sábado, 1 de octubre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 38




Muy despacio, Pedro apartó su boca de la de Paula y permaneció contemplando, maravillado, su precioso rostro sonrojado y esos aterciopelados ojos castaños tan expresivos que no podían ocultar su pasión. Toda ella refulgía como un millón de diamantes y él era incapaz de apartar la vista de semejante espectáculo.


—Vamos, confiesa —El tono áspero de su voz le produjo a Pau un escalofrío que no era de miedo, precisamente.


—Yo... Yo también te espié cuando te quedaste en calzoncillos en la playa.


Su vecino echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.


—¡Paula Chaves ya sabía yo que eras una descarada! Recuérdame más tarde que te de una paliza por tu atrevimiento, pero ahora seguiré con mi historia. —Como si tuviera voluntad propia, su mano acariciaba la tersa mejilla sin parar y Pau arrimó aún más su rostro a esos dedos, largos y cálidos, que tanto había extrañado en los últimos meses—. No sé si eres consciente, Paula, de que hace tiempo decidí abandonar mis planes de seducción. Había llegado a la conclusión de que estaba tan a gusto en tu compañía que prefería no arriesgar eso en aras de una efímera satisfacción sexual. Sin embargo, lo que era incapaz de reconocer, ni siquiera ante mí mismo, era que me aterrorizaba pensar que una vez saciado el deseo, pudieras cansarte de mí y al final lo perdiera todo. Pero la noche que te vi besando a Atkinson, todos mis planes saltaron por los aires...


—¡Alto! Yo no lo besé, fue él el que me besó a mí. Roberto solo quería ofrecerme consuelo tras haberte pillado infraganti besando a Pamela —lo interrumpió Paula, muy interesada en aclarar ese punto.


—Te repito que yo no besé a Pamela. Como bien sabes, desde hace tiempo no tengo ojos para otra mujer que no seas tú —respondió Pedro, impaciente, mirándola con severidad.


—No sé nada de eso —protestó Paula y, sin apartar la vista de los ojos grises, preguntó con ironía—: ¿Y la mujer morena que te acompañó a la exposición? ¿Es ella también una fantasía de mi mente enferma?


—¿Estás celosa? —Pedro esbozó una sonrisa que a Pau le pareció irritante.


—¿Debería estarlo?— contestó la joven, desafiante.


—Lisa es la esposa de Harry, mi mejor amigo. —Pedro recuperó su seriedad en el acto y confesó—: Desde que te conocí, Paula, no he estado con ninguna otra mujer; ni siquiera fui capaz de volver a acostarme con Alicia.


—No tenía ni idea —declaró Pau con sinceridad y sintiendo una profunda emoción alzó los brazos, los enlazó alrededor del cuello de Pedro y hundió los dedos en sus cortos cabellos. Al sentir el inmenso cuerpo de su vecino temblar bajo su contacto, Paula se recreó en su poder recién descubierto.


—Si sigues con eso, no sé si seré capaz de seguir con mis explicaciones —advirtió Pedro que había empezado a respirar con dificultad.


Paula retiró sus brazos en el acto y se puso en jarras. 


Maliciosa, enarcó una ceja y respondió displicente:
—Está bien, sigue vecino, has conseguido despertar mi interés.


—Me alegro de haber logrado semejante hazaña, señorita Chaves, recuérdame que luego te de una doble paliza por tu impertinencia —afirmó, amenazador—. Como te iba diciendo, cuando vi a Atkinson besándote (y tu sin resistirte mucho que digamos) —Pau resopló, indignada—, perdí la cabeza. En ese momento, solo fui capaz de pensar que tenías que ser mía, todo lo demás se borró de mi mente y ya sabes lo que ocurrió después.


—Sí, lo sé muy bien... —Las tórridas imágenes de aquella noche de pasión volvieron a la mente de Paula como habían hecho una y mil veces durante esos largos meses de separación.


—No sé lo que me pasó aquella noche; era como si no pudiera dejar de tocarte ni un segundo... nunca me había ocurrido nada parecido. Dime la verdad, Paula, ¿te asusté? ¿Te hice daño? —En la voz masculina se reflejaba la angustia y el remordimiento que lo habían acompañado durante mucho tiempo y Pau supo, sin ninguna duda, que había llegado el momento de dejar de huir. Debía enfrentarse a lo que había entre ellos y ser completamente sincera.


—No, Pedro, no me hiciste daño y sí, me asustaste... —La joven pasó una mano por el ceño fruncido de él, como si quisiera borrar su expresión atormentada, luego cogió su rostro entre sus manos y clavó sus pupilas en esos ojos grises que tanto le gustaban—. Me asustó tanto darme cuenta de lo que sentía por ti, que salí huyendo como una cobarde.


Pedro se quedó muy quieto, sin apartar la mirada de ella, y al fin se atrevió a preguntar procurando que no le temblara la voz:
—¿Y qué era lo que sentías por mí?


—Me di cuenta de que, por primera vez en mi vida, me había enamorado...


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