sábado, 1 de octubre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 37



Al rato, Pedro estaba de vuelta con un abundante tentempié. Durante la comida, Paula se olvidó de su enojo y charlaron con la animación que solían, como si esos cinco meses de separación no hubieran existido nunca. Mientras la miraba reír tras escuchar uno de sus comentarios, Pedro se preguntó cómo había podido soportar pasar tanto tiempo sin verla. El hermoso rostro de Paula resplandecía al hablar con él y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre ella, y besarla, una y otra vez, hasta que por fin la joven se rindiera y aceptara ser suya para siempre.


Al terminar de comer, su vecino le prohibió terminantemente que lo ayudara a recoger y lo llevó todo a la cocina. Al regresar al salón vio que Pau había salido a la terraza. Sin hacer ruido, se acercó a ella, contemplándola hechizado; la joven permanecía en pie, mirando el horizonte repleto de rascacielos, con ambas manos reposando sobre su vientre y una expresión soñadora en su rostro que lo fascinó.


Sin poder contenerse ni un minuto más, Pedro se acercó por detrás y la rodeó con sus brazos. Esta vez, Paula no se resistió y apoyó la cabeza sobre su hombro. Pedro besó su pelo mientras posaba una mano sobre su abultada cintura y, sorprendido, notó un ligero movimiento bajo la suave piel.


—Nuestra hija te saluda —murmuró Pau con los ojos cerrados.


Emocionado, Pedro se quedó callado, incapaz de expresar la cantidad de emociones que en ese momento se acumulaban en su pecho. Después de un buen rato, logró formular la pregunta que deseaba hacerle a Paula desde hacía tanto tiempo:
—¿Por qué lo hiciste, Paula? —El profundo dolor que asomó a su voz le llegó a Pau a lo más hondo y, sin preguntar a qué se refería, contestó.


—Me entró pánico —confesó la joven con desarmante sinceridad—. Cuando desperté a tu lado, en lo único que podía pensar era en alejarme una temporada para pensar, luego descubrí que estaba embarazada y me imagino que eso lo decidió todo.


—¿Me creíste capaz de abandonarte en semejantes circunstancias? —preguntó Pedro, atormentado.


—No sé lo que pensé. Solo sabía que... —Paula se interrumpió angustiada.


—¿Qué era lo que sabías? Dímelo, por favor. Necesito entenderlo —suplicó Pedro.


—Lo único que sabía era que no quería que te vieras obligado a tomar una decisión en contra de tu voluntad por ese motivo —admitió Paula al fin.


Con delicadeza, Pedro la obligó a volverse, sujetó sus hombros con fuerza y clavó sus pupilas en las pupilas femeninas.


—Paula, te amo. Creo que te amé en el mismo instante en que te vi en la terraza cubierta tan solo con esa toalla. En ese momento, aunque de forma inconsciente, supe sin lugar a dudas que eras alguien especial; aún recuerdo las ganas que me entraron de matar a Alberto cuando pensaba que eras su amante.


Paula lo miró atónita.


—¿De veras, Pedro? Estaba convencida de que al principio de conocernos te ponía de los nervios.


—Eso también. De alguna manera, tu sola presencia amenazaba las barreras que tanto me había costado erigir a mi alrededor. Estaba aterrorizado.


La sinceridad de sus ojos grises resultaba incuestionable y, conmovida, la joven alargó una mano con timidez y acarició la áspera mejilla masculina con suavidad.


—¿Tú tenías miedo de mí? No puedo creerlo.


—Pues será mejor que lo creas. Conocerte hizo que los cimientos sobre los que hasta entonces había fundado mi segura existencia se tambalearan; no entendía por qué, pero hacías que me sintiera insatisfecho con la vida que llevaba, lo que me parecía una impertinencia por tu parte. —Paula no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al oír sus palabras—. Necesitaba verte, tocarte a todas horas. Cuando bailamos juntos en la gala de Health4U me di cuenta de que me había enamorado de ti.


—¿Por eso estabas tan raro? —Pau empezaba a entender unas cuantas cosas.


Pedro asintió sin apartar sus pupilas de esos ojos acariciadores que lo miraban con ternura.


—Luché conmigo mismo, negándolo una y otra vez; me dije que lo único que sentía por ti era deseo sexual, que una vez que lograra acostarme contigo todo lo demás desaparecería.


—Así que decidiste emborracharme... —Pau lo miró frunciendo el ceño con fingido enojo.


—Te emborraché y, como bien sabes, no logré mis malvados propósitos y solo sirvió para que te deseara aún más. —Con delicadeza, los largos dedos masculinos apartaron un suave mechón de pelo del rostro de Paula y lo colocaron detrás de su oreja—. El día que te vi desnuda en la playa, pensé que estallaría.


—¡Me espiaste mientras me cambiaba! ¡Pedro Alfonso, recuérdame que no confíe nunca más en tu palabra de boy scout, ni en la de caballero, ni...! —Los ojos castaños de la chica echaban chispas y Pedro la encontró completamente adorable. Sin poder contenerse, sujetó con delicadeza el rostro de Paula con ambas manos y posó sus labios sobre los labios femeninos, haciendo que se callara en el acto.


La conmoción que experimentaba cada vez que Pedro la besaba hizo de nuevo acto de presencia, y Pau tuvo que apoyar las palmas de sus manos sobre el pecho masculino para sostenerse.


Pedro —susurró contra sus labios varios minutos después—. Tengo que confesarte algo...






No hay comentarios.:

Publicar un comentario