarlo? —sugirió Pedro.


—Tengo que volver al trabajo. Ya llevo dos horas fuera.


Además de casarse, habían ido a un despacho de abogados a firmar el acuerdo prematrimonial. Las cláusulas del mismo habían sorprendido al propio Damian Steele, el abogado. En el último momento, Pedro había intentado incluir algunos detalles.


Damian Steele había intentado convencerla de que los aceptara, mientras ella pensaba que con aquel dinero que le ofrecía, trataba de aplacar la culpabilidad que sentía. Por supuesto que había rechazado el ofrecimiento de Pedro, así tendría que vivir con los remordimientos. Por su parte, había mantenido los términos de lo convenido: un hijo como venganza. En cuanto a Pedro, él prometía dejar a Catalina en paz y salir de su casa en cuanto ella se lo pidiera. Así las cosas quedaban claras.


—Una boda merece una celebración —dijo Pedro sonriendo, haciendo que su pulso se acelerara en contra de su voluntad—. Me he tomado la libertad de decirle a Cynthia que me iba a comer con mi esposa, a la vista de que tendríamos que posponer nuestra luna de miel hasta que estuvieras menos ocupada. He reservado una mesa. Te mereces tomarte un rato libre.


Pedro tenía razón. Estaba cansada. Quizá así podrían tener una tregua. Después de todo, iban a vivir juntos y a intentar tener un...


Su respiración se aceleró al imaginar determinadas escenas eróticas que podrían producirse más tarde.


—Tienes razón —dijo con voz seductora—. Vayamos a comer.


Paula pensó que la iba a llevar a Sergio's, un restaurante italiano muy exclusivo o a algún francés. Sin embargo, se sorprendió cuando comprobó que la había llevado a un japonés.


—Prueba esto —le dijo Pedro ofreciéndole un trozo de sushi.


Paula lo tomó de su mano para evitar que sus dedos rozaran sus labios. La sensación de aquel sabor explotó en su boca y cerró los ojos disfrutando. Al abrirlos de nuevo, vio que él la estaba mirando con una extraña mueca.


—¿Qué ocurre?


—Me gusta estar con una mujer a la que le gusta la comida. Nunca imaginé que tuvieras tanto apetito.


—Voy a acabar poniéndome gorda.


—¡No! Nunca te arrepientas de comer con tanta pasión. Es que nunca imaginé que fueras tan... reprimida.


¿Por qué se le había ocurrido aquella palabra? ¿Acaso había oído los rumores que la calificaban como frígida y por los que la llamaban reina de hielo?


Apartó la mirada y parpadeó repetidamente mientras sentía un nudo en la garganta.


—Me recuerdas a mi hermana pequeña, ella también come así.


Lo miró y comprobó que no se estaba burlando de ella. 


Nunca antes le había hablado de su familia. Siempre se había mostrado reservado.


—¿Tienes hermanas? —preguntó inclinándose hacia delante—. ¿Cuántas? Háblame de ellas.


—Tengo dos hermanas. Claudia, de veintisiete años, tres menos que yo. Está casada con un australiano, tiene una hija y está embarazada de su segundo hijo. Vive en Melbourne. Bella es la pequeña de la familia. Tiene veintidós años y vive con mis padres en Milán.


¿Cómo se habrían sentido al ser interrogados por la policía? 


Su hermana pequeña tenía la misma edad que ella, así que cuatro años atrás, tendría dieciocho. ¿Lo habrían creído culpable? El comportamiento de Cata debía de haberlos afectado a todos.


Paula se quedó mirando el plato. De repente, había perdido el apetito ¿Lograría alguna vez asumir el daño que se le había causado a Pedro? Y lo que era más importante, ¿sería capaz de perdonarlo por elegirla como cabeza de turco por los actos de su familia?


Mucho se temía que no.



***

Cuando volvieron a la oficina, Cynthia ya se había ido y había un puñado de mensajes esperando a Paula. Aquello significaba que no se irían pronto y suspiró.


A través del despacho de Cynthia vio el perfil de Pedro y volvió la cabeza rápidamente antes de que pudiera verla observándolo.


Tenía una pila de cuestionarios frente a ella. Varios miembros de la plantilla habían hecho algunos tests y tenía que revisar los resultados antes de reunirse con ellos para planificar sus cometidos.


Pedro, su ahora marido, era una distracción que no podía permitirse. Durante la siguiente media hora, Paula se las arregló para revisar documentos. Sin Cynthia en la oficina, reinaba el silencio.


A cada rato, Paula se reclinaba en el respaldo de su silla para desentumecer los músculos de sus hombros, síntoma de la tensión que sufría. Atravesó el despacho de Cynthia, tratando de no reparar en que las manos de Pedro estaban sobre el teclado del ordenador.


—¿Adónde vas?


Dándole la espalda, puso los ojos en blanco.


—Al final del pasillo.


—¿Adonde exactamente?


—Al cuarto de baño.


—Te acompaño —dijo junto a ella.


No lo había oído moverse. Se giró y lo vio a su lado.


—Esto es ridículo, Pedro.


—No, no lo es. Es una simple medida de precaución. Es tarde y el edificio está vacío


—De acuerdo, como quieras —dijo avanzando por el pasillo, consciente de que caminaba detrás de ella.


Todos los despachos estaban vacíos.


Al abrir la puerta de los servicios, Pedro la tomó por el codo.


—Déjame echar un vistazo —dijo soltándola.


Sólo después de comprobar que no había nadie más en las cabinas, la dejó entrar.


—Esta puerta se queda abierta —añadió y Paula suspiró—. Me quedaré esperando.


Paula se dirigió a la última cabina y cerró la puerta.



1 comentario: