lunes, 30 de enero de 2017
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 13
¡Un hijo suyo!
—¿Es por eso que sugeriste la farsa de hoy? —le espetó Paula sorprendida de lo lejos que había llegado—. ¿Para poder vengarte?
Por la expresión de los ojos de Pedro, supo que había dado en el clavo.
—Así que querías obligarme a darte un hijo —añadió Paula poniéndose de pie, a punto de romper a reír con amargura—. No tenía nada que ver con protegerme de cualquier monstruo o con que recobrarás tu reputación. ¡Y lo peor es que te creí!
Eso era lo que más le dolía. En el fondo, había confiado en que su ayuda tuviera algo que ver con que sintiera algo por ella. ¡Qué estúpida!
De pronto, otra idea cruzó por su mente.
—¿Existe de veras ese hombre? ¿O es parte de tu imaginación, un fantasma que haces que nos persiga? —preguntó—. Nunca pensé que pudieras ser tan cruel.
Él la tomó por la muñeca y la hizo volver a sentarse.
—No es mi estilo andar asustando a la gente. No es ningún fantasma, no lo subestimes.
«Nunca subestimes a Pedro», se dijo Paula. Aunque fuera intimidador y peligroso, no le daba miedo. Ni siquiera se molestó en soltarse de él.
—¿Y la boda? ¿Era parte de tu plan?
Él se encogió de hombros y un mechón de su pelo cayó sobre su frente.
—Está bien, lo admito. La boda era lo más conveniente para llegar a buen fin.
Paula evitó acariciarle el pelo e ignoró el efecto que el contacto con él le producía, concentrándose en sus pensamientos. Aquélla no era una idea que se le hubiese ocurrido en un momento. Lo había planeado con tiempo y había aprovechado la ocasión cuando se le había presentado.
—¿Cuánto tiempo hace que planeabas esto? —preguntó ella de repente.
—Desde que mi abogado me avisó de que Catalina se había retractado. Entonces, tuve que abandonar mi plan inicial.
¡Así que era cierto que lo tenía todo planeado! Ella retrocedió, pero él la sujetó por la muñeca. Aquel ansia de venganza no compensaba la humillación que Pedro había sufrido.
—¿Cómo? —preguntó para hacerle continuar.
—Catalina decidió casarse y la bigamia es... un poco difícil.
Había planeado ir tras Catalina. Paula cerró los ojos imaginándoselo casándose con Cata. Habría arruinado la vida de su hermana. Al menos, Cata estaba a salvo con Manuel. Pero ella...
Al abrir los ojos, ya había tomado una decisión.
—No puedo hacer lo que quieres.
Por fin había escapado al control de su padre y no estaba dispuesta a someterse a las exigencias de otro hombre, especialmente si aquel hombre lo que buscaba era un hijo.
—Si ésa es tu última respuesta, tendré que poner en marcha el plan B —dijo y la soltó.
Paula se frotó la muñeca.
—¿El plan B? —repitió desconcertada.
—¿Pensabas que no tendría un plan alternativo? —dijo en tono amable.
—¿En qué consiste el plan B?
Pedro puso una rodilla al borde del sofá, acercándose a ella.
—Casarme con Paula, claro.
—Pero ya está casada. Y tú te has casado conmigo.
—Pero es un matrimonio fingido, ¿o acaso ya no lo recuerdas?
—No puedes casarte con Catalina. Ese plan ya lo has abandonado —dijo con el mismo tono de voz pausado que utilizaba para convencer a su hermana de algo.
—Puede que no. Casarme contigo sería más fácil... De hecho a los ojos de los demás, ya estamos casados —dijo mostrando una fría sonrisa.
Paula sintió un escalofrío y se apoyó en la esquina del sofá, abrazándose las rodillas contra el pecho.
—Pero si no accedes a lo que quiero, no tendré otra opción que ir tras Cata.
—¿Qué vas a hacerle a Catalina?
—Terminar con su matrimonio.
¡Por encima de su cadáver! No después de todos los años que había pasado cuidando de Cata y menos ahora que estaba felizmente casada.
—En los últimos cuatro años he ganado el dinero suficiente para el resto de mi vida. Y al morir mi esposa he heredado la fortuna que nunca quise tener. Mientras Lucia vivió, nunca toqué un solo céntimo suyo. Quería que saliéramos adelante por nuestros propios medios, sin la ayuda de su familia. Pero ahora que ya no está, voy a gastar cada céntimo de su herencia en romper el matrimonio de Catalina con Lester.
Armado con aquella fortuna y su insaciable deseo de venganza, Pedro era un arma letal.
—Créeme, Cata no podrá resistirse a los métodos que pretendo usar. La culpabilidad la corroe —dijo e hizo una pausa sacudiendo la cabeza—. ¿Cuánto tiempo crees que podrá resistirse? Como mucho, le doy seis meses.
Era cruel y despiadado. Su ansia de venganza no sólo destruiría el matrimonio de su hermana, sino a Cata también.
Tenía que disuadirlo.
—¿Cómo puedes estar dispuesto a hacerlo?
—Ella destrozó mi matrimonio, mi vida sin ningún escrúpulo. Fui expulsado de la empresa de tu padre y del país por culpa de la mentira. No pude impedir que mi esposa perdiera el bebé que esperaba. No pude evitar que los demonios de tu padre la afectaran y murió. Dime ahora si debería tener alguna duda.
Sus ojos brillaban con ira.
—¿Y si te pudres en el infierno? ¿Acaso eso no te asusta?
—¿El infierno? —rió—. Ya estoy en él.
Paula se quedó mirando la frialdad de sus ojos. Había perdido la razón, llevado por aquella ira que excedía de todo lo que había visto en su vida. Así que decidió cambiar de táctica.
—¿Qué ocurrirá una vez nazca el niño?
Sabía que no le permitiría formar parte de la vida del pequeño.
—Nos divorciaremos y firmaremos un acuerdo por el que la madre ceda todos los derechos sobre el niño.
No podía dejar que aquello le ocurriera a Catalina. De pronto consideró la posibilidad de contarle todo a Manuel. No sólo iba tras su puesto en el consejo de Chavesco, sino que también quería a Catalina. Manuel amaba a Cata y se quedaría destrozado. Todo acabaría en una tragedia. Una tragedia que su propia familia había iniciado.
Pedro quería un hijo que enmendara todo el daño que le habían hecho en el pasado y dada su determinación, Paula dudaba que abandonara su plan. A pesar de su amargura, Paula podía imaginárselo como un buen padre, cariñoso y atento con el niño.
Sintió lástima por la decisión que había tomado, puesto que el bebé no tendría madre. ¿Cómo podía condenar al pequeño a esa vida?
—Claro que todo eso puede variar si accedes a casarte conmigo legalmente. Mañana mismo —dijo Pedro acercándose a ella e interrumpiendo sus pensamientos.
Al instante, su cuerpo la traicionó al percibir la calidez de su aliento junto a los labios. Se estremeció ante la trampa que le había tendido. Maldito fuera. Los había manipulado a todos: a su padre, a David, a Arturo,... incluso a ella.
Y maldito fuera su cuerpo también por desearlo de aquella manera.
Paula ladeó la cabeza. Si se casaba con él, le haría el amor y entonces... Su corazón dio un vuelco. La solución la sobresaltó. Era así de simple. Tenía la posibilidad de manipularlo a su antojo. ¿Sería capaz de hacerlo?
La oportunidad de descubrir lo que se sentía al hacer el amor con un hombre, algo que había deseado durante tantos años, se le presentaba ahora en bandeja. Pedro quería una esposa provisional. Si seguía esperando toda la vida, quizá nunca se le presentara una ocasión como aquélla.
Así que, ¿por qué dudaba?
Ella era la más inocente de todo aquello. No debía sentir escrúpulos por aprovecharse de él. Podía salvar el matrimonio de Cata, a la vez que disfrutar mientras pudiera.
Había una cosa de la que sí estaba segura y era de que Pedro Alfonso debía de ser una bomba entre las sábanas.
Pero no quería que pensara que era fácil de convencer.
Lentamente, soltó sus piernas y apoyó los pies en el suelo.
—¿Y si no soporto que me toques?
Se sintió ridícula al hacer aquella pregunta y levantó la barbilla.
—No creo que ése sea problema alguno, princesa.
—¿Me forzarás?
La mirada de Pedro se tornó gélida.
—No será necesario. A pesar de las acusaciones, la violación no ha sido nunca algo de mi estilo.
Alargó la mano y acarició la mejilla de Paula lentamente, hasta llegar a sus labios.
—Estos labios reaccionarán ante mis besos, lo sabes tan bien como yo. Así que dejemos de disimular —dijo colocándose a su lado.
Paula sintió que su cuerpo comenzaba a arder.
—¿Qué haces?
—Quiero mostrarte que no me encontrarás repulsivo. Deja que coloque mi boca junto a tus labios, en lugar de mis dedos.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. Asustada, colocó las manos contra el pecho desnudo de Pedro.
—Déjalo. No necesito ese tipo de persuasión. Me casaré contigo.
Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Pedro se separó de ella.
—¿Me darás el hijo que quiero?
Ella se quedó pensativa y tras unos instantes asintió.
—Con una condición: mañana iremos a firmar un acuerdo en el que te comprometas a no ir nunca tras Catalina.
—Eso nunca serviría ante un tribunal.
Paula lo miró. Sus ojos trasmitían resolución y pasión.
—Lo sé, pero por extraño que parezca, creo en tu palabra.
Paula se estremeció. Seguramente tampoco tendría ningún valor una vez descubriera su engaño, pero ése era un riesgo que tenía que correr.
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